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– El director de noticias me ha parado nada más entrar a trabajar esta mañana. Le preocupa mi imagen y están pensando en quitarme de en medio una temporada.

– Lo siento -Lily estiró un brazo para acariciarlo, pero Brian se apartó.

– ¿De verdad te importa?

Lily lo miró a los ojos y, de pronto, supo que no sólo estaban hablando del informe.

– Por… por supuesto. No quiero que te hagan daño.

Se quedaron callados unos segundos, tanteándose, y luego, como si hubiese explotado una bomba, se lanzaron en brazos del otro. Brian le agarró la cara con ambas manos y se apoderó de su boca en un beso exigente. Lily plantó las manos sobre su torso, ansiosa por volver a sentir su piel.

La empujó contra una de las paredes y apretó las caderas contra las de ella para que no le cupiese duda de lo excitado que estaba. Lily bajó la mano para tocarlo justo ahí. Necesitaba comprobar por sí misma que seguía deseándola tanto como lo deseaba ella a él.

Despacio, lo acarició por encima de los pantalones mientras Brian seguía besándola. Luego él le apartó la mano, le agarró ambas muñecas y las clavó contra la pared por encima de la cabeza. Y empezó a desabrocharle la blusa.

Lily gimió cuando le desabrochó el sujetador y lo aparto para dejar expuestos sus pechos. Después sintió la boca de Brian sobre sus pezones. ¿Cómo iba a resistirse a las enloquecedoras sensaciones que estremecían su cuerpo? Brian la hacía temblar de deseo. Cuando estaba con él, apenas podía respirar, necesitaba tocarlo con urgencia.

Pero, tan pronto como había empezado, finalizó. Brian se separó, se puso firme y, con sumo cuidado, se aliso la ropa. Exhaló un suspiro entrecortado mientras miraba el escote abierto de Lily.

– No podemos hacerlo aquí. Ya tengo bastantes líos.

– Bésame otra vez -susurró ella, acariciándole una mejilla.

Brian obedeció, pero, en esa ocasión, el contacto fue menos desesperado. Esa vez fue un roce dulce, delicado.

– No podemos seguir así -murmuró él apoyando la frente sobre la de Lily-. Quiero algo más.

– ¿Qué es lo que quieres? Dímelo y te lo daré

– Quiero… una cita -contestó mirándola a los ojos-. Algo normal. Te recojo, salimos. Nos conocemos mejor. Quizá descubramos que entre nosotros hay algo más que…

– Pasión.

– Exacto.

– Creía que en la limusina acordamos que…

– Voy a llamarte -interrumpió él al tiempo que le abrochaba los botones de la blusa-. Y vamos a salir juntos.

Lily dudó. Aquello no formaba parte del plan. Sabía los peligros a los que se exponía si intentaba sacar adelante una relación con Brian. Si todo se reducía a un intercambio sexual, no había riesgos. Pero si compartían algo más, podría hacerle daño. Brian Quinn era la clase de hombre que podía destrozarle el corazón en mil pedazos.

Cambiaba de mujer tanto como de calcetines. Lo había leído en el informe. Perseguía a las mujeres hasta que conseguía conquistarlas y después pasaba a otra. Ya había conocido a hombres así. Lo que no significaba que no se sintiera tentada.

– De acuerdo -aceptó finalmente, justo antes de girarse hacia la puerta.

Un segundo después, notó que Brian la rodeaba por la cintura. Le dio la vuelta despacio. La miró a los ojos. Luego, se acercó y volvió a besarla mientras le acariciaba las mejillas como si no pudiera cansarse de tocarla. Cuando terminó, exhaló un suspiro.

– Ve saliendo.

– ¿Sola?

Brian sonrió y se miro hacia los pantalones.

– Creo que voy a necesitar unos minutos… para relajarme.

– Sí… -Lily se ruborizó-. Bueno, nos vemos luego. Tenemos una cita.

– Te llamaré.

Brian aparcó frente al hotel Eliot y buscó a Lily en la acera. La vio de pie, junto a la puerta, charlando con el botones, y la contempló en silencio. Se había vestido con un bonito vestido de algodón, con una falda de vuelo amplio que se levantaba ligeramente con la brisa del verano. Llevaba el pelo, lleno de rizos, recogido en una cola de caballo con una cinta colorida.

