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– Seguro -dijo Liam-. Riddoc Quinn era el chico más listo de Irlanda.

– Pero no sólo sabía lo que había aprendido en los libros. Comprendía a los demás, sus defectos y virtudes, pues había hablado con muchas personas en su búsqueda de conocimiento y había aprendido de todos ellos -prosiguió Brendan-. Así que Aodhfin hizo llamar a Riddoc Quinn para que fuese a su casa, un castillo oscuro en medio del bosque. El viejo hechicero no podía creerse que aquel chico harapiento fuese la persona que buscaba. «He oído que eres muy sabio», dijo el hechicero. Riddoc asintió con la cabeza. «Entonces dejaré la decisión en tus manos», dijo el hechicero. «Elige entre mis dos hijas cuál será una gran hechicera. Pero antes has de decirme cómo piensas decidirlo». Riddoc se quedó pensando un buen rato. «Les haré tres pruebas», contestó. «Y deberán responder con sinceridad».

– ¿Pruebas?, ¿como los dictados del colegio? Qué historia más tonta. Yo quiero la de Odran -protestó Sean.

– Es la forma más justa de decidir -contestó Brian.

– El día de las pruebas se acercaba y al hechicero le daba miedo que Riddoc no fuese la persona adecuada. Al fin y al cabo, no poseía poderes mágicos. Sólo era un chico normal y corriente. Quizá fuese mejor recurrir a la magia, a una poción o un conjuro que lo ayudara a tomar la decisión. Para la primera prueba, Riddoc colocó tres objetos en una mesa: un rubí, una perla y una simple piedra alisada por el mar. Cuando les pidió que eligiesen la piedra más bella, Maighdlin no dudó en escoger el rubí, pues era la de más valor. Pero cuando le preguntó a Macha, eligió la piedra del mar.

– Macha es tonta -dijo Sean-. No puede ser hechicera.

– Eso creía el hechicero también -continuó Brendan-. ¿Cómo iba Macha a ser hechicera si ni siquiera era capaz de reconocer el valor de una joya? Pero Riddoc advirtió que Macha reconocía la belleza de las cosas sencillas. La siguiente prueba fue más difícil. Riddoc presentó tres hombres ante las chicas: un caballero apuesto, un comerciante adinerado y un monje. Le dio una bolsa de monedas de oro a Maighdlin y le pidió que se las diera al hombre que más las necesitaba. Pero Maighdlin no estaba dispuesta a dejarse engañar. Le dio un tercio al caballero para que la protegiese, un tercio al comerciante a cambio de una aventura de seda y otro al monje para que velara por su espíritu. Cuando Macha entró en la sala y se enfrentó a la misma elección, se quedó con las monedas de oro. «No puedo dar el dinero a ninguno de estos hombres, pues ninguno de ellos lo necesita», explicó. «El caballero está protegido por su linaje. el comerciante se gana la vida con los productos que vende. Y el monje ha hecho voto de pobreza. ¿Dónde está el campesino pobre que se ha quedado sin cosecha o la madre sin medios para alimentar a sus hijos?»

Brian se acurrucó en la cama, se cubrió con la colcha hasta la barbilla. Las ventanas seguían retemblando por el viento, pero, mientras oía la historia de Brendan, era como si el mundo real desapareciese. Podía imaginarse el castillo del hechicero, el bosque arbolado. Veía la casita de campo de Roddic junto al acantilado. Aunque había nacido en Irlanda, no recordaba nada del país. Pero en esos momentos lo sentía en las venas.

– El viejo hechicero suspiró. Macha era demasiado compasiva para manejar los poderes de la magia. Pero Riddoc supo que Macha era amable, generosa y comprensiva con los menos afortunados. Sólo le quedaba por plantearles la última prueba. «Hacedme una pregunta», les dijo. «Sobre lo que deseéis saber más que ninguna otra cosa». Ambas permanecieron en silencio un buen rato. «¿Seré la hechicera más poderosa de Irlanda?», preguntó por fin Maighdlin. «¿Encontraré el amor verdadero?», quiso saber Macha. Lo cual demostró lo que Riddoc ya sabía: Macha tenía el corazón más puro. Entonces se giró hacia el hechicero y le dijo que debía concederle sus poderes a Macha.

