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– Bueno, ¿cómo vamos a hacerlo?

– Patterson tiene una reunión con sus inversores esta tarde en su club. Está previsto que su chofer lo recoja aquí dentro de unos minutos – Brian apuntó hacia un Lincoln aparcado frente a ellos-. Ese es su coche. Así que supongo que tiene que pasar por aquí.

– ¿Cómo te has enterado de la reunión? – preguntó Taneesha mientras agarraba la cámara. Comprobó la batería y se la cargó al hombro.

– El dueño de la empresa que le alquila los coches a Patterson es un viejo amigo del instituto. Una vez robamos un televisor juntos.

– ¿Robaste un televisor? -preguntó asombrada ella.

– Estaba a mano en un camión de reparto con las puertas abiertas. De pequeño tenía muy malos impulsos.

– No creas que has cambiado tanto -murmuró Taneesha mientras Brian miraba hacia la entrada de las oficinas.

– Verá nuestra furgoneta cuando salga. Si se da la vuelta y sale corriendo, grábalo también. El hecho de que no quiera dirigirse a los medios de comunicación será significativo de por sí – dijo justo antes de que se abrieran las puertas-. Ahí está, prepárate.

Pero, cuando ya iba a salir de la furgoneta, reparó en una mujer que salía del edificio tras Patterson. Lily. Brian se quedó helado, incapaz de moverse durante unos segundos.

– ¡Quinn! -susurró Taneesha.

– ¿Qué?

– Si no sales ahora mismo, no tendré tiempo de enfocarlo. ¡Venga! -lo apremió. Brian abrió la puerta de la furgoneta, se apeó, agarró el micrófono y lo encendió. Taneesha lo siguió con la cámara-. Lo tengo. Adelante.

Brian clavó los ojos en Patterson, por miedo a mirar siquiera a Lily. Era la peor distracción que podía imaginarse, con su traje de negocios convencional y el moño remilgado tras la nuca. Pensó en quitarle las horquillas y… Dios, tenía que concentrarse.

– Señor Patterson -lo atajo-. El juez Ramírez ha dictado orden de requerimiento contra el proyecto portuario. ¿Alguna declaración?

– Sin comentarios -gruñó Patterson, mirando directamente a la cámara.

– Afirma que una comisión de expertos independientes ha descubierto irregularidades económicas. ¿Le importa explicar a qué se refiere?

– Sin comentarios -repitió él, acelerando el paso.

– ¿Cuanto dinero aportó su empresa a la última campaña del senador Jerry Morgan?, ¿esperaba favores a cambio?

Patterson se metió en el coche y cerró de un portazo.

– El señor Patterson tiene una reunión, pero responderé encantada a cualquier pregunta que tenga -intervino Lily. Aunque sonreía, sus ojos delataban que estaba enojada-. Las aportaciones del señor Patterson a la campaña de Jerry Morgan son de dominio público. En cuanto al requerimiento, confiamos en responder satisfactoriamente a cualquier pregunta del tribunal. El proyecto portuario ofrecerá trabajo a centenares de personas y el señor Patterson considera que ayudará a los ciudadanos de Boston en estos tiempos de dificultades económicas. Si tiene más preguntas, no dude en llamarme para concertar una entrevista, gracias.

– ¿Su nombre, por favor? -preguntó Brian.

– Lily Gallagher. G-a-1-l-a-g-h-e-r. Lily, con una ele -precisó con sarcasmo.

Luego se dio la vuelta y echó a andar hacia las oficinas. Brian la siguió con la mirada, atento al contoneo seductor de sus caderas y al movimiento del trasero.

– Me estoy helando -dijo Tanecsha, girándose hacia la furgoneta-. Ha sido una pérdida de tiempo. Un comentario de la dama de hielo y punto.

¿La dama de hielo? La descripción no podía estar más alejada de la realidad, pensó Brian. Pero no estaba dispuesto a decirle a su compañera que Lily era capaz de generar más calor que ninguna otra mujer a la que hubiera tocado. Le bastaba oler su cabello o el sonido de su voz para hacer que la deseara.

– Fin de la grabación -murmuró al tiempo que le entregaba el micrófono a Taneesha-. Te veo a la vuelta en los estudios -añadió justo antes de correr hacia la entrada.

