– Invitas tú -dijo este tras unirse a su hermano y soltar un sobre encima de la barra.
– ¿Por que iba a hacerlo?
– Échale un vistazo -contesto Sean apuntando hacia el sobre.
– ¿Que es esto?
– Querías tener algo para utilizarlo contra Patterson, para devolverle el artículo del Herald. Pues aquí tienes. Fresco y jugoso.
Brian abrió el sobre y sacó un taco de fotografías. Al principio no estaba seguro de qué mirar… hasta que reconoció la cara de Richard Patterson… y su cuerpo… ¡y su trasero al aire! Brian guardó las fotos en el sobre.
– ¿De donde has sacado esto?
– No has llegado a las buenas -Sean agarró las fotos y las pasó hasta llegar a una en concreto en la que aparecían Patterson y una mujer desnudos.
– De acuerdo, Patterson y su esposa van por la casa en porretas -dijo Brian-. No tiene nada de malo.
– No es su esposa -dijo Sean-. Y están en un motel de tres al cuarto. El televisor es de los de echar monedas a cambio de pornografía.
– ¿Quién es ella?
– No sé -dijo Sean-. Esperaba queme lo dijeras tú. La seguí a su casa la otra tarde. Quedan a menudo de cinco a siete. El sale por la puerta trasera de la oficina y se va en un coche de la empresa. Ella lleva un Mercedes negro y vive en la misma casa que Dick Creighton.
– ¿Creighton? -Brian contuvo la respiración-. Louise Creighton es la directora de urbanismo. Es la que tiene la última palabra sobre las adjudicaciones de cualquier construcción de Boston. Es ella. Es Louise Creighton -repitió tras mirar a la foto de nuevo y reconocerla.
– Él le compra joyas -dijo Sean-. Caras. La semana pasada le regaló unos pendientes de diamantes.
– ¡Santo cielo, Sean! Es increíble. ¿Sabes lo que esto significa? Tengo la clave. Ya sé cómo consigue Patterson los contratos. Dios, este podría ser el escándalo del año. ¡Y tengo fotos!
– Bueno, ¿comemos o no? -preguntó Sean-. Me muero de hambre.
Brian sacó la cartera y se dirigió a la camarera que atendía tras la barra.
– Pásala -dijo, ofreciéndole la tarjeta de crédito-. Pago la comida de mi hermano. Ponle lo que pida. Es más, ponle cinco veces lo que pida. Y suma una propina para ti.
Brian agarró el sobre, salió a la calle a toda prisa y paró un taxi. Le indicó al conductor que fuese a las oficinas de Patterson. Por segunda vez en diez minutos, Brian marcó el teléfono de Lily y preguntó por ella cuando contestaron en recepción. Al oír su voz, no pudo evitar sonreír.
– Hola, soy yo. ¿Cómo estás?
– Sorprendentemente bien -dijo Lily-. Sigo teniendo trabajo.
– Tengo que verte. ¿Comemos?
– No puedo, Brian -Lily dudó-. Creo que no deberíamos seguir viéndonos. Tengo que centrarme en el trabajo.
– Es importante. Necesito hablar contigo. Te prometo que será una conversación estrictamente laboral.
– De acuerdo.
– Llegaré en cinco minutos. Espérame fuera -Brian tuvo que reprimir el impulso de decirle lo que sentía. Pero, ¿qué iba a decirle?, ¿que creía que se estaba enamorando de ella? ¿Cómo diablos podía estar seguro?-. Te veo ahora mismo.
Brian pulsó el botón de fin de llamada, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Quizá no debiera preocuparse. Teniendo en cuenta lo que les había pasado al resto de los hermanos Quinn, la decisión podía no estar en sus manos. Si la maldición había vuelto a golpear, se daría cuenta antes o después.
Claro que sólo lo estaba viendo desde un punto de vista. Lily tenía su vida en Chicago y, por el momento, conservaba su trabajo. La maldición podía hacer que se enamorara de Lily, pero no que esta sintiera lo mismo.
– Es demasiado pronto -murmuró-. O puede que demasiado tarde.
