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Subió las escaleras de dos en dos y empujó la puerta. Por suerte, el pub estaba casi vacío. Un par de clientes habituales jugaba a las cartas con Seamus en un extremo de la barra. Y una pareja comía en una de las mesas. Aunque el pub funcionaba muy bien, ya había pasado la hora punta de comer y quedaba mucho para la hora feliz.

– Hola, papá -lo saludó Brian. Seamus soltó las cartas, pero su hijo levantó una mano-. Ya me sirvo yo.

Pasó al otro lado de la barra, sacó una botella de agua de la nevera y luego se sentó a esperar en una banqueta. Ni siquiera tenía la certeza de que la mujer fuese a aparecer. Muchos de sus contactos acababan dando marcha atrás en el último momento, preocupados por su seguridad si llegaban a hacer algún comentario. Pero Brian había aprendido a tener paciencia. Una buena historia solía llevar su tiempo.

Brian se giró al oír que se abría la puerta, pero era su hermano Sean. Este lo saludó con la cabeza y se sentó en un taburete a su lado.

– Hola, Brian.

– Sean -murmuró aquel.

– Esperaba encontrarte aquí -Sean se llevó una mano al bolsillo y sacó un trozo de papel. Se lo entregó a Brian-. Ahí tienes.

– ¿Qué es esto?

– Lily Gallagher. Se aloja en el hotel Eliot. Habitación 312.

– No te he pedido que la encontraras -dijo Brian y le devolvió el papel.

– No hacía falta. Ya que vais a casaros, pensé que querrías saber dónde estaba.

– Maldita sea, no voy a casarme con ella – Brian se puso de pie.

– Eso dices, pero yo lo tengo claro -Sean se encogió de hombros. Agarró el papel, pero, en el último segundo, Brian se lo arrebató. Sonrió-. Lo sabía.

– ¿Has venido por alguna razón o sólo para atormentarme?

Sean metió la mano en otro bolsillo de la chaqueta y sacó un fajo de papeles:

– Una lista con los nombres de las personas que han dejado de trabajar para Patterson en el último año. Me lo pediste hace unas semanas, ¿recuerdas?

– ¡Vaya! No pensé que pudieras conseguirlo tan rápidamente -dijo Brian, olvidada la irritación de instantes antes.

– Hay diecisiete nombres. Secretarias, subdirectores de departamento y un tipo de contabilidad.

– Gracias, hermano. Te debo una.

– Te mandaré la factura -clip Sean sonriente mientras se levantaba-. Tengo que irme. Nos vemos.

Brian miró a su hermano caminar hacía la puerta. La abrió, se paró y vaciló, amagando hacia la izquierda y la derecha, para esquivar a un cliente que entraba. Por fin se esquivaron y la mujer se quedó mirando a Sean boquiabierta.

– ¿Lily? -preguntó Brian, desconcertado. Se levantó de la silla, parpadeó convencido de que estaba teniendo una alucinación. Pero era ella. Lily Gallagher estaba en el Pub de Quinn. ¿Qué diablos hacía allí? ¿Le había hablado del pub?, ¿había ido a buscarlo?

Suspiró. Estaba preciosa. Con el pelo castaño hacia atrás, recogido en un moño detrás de la nuca. Llevaba un traje de negocios conservador que ocultaba sus formas, pero volvió a dejarlo sin respiración, como la primera vez que la había visto con aquel vestido dorado.

Lily cerró la boca al verlo. Luego frunció el ceño y miró de nuevo hacia la puerta.

– Mi hermano gemelo, Sean -explicó Brian mientras se acercaba a ella-. La gente dice que nos parecemos, pero yo no lo veo. ¿Qué haces aquí? No esperaba volver a verte.

Lily cruzó los brazos y miró a cualquier parte menos los ojos de Brian.

– Teníamos una cita. A las tres en punto.

– ¿Eres mi contacto? -Brian frunció el ceño-. ¿Cómo es posible?

– Trabajo para Richard Patterson -dijo ella con calma, casi con frialdad.

– Me tomas el pelo, ¿no?

– Soy asesora en relaciones públicas. Y me ha contratado para protegerlo de gente como tú.

No pudo evitar soltar una risotada. Tal como lo decía, parecía que fuese un delincuente.

– ¿Gente como yo?