Cuando el sol dio sobre el vestido, se transparentó la tela y pudo intuir la forma de sus piernas.

– Pero qué bonita es -murmuro Brian.

Llevaba toda la semana pensando en ella, pero había retrasado la llamada adrede hasta el día anterior. Había esperado que tomándose cierto tiempo, lograría entender su atracción hacia Lily y, de ese modo, podría controlarla. Pero la única conclusión a la que había llegado era que se trataba de un deseo irracional.

Debía odiarla o, cuando menos, desconfiar de ella. Pero apenas se hablaba ya del artículo del Herald. Lo habían reincorporado al canal y, según los estudios realizados, hasta había mejorado su imagen al ser considerado un hombre corriente, con el que cualquiera podía identificarse.

Así que, en esos momentos, estaban en una especie de tregua profesional y en un cruce de caminos personal. Quizá, tras la primera cita, consiguiera por fin alguna pista. Brian tocó el claxon y Lily se giró hacia él. Salió del coche a recibirla. Teniendo en cuenta su último encuentro en los estudios de televisión, no sabía qué ocurriría entre ambos. Pero Lily lo saludó con una sonrisa.

– Hola.

– Hola, ¿estás lista?

– Sí. Aunque no estoy segura para qué. Brian rodeó el coche y le abrió la puerta. Antes de que entrase, la rodeó por la cintura y se la acerco para darle un beso fugaz. Lily no se resistió. Levantó la cabeza y le devolvió el beso. Así debían ser las cosas, pensó él. Sencillas, con naturalidad. Cuando separó los labios, sentía que habían limado las asperezas, al menos por ese día. Le agarró el bolso, lo lanzó al asiento trasero y fue hacia la puerta del conductor.

– ¿Adonde vamos? -preguntó Lily cuando ya estaban en marcha.

– Sorpresa -dijo él-. Pero vamos a divertimos, te lo prometo.

– Me alegra que me hayas llamado -comentó Lily-. No estaba segura de que fueras a hacerlo. Quería volver a decirte que siento mucho lo qué pasó.

Brian se encogió de hombros, estiró un brazo y enredo los dedos en el pelo de la nuca de Lily.

– No hablemos de trabajo.

– De acuerdo -convino ella-. Bueno, ¿de qué quieres hablar?

– Tampoco hay que forzarlo -dijo Brian-. Seguro que se nos ocurre algo.

El trayecto se les hizo corto y, tal como había predicho, no les costó encontrar de qué hablar, aunque Brian estaba mucho más ocupado admirando lo bonita que era que dándole conversación. Lily comentó que quería encontrar algo que hacer en el tiempo libre mientras estuviera en Boston y Brian le sugirió algunas cosas. Pero no le propuso, como primera opción, que se pasara cada minuto que tuviese acostándose con él. Y eso a pesar de que le parecía le mejor forma en que podía aprovechar el tiempo. Pero no creía que a Lily le gustara un comentario tan directo en la primera cita. Cuando cruzaron el puente del Congreso, ya casi la había convencido para que recibiera clases de remo.

– Clases de remo -murmuró Lily-. Se me daría bien. En el gimnasio soy una máquina con el aparato de remo.

Brian apuntó por la ventana hacia el Museo Infantil.

– Estamos yendo a Southie -comentó-. Mi barrio.

– ¿Vives aquí?

– Ya no. Tengo un apartamento cerca del canal. Pero crecí aquí.

– ¿Vamos a la casa donde vivías?, ¿sigue en pie?

– ¿Te he hablado de Southie? -preguntó él.

– Lo… leí en el informe.

– Quizá debería leerlo yo también -bromeó Brian-. No querría repetir nada que ya sepas.

– Creía que no íbamos a hablar de trabajo – dijo ella-. Aunque quizá no sea un tema tan importante dentro de poco.

– ¿Por qué lo dices?

– Estoy pensando en traspasarle el trabajo a algún compañero de la agencia -Lily se encogió de hombros-. No estoy segura de que pueda ser todo lo eficiente que debería.