– Pagaré yo -Brian agarró el auricular y llamó al servicio de habitaciones-. Sí, queremos dos filetes a la plancha con patatas asadas, crema de plátano de postre y una botella de su mejor champán. Ah, y un cóctel de gambas y unas ostras -añadió antes de facilitar el número de su tarjeta de crédito.
– Quería una ensalada -dijo Lily.
– Lástima. Pago yo, así que tendrás que comer lo que he pedido.
– No hay quien te aguante.
– Y todavía no me conoces -contestó Brian-. Bien, querías saber qué cosas tengo contra Patterson. Sé que la adjudicación del proyecto Wellston no ha sido transparente. Sobornos, primas en negro, enchufes. Ese proyecto es muy apetitoso. Tres contratistas han intentado conseguirlo durante años y no han podido. De pronto llega Patterson y se lo lleva. Huele mal.
– ¿Qué pruebas tienes?
– Ninguna… todavía. Pero las hay. Solo tengo que encontrarlas. Ahora, cambiemos de tema.
– Siguiente pregunta -dijo Lily-. ¿Qué…?
– No -interrumpió Brian-. Ya te he dicho qué puedo utilizar contra Patterson y qué pruebas tengo. Dos preguntas, dos respuestas.
Frustrada, Lily se levantó y fue hacia el dormitorio.
– Voy a cambiarme. Cuando vuelva, será un placer si te he perdido de vista.
Lily entro en la habitación, cerró la puerta y se apoyó contra ella un segundo para tomar aire. No podía negar que estaba entusiasmada por volver a ver a Brian. Aunque su presencia la distrajera, tenía un encanto especial que la desarmaba. El pelo negro que le caía de vez en cuando sobre la cara. Esos ojos entre verdes y dorados. Y el cuerpo. Definitivamente, tenía un cuerpo increíble.
Si no fuese una idea absurda, habría considerado la posibilidad de prolongar su relación algo más de tiempo. Suspiró. Luego fue al armario, sacó una camiseta y unos vaqueros. Se quitó la chaqueta y la falda, y se fue desabrochando la blusa camino del baño.
Una vez dentro, abrió el grifo y se lavó la cara. Después se quitó las medias antes de volver al dormitorio.
– Había olvidado lo bonita que eres. Se quedó sin respiración al ver a Brian en el umbral. Se quedaron mirándose unos segundos, marcados por los golpes que le daba el corazón. Le daba miedo moverse, respirar. Hasta que, por fin, emitió un gemido delicado y fue como una rendición. Acto seguido, se acercaron. Brian la agarró con ambos brazos, ella se dejó caer contra su cuerpo, sus bocas se encontraron en un beso desesperado. Brian pasó las manos con desesperación de arriba abajo, por la espalda, sobre el sostén negro, bajo la camisa, alrededor de las caderas.
Aunque sabía que debía oponerle resistencia, Lily no consiguió intentarlo siquiera. Le encantaba el sabor de su boca, sentir sus manos tocándola. La sangre corría por sus venas como un torrente desbocado, despertando cada nervio, hasta que la caricia más sencilla provocaba una oleada de placer en su interior.
La agarró por el trasero y la levantó. Lily le rodeó la cintura con las piernas. Sin dejar de besarse, Brian avanzó hacia la cama, pero se paró a medio camino para apretarla contra una pared. Chocaron cadera contra cadera. Lily se arqueó hacia él, recordando la deliciosa sensación de tenerlo dentro, el momento enloquecedor de la liberación final.
Le abrió la camisa, ansiosa por palparle el torso desnudo y él le bajó la blusa de los hombros, que pasó a explorar con la boca.
– ¡Dios!, ¿qué me estás haciendo? -murmuró Brian. Entonces, tan rápidamente como había empezado, frenó. Posó los labios sobre los hombros de Lily mientras recuperaba el aliento-. ¿Vamos a volver a hacerlo?
– Sí -dijo ella un instante antes de agarrarle la cara y besarlo de nuevo.
– Sí -repitió Brian. devorándola sin más reservas. De pronto, se retiro-. No.
– ¿No?
Lentamente, la devolvió al suelo. Luego le ajustó como pudo la ropa hasta poder abrocharle los botones de arriba.
