– ¡Lily!, ¿has visto el Herald? -preguntó Richard cuando la vio entrar.
– Sí.
– Me habría gustado poder ponerlo más cerca de la portada, pero la página doce está bastante bien. Le hará daño.
Lily respiró hondo antes de hablar. No le serviría de nada dirigirse a Patterson a gritos.
– La última vez que hablamos, llegamos a un acuerdo. Te pedí que no interfirieras, que me dejaras ocuparme de tus asuntos para que te ayudase con tu… problemilla.
– Sólo le comenté a un amigo lo que sabía -Patterson levantó las manos haciéndose el inocente-. Se lo habrá contado a la prensa.
– No me vengas con cuentos -replicó Lily-. Sé lo que has hecho. Hiciste una copia del informe y se la diste a un amigo que, a su vez, la ha filtrado al Herald.
Patterson pareció sorprendido por la sagacidad de Lily… y por la falta de respeto con que le hablaba. Pero a Lily le daba igual. Como si la despedía. Aunque aquel encargo podía aportar una buena inyección de dinero a DeLay Scoville, si Patterson la echaba, podría volver a Chicago sin tener que reconocer que no había sido capaz de defenderlo. Siempre podía alegar que era un cliente muy difícil.
– Y no me amenaces con despedirme porque dimitiré antes de que tengas oportunidad de hacerlo -lo avisó Lily.
– ¿Por qué estás tan enfadada? Esto nos da una ventaja.
– Si hubiese querido utilizar esa información, y no digo que lo hubiera hecho, habría sido después, para contestar cualquier noticia que diese. Ahora, no tengo nada que utilizar si destapa algo contra nosotros. En un par de días se habrán olvidado del artículo y no tendremos nada para defendernos.
– No será tan grave como dices -dijo Richard a la defensiva, consciente del error que había cometido-. Siempre puedo pedirle al detective que busque más trapos sucios.
– ¿Y si lo vuelven en tu contra?
– No pueden.
– Por supuesto que pueden. En los medios de comunicación hay mucho corporativismo. Y quizá tengamos que explicar por qué has urdido esta venganza personal contra un periodista. Te describirán como una persona rastrera y rencorosa.
– Pues arréglalo -contestó Patterson entre dientes-. Para eso te he contratado, ¿no?
Lily asintió con la cabeza, se dio media vuelta y se marchó. Fue directamente a su propio despacho, agarró su bolso y se acercó a la mesa de Marie.
– Cancela todas mis citas para esta tarde -le dijo.
– ¿Adonde vas? -preguntó la ayudante.
Lily sabía lo que tenía que hacer y la perspectiva no le agradaba. Cada vez que pensaba que podría olvidarse de Brian Quinn, surgía alguna razón para volver a verlo. Quizá, en el fondo, se alegrase de que Patterson hubiese filtrado la historia. Quizá, inconscientemente, quería volver a ver a Brian una vez más.
Mientras bajaba en el ascensor, se preguntó cómo habría reaccionado al ver el artículo publicado. ¿Estaría furioso… o decepcionado? Estaba convencida de que le echaría la culpa a ella. Y, aunque tendría que aceptar que estuviera enfadado, necesitaba dejarle claro que no había querido hacerle daño. Sabía que era un buen hombre que intentaba hacer bien su trabajo. No se merecía que el pasado se le volviera en contra.
Una vez en la calle, paró un taxi y entró.
– A WBTN, el canal de televisión. Está en el Congreso. No sé exactamente…
– Conozco el sitio -dijo el conductor. Se incorporó a la circulación y apretó el acelerador. Lily se recostó en el asiento y trató de pensar qué le diría a Brian cuando estuviese frente a él. Quizá no fuese tan buena idea. Al fin y al cabo, no tenía por qué disculparse. ¿No era él quien decía que no había reglas?
Quizá no fuera más que una excusa para volver a verlo. Lily no podía negar que había estado pensando en él. Y no cualquier tipo de pensamientos. En concreto, no había parado de imaginar escenas en las que los dos aparecían con muy poca ropa y menos inhibiciones todavía.