– ¿Adonde vas? -gritó ella.

– Quiero hacer un par de preguntas más – Brian se despidió con un movimiento de la mano y no dejó de correr hasta alcanzar a Lily en el ascensor-. Hola, Lily. Lily, ¿verdad? Lily G a 11 a g h e r -repitió con ironía.

– No… no tengo nada más que decirte – contestó ella, cruzando los brazos sobre el pecho.

– Te dije que no me echaría atrás -le recordó Brian-. La gente está empezando a hablar de Patterson. Es cuestión de tiempo, Lily. No puedes salvar a este tipo.

– Voy a hacer mi trabajo -respondió con más firmeza que antes.

– Y yo el mío -Brian le agarró un brazo-. ¿Has comido ya? Conozco una marisquería estupenda a dos pasos de aquí. Venga, te encantará.

Lily miró los dedos de Brian. Luego, de pronto, se soltó.

– ¡No! No voy a comer contigo. No pienso ir a ningún lado contigo. Tú y yo no vamos a vernos salvo cuando me dirija a los medios en representación de los intereses de Patterson.

Pulsó el botón del ascensor con reiteración, como si estuviese desesperada por separarse de Brian, pero las puertas seguían sin abrirse. Segundos después, apareció un técnico de mantenimiento con una caja de herramientas.

– Está estropeado -anuncio-. Algún idiota le ha dado al botón de parada y ahora no arranca. Pueden esperar al otro o subir por las escaleras.

– Me han contratado para hacer un trabajo y voy a hacerlo -insistió Lily mientras empujaba la puerta que daba acceso a las escaleras.

– ¿No tienes ningún reparo ético en defenderlo? -Brian la siguió al trote.

– ¿De qué estamos hablando?, ¿de un pedazo de tierra con vistas al agua? -replicó Lily tras llegar al primer descansillo-. No estamos hablando de guerras, enfermedades o hambruna. Hablamos de un centro comercial, unos restaurantes y unos chalés. Creo que eres tú quien debería ver las cosas en perspectiva. ¿Por qué no investigas a un narcotraficante o a un asesino?

Brian la miró intensamente. Estaba harto de hablar de trabajo. Había cosas mucho más interesantes de las que hablar con Lily.

– Ahora mismo estás pensando en besarme, no digas que no -la desafió.

– ¿Qué? -preguntó sorprendida ella.

– Ya me has oído -Brian miró el hueco de las escaleras y frunció el ceño-. ¿Se puede saber qué hacemos aquí? El despacho de Patterson está en la planta veinte.

– Estoy en forma -Lily subió al trote otro tramo de escaleras y Brian maldijo en voz baja. Aunque estaba entrenado, veinte pisos eran muchos pisos. Después de perseguirla tanto tiempo, quizá no le quedaran energías para besarla. Por fin, se quitó la chaqueta de mala gana, la dejó en el suelo y continuó subiendo.

– No pasa nada por que lo reconozcas -le dijo.

– ¿El qué?

– Que te gusto. A mí no me da miedo admitir que me gustas.

Lily se paró en el siguiente rellano. Muy despacio, se dio la vuelta, empezó a bajar escalones. Pero, cuando estaba ya frente a él, se tropezó y perdió el equilibrio. Brian la sujetó a tiempo entre sus brazos, amortiguando el peso de su cuerpo contra el torso. Luego la miró, sonrió y esperó a que se rindiera y le ofreciese los labios para besarla. Cinco segundos después, seguía esperando.

– ¿Ahora quién es el que está pensando en besar a quién? -contestó ella con una sonrisa débil-. Esto es la guerra. Y al enemigo ni agua.

– No tiene por qué ser la guerra -dijo Brian, echándose hacia adelante para rozar sus labios. Espero un momento, convencido de que se apartaría, pero no lo hizo. Cuando rodeó el perímetro de su boca con la lengua, Lily dudó, pero terminó abriéndola para darle la bienvenida.

Brian la agarró por la cintura, la apoyó contra la pared y le sujetó la cara entre las manos. El beso creció en intensidad mientras Lily deslizaba las manos por el torso de él. Besar a Lily siempre era una aventura. Nunca estaba seguro de cómo respondería, pero, cuando accedía a corresponderle, era como si un volcán de deseo explotara en su interior de inmediato.