– Aunque nada me gustaría más que pasar la noche en la cama contigo, creo que tenemos que aprender a controlarnos -Brian soltó una risa de incredulidad-. No puedo creer que yo esté diciendo esto. Estoy a punto de arrancarte esa blusa de un tirón… Será mejor que me vaya. Nos… vemos. Cenamos otro día. En un restaurante. Abarrotado y con mucha luz -añadió. Luego le dio un beso, se alisó la ropa y salió del cuarto.
Lily oyó cerrarse la puerta de la suite, se recostó contra la pared y esperó a que el corazón volviese a latirle a un ritmo normal. Se llevó las manos a los labios y suspiró. Todavía podía saborearlo, olerlo, sentir su cuerpo contra el de ella. No había sido un sueño, había estado ahí y habían estado a punto de volver a perder el control.
No supo cuánto tiempo permaneció allí, esperando a recuperar el resuello. Tenía los ojos cerrados cuando oyó que llamaban a la puerta. Por un momento, pensó en no contestar, convencida de que, si volvía a dejarlo pasar, acabarían en la cama. Pero luego comprendió que lo deseaba… más allá de toda lógica.
Corrió hacia la puerta, abrió. Pero sólo era el camarero del servicio de habitaciones.
– Buenas noches, señorita Gallagher. Traigo su cena.
Lily se echó a un lado mientras el hombre metía el carrito en el salón. Cuando consiguió superar la decepción, el camarero ya había servido la comida y estaba saliendo. Luego, una vez a solas, probó la crema de plátano.
Por ahí habían empezado los problemas. Siempre quería el postre antes que los entrantes y la comida. Con Brian, se había centrado en obtener una gratificación inmediata, convencida de que sólo quería sexo con él. Pero en esos momentos se preguntaba qué habría ocurrido si hubiese hecho las cosas siguiendo el orden correcto.
Se llevó la cuchara a la boca y dejó que la crema de plátano se le derritiera en la lengua.
– Esto es mucho mejor que el sexo -murmuró-. Sólo necesito tomar más postres. Y conseguiré que desaparezcan estos sentimientos disparatados.
Capítulo 4
– Necesito a la diosa de la cámara -Brian se puso la chaqueta, abrió el cajón del escritorio en busca de una corbata. Le gustaba dar una imagen respetable en directo, pero las noticias no siempre surgían cuando se estaba bien vestido. Salió del despacho, atravesó el departamento de redacción y encontró a Taneesha en la sala de montaje-. Venga, tenemos que irnos.
– Tengo que tener esta pieza editada a mediodía -dijo ella, levantando la mirada del monitor-. Quieren ponerla en el telediario de las seis.
– Esto es más importante -dijo él-. Jerry puede terminarla por ti. ¿Puedes, verdad? -añadió dirigiéndose a este.
Jerry asintió con la cabeza y Taneesha se levantó.
– ¿Qué pasa? -preguntó mientras seguía a Brian.
– Un juez acaba de dictar una orden de requerimiento contra el proyecto portuario de Patterson. Alega irregularidades en la financiación y ha ordenado que se abra una investigación. Dave me va a conseguir una transcripción del informe judicial. Tenemos que preguntarle a Patterson qué piensa. Grabar su reacción.
– Quinn, el director de informativos y la junta directiva del canal te han pedido que te olvides de Patterson. Si le plantamos una cámara en la cara, se nos va a volver en contra. Nos acusará de hostigamiento si no tienes cuidado.
– Asumo toda la responsabilidad -dijo él-. Vamos en la furgoneta de Bob. Tienes que conseguirme una buena imagen. Te digo que tenemos una historia.
Taneesha aceptó a regañadientes, aceleró el paso mientras iban al aparcamiento. Tal como había prometido, Bob los estaba esperando con el motor en marcha. Taneesha era la mejor cámara del canal y, para Brian, Bob era el mejor conductor. Sabía hacerse hueco entre los coches, sorteando los atascos para llegar de los estudios al distrito financiero en diez minutos. Aparcó en una zona donde estaba prohibido estacionar, frente a las oficinas de Patterson.