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– Qué bonito -Lily sonrió-. Desde aquí podremos verlo todo.

– Sí -convino Brian-. Rafe decía que era un sitio agradable, pero no pensé que tanto.

– Gracias -dijo Lily tras girarse hacia él, rodeándole la nuca con las manos. Luego vio una mesita situada en un extremo de la azotea y se acercó a ella. Encima había una botella de champán metida en un cubo de hielo picado. También encontró dos cajas de bengalas. Lily se agachó a la nevera que había bajo la mesa, la abrió. Estaba llena de comida, toda presentada con mucha elegancia. Sacó una tabla de quesos y un paquete de galletas-. ¿Lo has preparado tú?

– Si digo que no, ¿te llevarás una desilusión? Rafe dijo que nos dejaría algo, pero supuse que se limitaría a unas cervezas y unos cacahuetes.

– Qué detalle -dijo Lily mientras acariciaba una de las copas de champán.

– Es un buen tipo. A veces creo que se siente obligado a complacernos.

– ¿Por?

– No tuvo el mejor de los comienzos con los Quinn. Y algunos de mis hermanos siguen guardando cierta distancia con él. Pero se casó con Keely, así que ahora es de la familia. Y la trata muy bien, y cuida de mamá.

– Tienes quedarle las gracias -dijo Lily con suavidad.

– Lo haré -Brian se situó tras ella y la rodeó por la cintura.

– Me alegro de estar aquí. Ahora mismo no creo que pudiera estar mejor en ningún otro sitio.

Segundos después, se oyó un sonido sibilante y el primer fuego artificial iluminó la noche. Lily miró maravillada el juego de luces y colores que se formó en el cielo. Se quedaron en silencio mucho tiempo, contemplando el espectáculo, oyendo la música y los gritos de celebración que llegaban del río. dando sorbos de champán, abrazados el uno al otro.

Aunque esa semana se habían visto todas las tardes, apenas habían compartido unos pocos besos de buenas noches desde el día del yate con Brendan y Amy. De hecho, Lily prefería el rumbo que estaba tomando la relación entre ambos, como si, tácitamente, se hubieran puesto de acuerdo para empezar por el principio. Seguía deseándolo, anhelando sus besos y sus caricias. Pero llevaban un ritmo más pausado en el que sentía a gusto.

Con todo, allí, con el cielo iluminado de palmeras de colores y el champán cosquilleándole en la nariz, no se sentía tan segura. Sería muy fácil sucumbir. Cuando Brian la tocaba, se sentía incapaz de resistirse. Un pequeño escalofrío le recorrió la espalda al recordar la noche en la suite de su hotel. Las cosas que Brian le había hecho, el control que ejercía sobre su cuerpo… se ruborizó.

Lily subía que, si en ese momento se giraba y lo besaba, lo convencería para que le hiciese el amor en el tejado. Pero las cosas habían cambiado entre los dos. Los sentimientos habían cambiado: el día de la fiesta de recaudación de fondos sólo había habido atracción sexual, pero, con el tiempo, la relación había crecido.

Gruñó para sus adentros. Relación. Eso era justo lo que se había jurado evitar. Pero ya no podía negarlo. Lo que tenía con Brian había dejado de ser una aventura de una noche para convertirse en una relación. Antes o después, tendrían que hacer frente a lo que les estaba pasando y tomar decisiones. Lily suspiró. Ella tenía su vida en Chicago, Brian en Boston.

Cuando el espectáculo de fuegos artificiales finalizó, siguieron sentados en el tejado y se terminaron el champán mientras hablaban en voz baja, arrullados por el murmullo de la multitud abajo. Había sido un día muy largo y a Lily le estaba entrando el sueño. Bostezó, estiró los brazos por encima de la cabeza, dispuesta a dormirse allí mismo, bajo la luna y las estrellas.

– Vamos -murmuró Brian-. Te acompaño a tu hotel.

– No pienso dejar que vuelvas a meterme en la cama, a no ser que te metas conmigo -contestó ella sonriente.

– Resulta tentador -dijo él-. Pero ibas a dormir muy poco.

– De eso se trata -contestó Lily. Luego lo miró un buen rato-. ¿Qué estamos haciendo?

– No lo sé -Brian le acarició el pelo de la nuca-. Pero, sea lo que sea, lo estamos pasando bien.

