Era verdad: estaba siendo irracional. Pero sí que tenía que ver con lo que sentía. Lily no podía evitar pensar que, sí la despedían, desaparecerían las barreras que se interponían entre los dos. Había momentos en que había estado dispuesta a bajar la guardia, a olvidarse de la pequeña batalla que tenía con Brian Quinn y explorar los sentimientos que compartían. Pero necesitaba el trabajo. Había luchado mucho para ser una buena profesional.
¡Todo estaba yendo tan rápido! Estaba dispuesta a renunciar a todo por un hombre al que apenas conocía. Un hombre en el que no sabía con seguridad si podía confiar.
– Ten… tengo que irme. Luego hablamos.
– Te acompaño.
– No, necesito un poco de tiempo para pensar -Lily negó con la cabeza.
– De acuerdo.
La alivió que no se insistiese. Lily se abrió hueco entre el río de cabezas que inundaba la avenida Commonwealth, aunque en realidad no miraba hacia donde iba. Quería estar enfadada, culpar a Brian de haber puesto patas arriba su perfecta vida. Él era el responsable de que hubiese perdido el control. Si no hubiese sido tan dulce y atractivo… Maldijo. ¡Todo por su culpa!
Lily se paro en medio de la calle y se cubrió la cara con las manos. De acuerdo, debía reconocer que ella también tenía parte de responsabilidad. De hecho, tal vez la culpa fuera toda de ella. Al fin y al cabo, era ella quien lo había invitado a subir a la limusina aquella noche increíble, maravillosa… Gruñó. Estaba a punto de tirar su carrera por la borda y solo podía pensar en pasar el resto de su vida en la cama con Brian Quinn.
– Contrólate -se dijo-. Sigue siendo el enemigo. Y por mis santas narices que no voy a rendirme.
Capítulo 7
Quedaba mucho día y Lily se sentía agotada. Estaba sentada en el despacho, descalza, mirando por la ventana un cielo tristón. Un relámpago anunció la proximidad de una tormenta de verano. Si estuviese en casa en esos momentos, habría llamado por teléfono para avisar de que estaba enferma. se habría acurrucado en la cama y se habría dado una fiesta de autocompadecimiento.
Recordó la noche del viernes y después, la semana que había pasado con Brian Quinn. Al enterarse de quién era, había tomado conciencia de lo peligroso que era seguir viéndolo. Pero, por más que lo había intentado, no había conseguido resistirse. Era demasiado dulce, atractivo, encantador, y la hacía sentirse la única mujer sobre la tierra,
Pero las cosas habían cambiado. Desde que se habían cruzado con la señora Wilburn, ya no podía pensar en Brian como un hombre al que deseaba. Volvía a ser el enemigo… responsable de arruinar su prestigio profesional. Tenía que estar preparada para ello.
De ese modo. por lo menos, se acallarían las confusiones. Sabría de verdad que quería de Brian. Hasta lo había presionado, contándole que seguían con el proyecto, para que informase al respecto. Quizá no hubiese sido un movimiento inteligente desde el punto de vista laboral, pero estaba harta de tener la amenaza del reportaje sobrevolando. A veces era mejor afrontar un problema de cara que tratar de imaginar cómo solucionarlo si llegaba a darse.
– Es lo mejor -se dijo mientras se frotaba una sien. Luego descolgó el auricular y marcó un número familiar.
– Relaciones Públicas DeLay Scoville -dijo la recepcionista.
– Con Emma Carsten, por favor -Lily forzó la voz para que la mujer no la reconociese. Esperó a que su amiga respondiese-. Hola Em. ¿Qué se cuece en Chicago?
– ¡Lily!. ¡que alegría! Estaba esperando que me llamaras. He ido a tu casa, he regado las plantas y he recogido el correo. Todo está bien, aunque alguien te ha robado los geranios que tenías a la entrada. ¿Qué quieres que haga con el correo? Tienes una tarjeta de tu madre.
– No sé -dijo Lily-. Guárdalo todo de momento.
