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– Puede -dijo Brian-. Yo solía pensar lo mismo. Pero cuando veo a mis hermanos con las mujeres a las que aman, me pregunto si me estoy perdiendo algo.

Un silencio incómodo se instaló entre los dos. Lyly no sabía que decir. No esperaba que un hombre como Brian hablase tanto de amor.

– La cena estaba riquísima -comentó por fin, cambiando de conversación-. Ya puedo volver diciendo que he probado una auténtica cena de Nueva Inglaterra. A cambio, tendré que enviarte una pizza de Chicago.

– ¿Cuándo crees que te volverás? -Brian la abrazó con fuerza y le hizo una caricia en el pelo con la nariz.

– Supongo que puedes saberlo tú mejor que yo -Lily se encogió de hombros.

– Quizá haya alguna manera de retenerte aquí -repuso él.

Lily levantó la cabeza para mirar a Brian y este aprovechó la ocasión para besarla, demorándose sobre su boca un rato largo. Lily sabía que debía parar, pero hacía tiempo que habían cruzado el límite. ¿Por qué negar que lo deseaba? ¡Se sentía tan bien pegada a él!

Brian le acariciaba la cara mientras aumentaba la presión del beso, cada vez más exigente. Lily ya conocía el sabor de su lengua. Podían encerrarla en una habitación a oscuras con cien hombres y habría reconocido a Brian de inmediato. Con él, cada beso era… perfecto.

Había estado con otros hombres, había tenido otras relaciones, pero todas parecían desaparecer en compañía de Brian. Se había convertido en un hombre especial, alguien en quien deseaba confiar. Pero seguían existiendo muchas barreras entre los dos. Aunque habían conseguido disfrutar de una tarde maravillosa, al día siguiente el trabajo los obligaría a luchar en bandos opuestos.

Brian la tumbó encima de él y Lily cubrió las cabezas de ambos con la manta, creando una burbuja de intimidad.

– Me alegro de haberte traído -murmuró él mientras recorría el cuerpo de Lily con las manos.

– Y yo de haber venido.

– No está mal para una primera cita -dijo Brian y Lily rió.

– Las he tenido peores.

Las luces de la ciudad iluminaban la noche mientras Brian conducía. Lily se había acurrucado contra su cuerpo, cubierta todavía en la manta, mientras echaba una cabezadita. La rodeó con un brazo y la apretó mientras esperaba a que cambiara el disco del semáforo. Luego le dio un beso en el pelo. Olía a sal y a fogata, un aroma más embriagador que cualquier perfume francés. Brian suspiró, extrañado por los sentimientos protectores que tenía hacia ella. Aunque había aceptado la rivalidad que los enfrentaba en el trabajo, esta no afectaba a lo que sentía por Lily. Había sido sincero al decirle que hiciera lo que tuviese que hacer.

Pero eso no significaba, en absoluto, que estuviese enamorándose de ella. Ni hablar. Lo que ocurría era, sencillamente, que Lily era la mujer más fascinante que jamás había conocido. Pero, al igual que con las demás mujeres que habían pasado por su vida, llegaría un momento en que se aburriría de ella… por más que en esos momentos le resultase inimaginable.

Cuando el semáforo se puso verde, giró hacia la avenida Commonwealth, a unas cuantas manzanas del hotel de Lily. ¿Cómo había pasado? Ya había tenido citas con otras mujeres, hasta había mantenido alguna que otra relación decente. Pero nunca había sentido algo parecido. Por más tiempo que pasara con Lily, nunca le resultaba suficiente. Aunque estuvieran una semana entera encerrados en la habitación de un hotel, sospechaba que seguiría deseándola más que el oxigeno que respiraba.

Cuando llegó frente al hotel, paró el motor, estiró un brazo y le acarició la cara con delicadeza.

– Despierta -susurró.

Lily abrió los ojos, se puso firme y lo miró como si no estuviera segura de dónde estaba. Luego sonrió adormilada.

– ¿Estamos en casa?

– Estamos en tu hotel -Brian abrió la puerta y le entrego las llaves al aparcacoches. Luego, rodeó el vehículo para ayudar a salir a Lily. La rodeó por la cintura y entraron juntos en el vestíbulo. El personal de recepción apenas les prestó atención mientras andaban hacia el ascensor. Había pensado dejarla allí, pero al final decidió acompañarla arriba, con la esperanza de obtener un beso de buenas noches.