– Sí… Pero no sé… -Lily negó con la cabeza, incapaz de poner en palabras la causa de su confusión.

– Lo sé -dijo él antes de posar los labios sobre su boca-. Pero no tenemos que decidirlo esta noche, ¿no?

Regresaron a la casa, apagando luces a medida que pasaban. Cuando salieron a la calle, se encaminaron hacia la avenida Commonwealth, dando un paseo despacio, agarrados del brazo. Las calles seguían atestadas de personas con sillas plegables y neveras portátiles.

Lily pensó que nunca celebraría otro Día de la Independencia sin acordarse de esa noche en un tejado de Boston con Brian Quinn. Lo miró, sorprendida todavía de lo guapo, dulce y divertido que era. Llevada por un impulso, lo empujó contra la puerta de una tienda, lo abrazó y lo besó con ardor.

Brian sonrió, la apartó y le dio un beso en la frente.

– Así no llegaremos nunca al hotel. Una mujer se chocó con ellos y Lily le echó una mano para que no perdiera el equilibrio.

– ¿Señorita Gallagher?

Lily se quedó helada al reconocer a la señora Wilburn, la secretaria de Richard Patterson. ¡Ya era casualidad!, ¡mira que tener que encontrarse con la persona más leal a Richard Patterson!

– Señora Wilburn, le presento a…

– Sé quien es usted -dijo ella con expresión impenetrable.

– Brian Quinn -finalizó Lily.

– ¿Le han gustado los fuegos artificiales, señor Quinn? -preguntó la señora Wilburn.

– Sí -respondió él-. Nos han gustado mucho. Los hemos visto desde un tejado. Este año han sido fantásticos, ¿no le parece?

– Sí… -la secretaria se giró hacia Lily-. Nos vemos el lunes en el despacho, señorita Gallagher. Que tenga un buen fin de semana.

Cuando se hubo alejado lo suficiente, Lily soltó un exabrupto y se apoyó contra un farol cercano.

– Se ha dado cuenta. Ha notado que estábamos juntos y se lo dirá a Patterson. Puedo darme por despedida. Estoy saliendo con el enemigo -dijo y echó a andar entre el gentío.

– Lo siento. Lily -dijo Brian cuando le dio el alcance-. Podía haberme apartado, pero creo que nos había visto juntos y habría dado la impresión de que intentábamos ocultar algo.

– No -Lily se paró y se giró hacia el-. Me he pasado la última semana fingiendo que esto no era un problema. Creía que podía separar mi vida privada de mi trabajo. Pero no podemos seguir engañándonos. Sabíamos que esto nos explotaría en las narices en algún momento. ¿Por qué no aceptar que ha llegado ese momento?

– Lily…

– ¿Por qué no has seguido con la historia de Patterson? -atajó ella-. Has echado el freno, ¿sí o no? ¿Ha sido por mí?

– No -contestó él-. He estado ocupado con otros reportajes.

– De acuerdo, pues aquí tienes una exclusiva: vamos a seguir adelante con el provecto Wellston. Como experta en relaciones con los medios de comunicación, te aconsejo que consigas tu historia antes de que la gente se olvide del puerto y los pescadores y empiece a pensar en lo agradable que sería comer en uno de los restaurantes que estamos planeando.

– ¿Por qué me cuentas esto?

– ¿Vas a continuar con tu investigación?

– Sí. Cuando esté preparado.

– Nosotros estaremos preparados cuando lo estés tú.

– ¿Desde cuándo hablas en plural?

– Trabajo para Richard Patterson. Represento sus intereses. Es mi trabajo, ¿recuerdas? Y si la señora Wilburn le cuenta lo que ha visto, le parecerá una traición y pondrá a otra, en mi puesto. Un puesto que necesito para pagar la maldita casa que acabo de comprar -Lily se paró tratando de serenarse. Pero no podía contener la frustración-. A ti le da igual mi vida, ¿no? Lo único que te importa es lo que compartimos esa noche en la limusina.

– ¿Qué?. ¿crees que he venido por este camino adrede, pensando que nos encontraríamos con la secretaria de Patterson en la calle? Sé razonable. Lily. Yo no quiero que te echen. Y me da igual si intentas frenar mi investigación para defender a Patterson. Sólo es trabajo. Es lo que hacemos para ganarnos la vida. Pero no tiene que ver con lo que sentimos.