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– ¿Sabes dónde vive?

– No.

– No tienes su teléfono. ¿Te dijo donde trabaja?

– No, pero sé cómo se llama: Lily Gallagher.

– ¿Estás seguro de que es su verdadero nombre?

– Deja de hablar como un detective. Si quisiera encontrarla, la encontraría -repitió Brian. Lo cierto era que no había dejado de preguntarse justo eso desde que había salido de la limusina. Podía llamar al organizador de la fiesta y conseguir su dirección de la lista de invitados. Podía llamar a la empresa de alquileres y preguntar quién había contratado la limusina. Si de verdad quería localizarla, podía buscar su apellido en la guía telefónica de Chicago-. Yo no creo en la maldición -dijo por fin.

– Quizá sólo haya sido un aviso -comentó Sean-. La próxima vez ándate con más cuidado. No puedes fiarte de las mujeres.

Brian sabía que los prejuicios de Sean no se basaban del todo en las citas que había tenido. Su desconfianza se remontaba a la infancia, cuando su madre los había abandonado a los tres años. Brian no tenía recuerdos de Fiona Quinn siendo niño. Su padre les había contado que se había ido y se había matado en un accidente de coche. Al cabo de muchos años, Fiona había vuelto a sus vidas y Brian la había perdonado. Pero Sean parecía seguir resentido.

– Mamá está en casa de Keely y Rafe -dijo Brian-. Keely ha llamado esta mañana y quiere que vayamos todos a celebrar el Cuatro de Julio. Ahora que está trasladando el negocio aquí, Fiona está pensando en venirse también. Creo que Keely quiere convencerla de que todos queremos que esté con nosotros. ¿Vendrás?

– No, estoy ocupado. Estaré trabajando en un caso… fuera de la ciudad.

– ¿Qué tienes con ella? Eres adulto, no un chiquillo enrabietado. Papá y mamá lo pasaron mal, los dos cometieron errores. Si papá puede perdonarla, tú también deberías.

– Tengo mis razones.

– ¿Qué razones? -preguntó Brian. Sean negó con la cabeza y dio un sorbo a su Guinness-. De verdad, te juro que eres el tío más testarudo y egoísta que he conocido.

– Lo engañaba -murmuró Sean.

– ¿Qué?

– Fiona -susurró Sean-. Engañaba a papá.

– ¿Cómo lo sabes?

– Una noche, después de que el Increíble Quinn llegara a puerto, Conor me mandó al pub para que trajera a papá a casa. Estaba borracho. Estaba hablando con unos amigos y les dijo que había sorprendido a Fiona con otro hombre. Que la había echado de casa y esperaba que no volviese nunca. No sabía que yo estaba oyéndolo.

– ¡Vaya, Sean! ¿Por qué no dijiste nada?

– ¿Qué iba a decir? Yo no la conocía. Y Con, Dylan y Bren hablaban de ella como si fuese la reina de la virtud.

– ¿Qué más dijo papá?

– Apenas me acuerdo. Estaba muy borracho. Casi no se le entendía -Sean suspiró-. Todas esas historias de los increíbles Quinn. No lo culpo. Dejar que una mujer tenga poder sobre ti puede ser muy peligroso.

– Tienes que hablar de esto con mamá.

– ¿Por qué?, ¿para que se invente una excusa? Se suponía que nos quería. Se suponía que tenía que ser fiel a papá. En eso consiste el matrimonio. Hasta que la muerte nos separe.

– La gente comete errores, Sean. Y estar casado ya es bastante difícil sin un marido que se pasa semanas fuera de casa y que se gasta el dinero en alcohol y apostando.

– ¿Estás diciendo que tenía motivos para engañarlo?

– Estoy diciendo que tienes que hablar con ella y aclarar las cosas. Fiona quiere recuperar a su familia y tú eres parte de esa familia.

– Dile a papá que mañana le echo una mano en la barra -dijo Sean. cambiando de conversación-. Tengo que irme -añadió al tiempo que se levantaba.

Brian suspiró mientras su hermano caminaba hacia la puerta. Quizá lo había presionado demasiado. Pero llevaba tenso todo el día y no había podido evitar forzar una discusión.