Entraron en el ascensor. Lily se apoyó contra una de las paredes y lo miró. Brian cambió el peso del cuerpo a la otra pierna. Estaba tenso, se preguntaba si ella también estaría pensando en lo fácil que sería entrar juntos en su suite y hacer el amor toda la noche.

Las puertas del ascensor se abrieron en la tercera planta y ambos salieron. Cuando llegaron a la habitación. Lily le entregó la tarjeta con la que se abría la puerta.

– Debería irme -elijo él.

– Deberías quedarte -contestó Lily. Recupero la tarjeta, abrió, agarró a Brian por la camiseta y lo metió en la habitación-. Sólo un rato.

Aunque sabía que estaba jugando con fuego, no le importó arriesgarse. Le gustaba ese tipo de calor y todavía no se estaba quemando. Gruñó mientras la estrechaba entre los brazos para besarla. Entonces, tras cerrar la puerta, se quedaron totalmente a solas, sin nada que les impidiese llegar a la cama. Pero esa vez no se dejaría arrastrar por el deseo. Esa vez disfrutaría de Lily con calma.

Esta le sacó la camiseta de la cinturilla y empezó a quitarle la chaqueta. Pero Brian le sujetó las manos, se las llevó a los labios y le besó las puntas de los dedos.

– Es nuestra primera cita -dijo él con tono pícaro-. No quisiera que pensaras que soy un hombre fácil.

– Jamás pensaría algo así -respondió sonriente Lily mientras deslizaba una mano por su torso, rumbo al cinturón de los vaqueros-. Eres… muy… duro.

– En el coche parecías cansada -comentó el-. ¿Quieres que te lleve a la cama?

– Estoy cansada, sí -convino Lily. Acto seguido, se agachó para levantarla en brazos. Lily soltó un gritito de sorpresa y rió mientras Brian la llevaba a la habitación. La posó con suavidad sobre la cama.

– ¿Que sueles ponerte para dormir? -preguntó Brian cuando ella se hubo quitado las sandalias.

– Un camisón -Lily frunció el ceño-. Está en el cuarto de baño,

Brian entró en el amplio cuarto de baño y encontró el camisón colgado del pomo. Se paró a examinar las cosas que tenía por la encimera del lavabo, levantó un bote de perfume y lo aspiró. Antes de salir, miró hacia la bañera y pensó si debería sugerirle que se diera un baño… sólo para relajarla antes de dormir. Pero tendría que esperar para otra noche.

Cuando salió, Lily estaba sentada en la cama. Le lanzó el camisón y la puso de pie. Aunque los botones del vestido que llevaba eran pequeños, se las arregló para desabrocharlos.

– ¿Qué haces? -murmuró ella mientras le acariciaba el pelo.

– Te estoy preparando para meterte en la cama.

– Pero no tengo sueño.

– Te has quedado dormida de camino al hotel -Brian se concentró en los botones situados entre sus pechos.

– Este vestido no se saca así -dijo ella. Luego agarró el bajo y, de un suave movimiento, se lo quitó por encima de la cabeza. Se quedó de pie en ropa interior y, por un momento, Brian se quedó sin respiración. No cabía duda de que Lily lo deseaba tanto como él a ella.

Le acarició un hombro despacio, tomándose su tiempo para memorizar la sensación de su piel bajo la yema de los dedos, disfrutando del calor que transmitía su cuerpo.

– Eres preciosa.

Lily lo miró mientras él exploraba sus curvas con los dedos hasta aprendérselas de memoria. Luego la rodeó por la cintura, le dio un beso en el cuello. Lily ladeó la cabeza y suspiró mientras él viraba hacia un hombro.

Desde aquella primera noche en la limusina, había soñado con el momento de volver a hacerle el amor, sin prisas, recreándose. Pero, llegado el momento de la verdad, no estaba seguro de si quería seguir adelante. Seducir a Lily enredaría más una relación que ya estaba bastante liada. Una cosa era una aventura de una noche. Pero eso se había convertido en algo más, algo que no acertaba a definir.