– De acuerdo -Emma se quedó callada unos segundos-. ¿Te pasa algo, Lily? Te noto mal.
Se mordió el labio inferior. En otras circunstancias, no habría dudado en sincerarse con Emma. Pero estaba enredada en un lío que afectaba al trabajo y quizá no fuese la persona más indicada. Después de todo. Emma era una empleada leal de DeLay Scoville y quizá no fuese la observadora más objetiva.
– No se. Empiezo a pensar que no debería haber aceptado este trabajo.
– ¿Estás loca?, ¿cómo ibas a negarte? DeLay esta entusiasmado desde que vio el cheque por los adelantos de los honorarios. No deja de hablar de lo increíble que eres y el futuro tan brillante que tienes. Como te descuides, te pone una placa con tu nombre en el vestíbulo.
– Pero no estoy segura de poder con esto, Em.
– ¿Tan mal están las cosas? ¿Qué ha hecho Patterson? No le habrá encargado a nadie un abrigo de cemento, ¿no?
– ¡No! -exclamó Lily-. No es un mafioso. Al menos no lo creo. Ni siquiera es por él… Oye, si me surgiera una emergencia familiar, quizá pudiera convencer a DeLay para que me releves. Boston te encantaría.
– Lily, ¿qué es lo que pasa? Puedes contármelo.
Aunque ya sí estaba dispuesta a hablar, no estaba segura de cómo explicarle lo que le había pasado. Había salido de Chicago decidida a dar un giro a su vida, a dejar de soñar con el amor perfecto y evitar hombres que no estuvieran disponibles. Pero había tenido una aventura de una noche con un hombre perfecto y disponible. Ese había sido su error.
Era una situación complicada. Brian y ella se parecían demasiado, los dos tenían empuje y decisión en el terreno laboral. Aunque se compenetraban de maravilla en la cama, la pasión no bastaba para construir una relación duradera. Y luego estaba el montón de mujeres con las que había estado Brian.
– Es que… no sé. Quizá tengo nostalgia.
– ¿Y por qué no te vienes? Te pasas el próximo fin de semana aquí y vuelves a Boston el domingo por la noche. Y me hachas una mano.
– ¿Con el trabajo?
– No, estoy lijando el suelo de casa y es una pesadilla. Llevo una semana cubierta de polvo.
– Creo que sí. Me vendrá bien acercarme – contestó Lily. Luego se quedó callada unos segundos-. He… he conocido a un hombre. Brian Quinn. Es periodista. Periodista de investigación para un canal de televisión.
– ¿Y?
– Y nada. Solo estoy un poco confundida.
– Espera. No me digas esto; está trabajando en una historia sobre Patterson. ¿verdad? – Emma gruñó-. No sé cómo te las arreglas para enamorarte del peor hombre posible.
Lily se revolvió en la silla. No podía explicarle su atracción hacia Brian Quinn por teléfono. Emma necesitaba verlo para comprender a qué se enfrentaba.
– No sabía quién era cuando lo conocí. Debería haber cortado nada más descubrirlo. Sabía que no tenía futuro, pero… tiene algo. Y sentía curiosidad por saber cuánto podía durar -Lily trago saliva-. Y ahora me temo que quizá tenga que dejar el encargo. Tengo un conflicto de intereses muy serio.
– ¿A que le refieres con cuánto podía durar?, ¿el qué? ¿Estáis saliendo?, ¿os habéis acostado?
– Más o menos.
– Tal como lo veo, tienes dos opciones – dijo Emma-. Una, olvidarte del tipo, centrarte en el trabajo, venir aquí y que DeLay te ponga en un altar. O dos, llamar a DeLay, decirle que lo dejas, ver como te despide, perder la casa, el coche y renunciar a volver a comprarte unos zapatos de marca. ¿Qué eliges?
Desde esa perspectiva, la decisión debería ser muy sencilla, pensó Lily.
– Hay otra opción -dijo sin embargo-. Richard Patterson descubre que estoy saliendo con Brian Quinn, me despide, DeLay me vuelve a despedir y salto por un puente.
– ¿Y si te entra vértigo?