– Tengo que olvidarme de Lily Gallagher – murmuró-. Tengo que quitármela de la cabeza.

– No sé qué hago aquí. Patterson no me ha explicado lo que quiere -dijo Lily. Estaba sentada en el salón de su suite, haciendo garabatos en un papel mientras hablaba con su mejor amiga y compañera en la agencia, Emma Carsten-. Hemos quedado el martes, supongo que me lo dirá entonces.

– ¿Para qué tenías que estar en Boston esta semana?

– No sé -Lily dibujó un corazón y repasó el perfil una y otra vez-. Supongo que querría que asistiese a la fiesta de recaudación de fondos que daba para que viese lo bueno que es.

Emma y Lily habían empezado a trabajar en DeLay Scoville el mismo mes y se habían ayudado mutuamente el primer año, llamándose cada vez que tenían alguna duda. Aunque ya tenían más experiencia, seguían hablando de sus clientes.

– ¿Por que habrá buscado a una experta en relaciones de Chicago? -preguntó Emma-. En Boston tiene que haber un montón.

– No sé, tendré que preguntárselo.

– Sabrá que eres buena en casos de escándalos. ¿Crees que se trata de un escándalo?

– Si lo es, espero que no sea muy complicado, o me tocará tirarme una buena temporada por aquí,

– ¿Cómo son los hombres de Boston? -preguntó Emma-. ¿Son más guapos que en Chicago?, ¿conociste a alguien interesante en la fiesta?

Lily contuvo la respiración. No cabía duda de que Brian Quinn le había parecido interesante. ¿Cuántas veces había pensado en él desde la noche anterior? Había creído que podría concentrarse en el trabajo, pero hacer el amor en el asiento trasero de una limusina había sido la cosa más alocada y peligrosa que había hecho en su vida. Y, en vez de satisfacerla, la hacía desearlo más. Quería volver a probar su boca, acariciar su pelo, ese cuerpo increíble. Tragó saliva.

– No… no he venido a ligar -contestó por fin-. Me han contratado para trabajar.

– ¿Estás bien? -le preguntó Emma al cabo de unos segundos-. Te noto un poco rara. Tensa.

– No, estoy bien.

– ¿Estás pensando en Daniel? Este trabajo es lo mejor que puede haberte pasado. Así pondrás distancia entre él y tú y podrás seguir adelante con tu vida.

Pero Lily no había pensado en Daniel un solo segundo desde que había conocido a Brian.

– Ya lo he superado -aseguró-. A partir de ahora, no me dejaré atrapar en más fantasías románticas. De hecho, no voy a dejarme engatusar por ningún hombre.

– Me parece una buena actitud -dijo Emma-. De momento.

– Oye, he pedido un aperitivo y están llamando a la puerta -se excusó Lily tras oír que golpeaban con los nudillos-. Te llamo el martes después de hablar con Patterson. Acuérdate de regarme las plantas y recogerme el correo – añadió y colgó el teléfono tras despedirse.

Lily encendió el televisor mientras se acercaba a la puerta. El sonido del telediario de las once llenó el salón. Aunque había tomado una ensalada suculenta en el restaurante del hotel para cenar, se le había antojado algo dulce. Se había prometido empezar una dieta, pero ese día ya había hecho bastante ejercicio, paseando por Beacon Hill, yendo de compras y visitando los barrios con más historia de Boston, para conocer un poco más de la ciudad que sería su hogar durante los próximos meses.

Pero, a pesar de distraerse con las compras, no había podido impedir que sus pensamientos volvieran una y otra vez a la noche anterior. Incluso en esos momentos le ardían las mejillas al recordar lo que había hecho. Se llevó las manos a la cara antes de abrir la puerta. ¿De qué se avergonzaba? Había decidido qué quería y había ido en busca de ello. El hecho de haber dado rienda suelta a sus instintos más lascivos y terminar con un orgasmo sobrecogedor no lo convertía en un delito.

– O de eso trato de convencerme -murmuró justo antes de abrir la puerta.

– Buenas noches, señorita Gallagher -la saludó un camarero con una bandeja.

– Hola -Lily se echó a un lado para dejarle paso-. Puede dejarlo en la mesa, gracias.