– Qué empalagoso -murmuró Sean-. Supongo que ahora Riddoc la besará, se enamorarán y se casarán.

_Todavía no -dijo Brendan-. Porque antes de morir el hechicero. Maighdlin se llevó a Macha bosque adentro y la abandonó en medio de la espesura, convencida de que la devorarían los lobos o se moriría de hambre.

– ¿Se murió? -preguntó Sean.

– No. Porque Riddoc ya había imaginado que Maighdlin intentaría hacerle daño. Vigilaba a Macha y seguía a las hermanas allá donde fueran. Y la rescató del bosque. La devolvió al castillo y le contó al hechicero la maldad de Maighdlin. Sólo entonces supo el hechicero la respuesta a su pregunta. Ya podría morir tranquilo. Así que Macha se convirtió en hechicera. Y Riddoc en su consejero de más confianza.

– ¿Y Maighdlin? -preguntó Brian.

– Se convirtió en una rana. Una rana resbaladiza con nariz morada.

Brian rió, Liam también soltó una risilla. Sean parpadeó confundido:

– ¿No intentó convertir a Riddoc en sapo?

– No, era demasiado listo para permitírselo -contesto Brendan. Carraspeó y continuó con la historia-. Al cabo de un tiempo, Macha y Riddoc se casaron. Y tuvieron hijos, que tuvieron hijos, que tuvieron hijos. Pero ninguno de ellos necesitaron poderes mágicos, pues heredaron algo más valioso de su padre: una mente despierta y sed de conocimiento.

– ¿Estás seguro de que Riddoc no tiró a Macha por el acantilado? -pregunto Sean-. Quizá se la llevó al bosque y le cortó la cabeza. Papá cuenta las historias de otra forma.

– Esta historia es mía, no de papá.

Brendan siempre contaba las historias de los increíbles Quinn de otra forma, pensó Brian. En sus versiones, las mujeres no eran siempre las villanas.

– A mí me gusta como la has contado.

– Me alegro. Así que ya sabéis que descendemos de reyes y princesas, caballeros y damas, campesinos sencillos y hechiceras poderosas – Brendan se levantó de la cama y tapó con la colcha a los tres hermanos-. Hora de dormir. Es tarde -añadió justo antes de salir de la habitación y apagarles la luz.

Se quedaron a oscuras. Sean se dio la vuelta, tirando de las sábanas. Liam se volteó también, acurrucándose contra Brian en busca de calor y seguridad. Brian le pasó un brazo sobre la cabeza y se quedo mirando al techo. Seguía pensando en la historia de Riddoc Quinn. Le gustaba: el chico listo y la hechicera viviendo en el castillo del bosque.

– ¿Crees que papá está bien? -preguntó Liam con timidez.

– Papá es un Quinn. Es como Riddoc. Es listo -murmuró Brian.

– Tengo miedo. ¿Qué pasa si no vuelve? Vendrán a casa y nos separarán. No volveremos a vernos -dijo con voz trémula, a punto de llorar.

– Conor no lo permitiría -dijo Brian al tiempo que acariciaba el pelo de su hermano pequeño-. Siempre estaremos juntos. No te preocupes, Li.

El chiquillo emitió un pequeño sollozo y se hizo un ovillo bajo la sábana. Brian cerró los ojos. Pero no consiguió conciliar el sueño. Cuando la casa se quedó en silencio, salió de la cama, agarró el abrigo de invierno y se lo puso para guarecerse del frío. Mientras pasaba por delante de la otra habitación, asomó la cabeza y vio a sus hermanos mayores tendidos en sus camas.