– Periodistas. Así que aléjate de él o lo lamentarás -le advirtió. De pronto, pareció enfurecer-. Todo esto es por tu culpa. Si no hubieses puesto esas estúpidas reglas cuando nos conocimos, nada de esto habría pasado. Habríamos sabido quiénes éramos y habríamos podido evitar… nunca habríamos dado esa vuelta turística por Boston.

– Trabajas para Richard Patterson -dijo Brian-. ¿Y qué? Lo único que me haría arrepentirme de lo que pasó en la limusina es que me dijeras que eres la mujer de Richard Patterson.

– Tengo que irme -contestó ella-. Solo quería decirte que voy a hacer todo lo posible por proteger sus intereses. Es mi trabajo y soy muy buena -añadió, se dio media vuelta y enfiló hacia la puerta.

Pero Brian no estaba dispuesto a dejarla irse. La alcanzó en un par de zancadas y le agarró la mano. Nada más tocarla, notó que no se sentía tan fuerte como aparentaba.

– Un momento -Brian la detuvo-. No puedes irte así. Tenemos que hablar.

– No… no tenemos nada de que hablar – dijo ella tras tragar saliva. Luego se soltó la mano-. Tú sabes mi posición y yo sé la tuya. Es todo lo que hace falta… saber -finalizo con voz temblorosa, afectada por la mirada intensa de Brian.

– Actúas como si no hubiera nada más entre nosotros. Y sabes que no es verdad.

– No hay nada entre nosotros -contestó Lily.

Después abrió la puerta y bajó los escalones.

Por un momento, Brian pensó en dejarla ir. Pero se negaba a aceptar que aquella pudiese ser la última vez que se verían. Echó una carrerita y se situó delante de ella, bloqueándole el paso.

– Así que sólo me utilizaste para pasar un buen rato -le dijo-. No pensé que fueras tan calculadora.

– Yo no te he utili… -Lily cerró la boca, pero sus ojos reflejaban el torbellino de emociones confusas que estaba conteniendo: rabia, frustración, dudas e inseguridad. Y, por detrás de todo, una atracción innegable.

– Sé que sentiste algo, Lily -dijo él suavizando la voz al tiempo que le agarraba la mano de nuevo-. Yo estaba contigo. Puede que al principio sólo fuese sexo, pero al final fue algo más.

Era agradable volver a tocarla, pensó Brian.

De hecho, le estaba costando horrores no estrecharla entre los brazos y acabar con esa estúpida discusión con un beso.

– No mezcles las cosas -dijo ella con un ligero quiebro en la voz-. Lo de esa noche fue un error y esto es un tema aparte.

– Bueno, entonces acordemos que los dos vamos a hacer nuestro trabajo lo mejor que podamos. Yo seguiré detrás de Patterson y tú intentarás impedírmelo. Por mí no hay problema. Que gane el mejor.

– Fue sexo -murmuró Lily.

– Eso quisieras. Intentas convencerte de que sólo me utilizaste, sólo querías pasar un rato agradable y marcharte. Pero no me vas a engañar. Te vi, Lily. Te sentí. Y ahora mismo, mientras me miras, te estás preguntando qué podrías hacer para que volviera a ocurrir.

– ¡Basta! -gritó Lily-, ¡Me voy!, ¡me voy ahora mismo y no quiero volver a verte!

Fue a cruzar la calle, pero estaba tan enojada, que no se fijó en el tráfico. Brian la sujetó justo antes de poner el pie en la calzada. Le dio un tirón hacia atrás y un coche le pasó casi rozando.

– Lily, cuidado. No puedes lanzarte a la calle…

– ¡Suéltame!

Frustrado, le agarró el otro brazo, la aplastó contra el pecho y la besó con fuerza. Al principio se resistió, pero cuando Brian redujo la presión, Lily se aflojó. Un gemido débil escapó de sus labios, plantó las manos en su torso y las entrelazó detrás del cuello. Brian había olvidado lo embriagadora que era, cuánto le costaba pensar en cuanto sus lenguas entraban en contacto.

Había besado a muchas mujeres y se consideraba muy diestro. Pero, con Lily, besar era algo más que el primer paso de la seducción. Había una especie de comunicación silenciosa, la oportunidad de compartir algo íntimo que nunca había compartido con ninguna mujer.