Era como si se hubiese vuelto adicta a esa clase de fantasías. No podía evitarlas y, sin embargo, era consciente de lo peligrosas que podían ser. Necesitaba tocarlo, saborear su boca, deslizar las manos por su cuerpo. Estar con Brian la hacía sentirse traviesa, sensual, más viva de lo que jamás se había sentido antes con ningún hombre. Y, aunque los cinco sentidos le decían que se mantuviera alejada, el instinto la empujaba a buscarlo.
Intentó dejar la cabeza en blanco, pero las fantasías siguieron perturbándola, aumentándole el ritmo de los latidos, la temperatura de la sangre. Cuando el taxi se paró frente a los estudios de televisión, estuvo a punto de pedirle al conductor que diera la vuelta y la llevase de regreso a su despacho. Pero le pagó, se apeó del coche y, lentamente, atravesó la entrada de los estudios.
– Necesito ver a Brian Quinn -le dijo a la recepcionista.
– ¿Tiene una cita?
– No. Pero, si está aquí, dígale que Lily Gallagher quiere verlo. Supongo que estará esperándome.
La recepcionista pulsó unos botones y habló por el micro de los cascos que tenía en la cabeza.
– Lily Gallagher quiere verte -dijo-. De acuerdo, en seguida sale -añadió al cabo de unos segundos, dirigiéndose a Lily.
Un minuto después, se abrió una puerta y apareció Brian. Lily sintió como si una descarga eléctrica le recorriera el cuerpo. No sabía cómo se las arreglaba para estar más atractivo cada vez que lo veía. En esos momentos llevaba una camisa azul, con el botón del cuello desabrochado y las mangas subidas, y unos pantalones a la medida que acentuaban su cintura estrecha.
Brian se paró a unos diez metros de ella. Tenía el pelo enmarañado, como si se hubiese estado pasando la mano por él, y Lily tuvo que contener las ganas de acariciarlo con sus propios dedos.
– Hola -acertó a decir ella.
– ¿A qué has venido? -preguntó Brian, enarcando una ceja.
– ¿Podemos hablar en privado?
– No creo que tengamos nada que decirnos -contestó él. Era evidente que estaba enfadado.
– Has visto el artículo del Herald, ¿verdad?
– Yo y todos mis compañeros.
– ¿Podemos hablar, por favor? Necesito explicártelo.
Brian asintió con la cabeza, se dio media vuelta y traspasó una puerta. Lily lo siguió. Cruzaron un pasillo largo, Lily varios pasos por detrás, hasta que Brian empujó una puerta. La sujetó para dejar que Lily pasase primero y entro en una habitación sin muebles, con las paredes enmoquetadas. Un cristal daba a la sala de control.
– ¿Qué es esto?
– Una sala de grabación -Brian cerró la persiana que había frente al cristal y se giró hacia Lily-. Di lo que has venido a decir -murmuró.
– Lo siento -se disculpó ella-. Sé que crees que he sido yo, pero no es verdad. Tenía la información, pero no creo que la hubiera utilizado. Tengo ciertos principios, al margen de lo que puedas pensar ahora.
– ¿Quién ha filtrado la historia? -quiso saber Brian.
– No puedo decírtelo.
– Así que entre tus principios no está decir la verdad -replicó él.
– ¿Quién crees que lo hizo? -preguntó Lily.
– Creo que algún colega de Patterson dio el soplo a algún periodista, con cuidado de no dejar pistas.
– No puedo desmentirlo ni confirmarlo – contestó ella, esbozando una leve sonrisa-. Lo único que puedo decir es que espero que no te cause muchos problemas. He manejado situaciones como estas con anterioridad. Habrá unos cuantos rumores, se hablará durante un tiempo, pero se olvidarán. No es que hayas cometido un asesinato o te hayas acostado con una prostituta. Simplemente tenías demasiadas energías mal encauzadas de pequeño.