El taxi paró unos minutos después y Brian le pidió que esperase. Salió del coche, vio a Lily, la saludó. Cuando llegó junto a Brian, este le abrió la puerta. Luego, una vez dentro. Brian le indicó al conductor que los llevara a la laguna Storrow. Y, por fin, pasó un brazo sobre los hombros de Lily y le dio un beso.
– Llevaba pensando en esto toda la mañana -susurró él.
– Me habías prometido que no…
– Bueno, ¿qué ha pasado? -atajó Brian-. Entiendo que la señora Wilburn no ha abierto la boca.
– No. Se lo contó a Patterson y me llamó a su despacho. Piensa que estaba utilizando mis armas de mujer para… distraer tu interés. Ya sabes, vender mi cuerpo a cambio de tu silencio.
– ¿Eso te ha dicho?
– No con esas palabras, pero lo dio a entender. Y me felicitó por ello. Así que supongo que tenemos luz verde. Si es por él, podríamos reservar una habitación de hotel ahora mismo -Lily soltó una risotada-. Bueno, ¿de qué querías hablarme?
– Ahora mismo de nada. Ahora sólo quiero besarte. Ya hablaremos luego -Brian paseó el pulgar por el labio inferior de Lily-. ¿Tú quieres besarme? -le preguntó, acercando la boca a la de ella.
Lily separó los labios, pero Brian tuvo la sensación de que se estaba reservando. La había besado suficientes veces para intuir sus sentimientos. Y ese beso no sabia a felicidad. Brian se retiró, le agarró una mano y entrelazó los dedos.
El taxi los dejó cerca de la laguna y ambos pasearon por el césped, todavía de la mano; con la que le quedaba libre, él sujetaba el sobre con las fotografías. La laguna era uno de los sitios más bonitas del río Charles.
– Cada día me enseñas un lugar más bonito que el anterior -comentó ella.
– Sentémonos -dijo Brian apuntando hacia un banco.
Lily tomó asiento en un extremo, alejada, para que no pudiera tocarla. Brian respiró hondo. No estaba seguro de, si estaba haciendo lo correcto, pero no tardaría en averiguarlo. Le entregó el sobre y la miró mientras lo abría. A medida que pasaba de una foto a otra, los ojos se le iban agrandando,
– ¿De dónde las has sacado?
– Eso no importa.
– ¿Vas a utilizarlas?
– Esa mujer es la directora de urbanismo. Es el eslabón que me faltaba. Sólo es cuestión de tiempo. Lo acusaran de soborno a un funcionario público y acabará en la cárcel. He pensado que le gustaría saberlo.
– ¿Por qué?
– No sé. Para que estés preparada -dijo Brian-. Esto se va a poner feo, Lily, sólo quiero que nosotros nos quedemos al margen.
– No puedo… -Lily volvió a mirar las fotografías-, No puedo ponerle un lacito a esto para intentar adornarlo. Esto no tiene remedio… Tengo que irme -añadió al tiempo que se ponía de pie.
– Lily, vamos a hablarlo. Entiéndelo: ese hombre está infringiendo la ley. Tengo que informar. Si fueran sospechas sin fundamento. quizá podría olvidarme; pero dentro de unos días tendré todas las pruebas que necesito.
– Haz lo que quieras -dijo Lily-. Se acabó -agregó justo antes de echar a andar.
– ¿Que quieres decir con se acabó? -Brian le dio alcance unos metros después.
– Que me vuelvo a Chicago. Que manden a otro para arreglar este lío.
– No puedes marcharte -Brian la detuvo agarrándole una mano.
– Sí puedo. Dimitiré. En realidad es muy sencillo. Mi jefe enviará a otra persona y asunto solucionado. De ese modo, tú podrás seguir con tu reportaje y recoger los premios,
– No -contestó enfurecido Brian. Lily no era de las que se rendían. Pero parecía agotada, como si las fotografías la hubieran dejado sin energías.
– Es lo mejor -dijo-. En serio. Sabíamos desde el principio que estábamos en bandos opuestos, Y no veo la forma de que los dos salgamos de esta con la integridad intacta. Debería haberme mantenido alejada de ti. Debería haber sido más fuerte. Pero siempre es igual. Siempre elijo al hombre equivocado. Parece adecuado, pero, antes o después, descubro que es una relación imposible. Se acabó. Es lo mejor. No insistas, por favor -añadió soltándose la mano.