– O puede que el ascensor necesite una revisión técnica.
No debería estar hablando con él, pensó Lily. Después de todo lo que le había dicho afuera, era un poco hipócrita actuar como si nada hubiera pasado sólo por el hecho de estar atrapados. Había puesto fin a la relación y le iba a tocar volver a hacerlo.
– Tengo hambre -murmuró-. No he cenado.
Brian sacó del bolsillo una caja de caramelos de menta.
– Esto es todo lo que tengo.
– ¿Crees que nos tendrán encerrados mucho tiempo? -volvió a preguntar Lily.
– El vigilante de seguridad ha dicho que el técnico tardará una hora en venir. Podíamos aprovechar el tiempo -Brian sonrió-. ¿Jugamos a las preguntas de nuevo?
– De acuerdo -se resignó Lily-. Dos cada uno.
– Empiezas tú.
– ¿De verdad vas a lanzar el reportaje esta noche o sólo me lo has dicho para ver como reaccionaba?
– Voy a lanzarlo… si consigo salir a tiempo. Me toca. ¿De verdad vas a acabar con lo nuestro o sólo me lo has dicho para ver cómo reaccionaba?
– Hablaba en serio -contestó Lily. Luego se quedó un rato pensando antes de formular la siguiente pregunta-. ¿Te arrepientes de algo?
– De algunas cosas, sí -Brian asintió con la cabeza.
– No me vale. Tienes que decir de qué cosas.
– Me arrepiento de no haberte hecho el amor nunca como de verdad quería -contesto-. ¿Y tú?, ¿te arrepientes de algo?
Lily dudó. Estaban diciendo la verdad. ¿Por que no ser sincera?
– Estaba pensando que nunca te he visto… desnudo -respondió.
– Eso tiene remedio -Brian empezó a desabrocharse la camisa y Lily comprendió que la sinceridad no había sido la opción más prudente.
– Ni se te ocurra.
– ¿Por que no? Ya que estamos encerrados, por lo menos pongámonos cómodos -Brian se quitó los zapatos y los calcetines. Lily pensó que la estaba provocando, que se detendría ahí. Pero luego siguió desabrochándose la camisa.
Se la abrió, dejando al descubierto sus pectorales, cubiertos por una mata de vello que bajaba desde la clavícula hasta más allá de la cintura. Lyly sintió un picor en los dedos, ansiosa por tocarlo. Aunque el corazón se le había acelerado, trató de aparentar calma, como si estuviese acostumbrada a ver hombres desnudos.
Brian se levantó, empezó a desabrocharse el cinturón. Cuando terminó, lo agitó con un brazo y se lo lanzó a la cara.
– Así me gusta -dijo Lily-. Ahora mira a la cámara.
– ¿Que cámara?
– La de seguridad -Lily apuntó hacia el cristal que había sobre el panel de botones-. Pueden ver todo lo que haces.
Brian sacó una navaja multiusos del bolsillo, desatornilló la cámara. Luego la metió dentro de un calcetín.
– Estamos a solas -dijo Brian un instante antes de que sonara el teléfono.
– Así que a solas -Lily rió.
– Sí, está aquí -dijo él tras contestar. Luego le pasó el móvil a Lily-. Es el vigilante.
– Señorita Gallagher, ¿está bien? La cámara de seguridad no funciona.
– Estoy bien -contestó ella. Los ojos se desorbitaron al ver que Brian se despojaba de la camisa y la tiraba al suelo-. Pero sáquenos pronto.
– Tardaremos un par de horas -contestó vigilante-. ¿Seguro que está bien? Si hace falta llamo a los bomberos. Podrían forzar la puerta y…
– No, no hace falta -interrumpió Lily, pensando de repente que quizá le apetecía quedarse. Colgó y le devolvió el móvil a Brian-. Tenemos dos horas por delante.
– En dos horas podemos hacer muchas cosas -Brian estiró una mano-. Venga. No pienso quitarme la ropa. Podemos bailar. Hay música -dijo al tiempo que la ayudaba a levantarse-. Empezamos bailando, ¿recuerdas?
Claro que se acordaba. Se acordaba perfectamente de lo bien que se había sentido entre sus brazos aquella primera vez, de cómo el baile había sido el preludio del acto de seducción más atrevido de su vida. Brian la apretó contra el pecho y, nada más hacerlo, Lily supo que había cometido un error. Se quedó sin respiración y, de pronto, la cabeza le daba vueltas y las piernas se le habían aflojado.
Apoyó una mano sobre su hombro y se movieron al compás del hilo musical del ascensor. Aunque solo hacía tres semanas que se conocían, había momentos en que tenía la sensación de que lo conocía desde siempre. Se sentía cómoda en sus brazos, como si aquel lugar le perteneciera. Lily dejó caer la cabeza sobre su hombro. Si pudieran quedarse allí eternamente, solos en el ascensor, todo estaría bien.
La música no terminaba nunca, de modo que siguieron bailando. Brian fue deslizando las manos por su cuerpo, despertando algo nuevo con cada caricia. Era inútil luchar contra el deseo. Tenían dos horas por delante. Si no se entregaba en ese momento, acabaría sucumbiendo luego.
Pero esa vez dejaría que Brian marcase el ritmo. Quería que fuese él quien llevara la iniciativa y estaba segura de que, si lo hacía, le regalaría una noche inolvidable… aunque fuese en un ascensor.
Mientras bailaban, Brian le quitó con cuidado la chaqueta y la tiró al suelo junto a su camisa. La balada que sonaba no era lo más apropiado para un espectáculo de striptease, pero los encuentros íntimos con Lily nunca habían sido convencionales. Prenda a prenda, terminaron de desnudarse, tomándose tiempo para explorar cada centímetro de piel recién expuesta.
Lily se sintió vulnerable cuando le quitó las bragas. Hasta entonces, habían llegado al sexo impulsados por el deseo. Pero esa vez era distinta: aunque quería la pasión, también anhelaba el contacto, la proximidad, tocarle el alma a ser posible.
Brian la apretó contra el pecho y la besó.
– No puedo creerme que estemos haciendo esto -murmuró ella sin aliento.
– ¿Bailar desnudos en un ascensor? Tampoco es tan extraño -la pinchó Brian.
– ¿Lo habías hecho antes?
– No -reconoció el-. Ni había hecho el amor en una limusina nunca. Ni visto un espectáculo de fuegos artificiales desde un tejado. Ni bebido champán del ombligo de una mujer.
– Eso no lo hemos hecho.
– Entonces supongo que queda pendiente para más adelante.
Lily suspiró. ¿Por qué tenía que ser tan romántico?, ¿por qué no podía ser reservado, egocéntrico y distraído como cualquier otro hombre? No había ido a Boston en busca del hombre perfecto. Sólo había querido una aventura de una noche. Y ahí estaba Brian, haciéndola sentir todas esas cosas que no quería sentir, haciéndola creer en el amor.
Le puso una mano debajo de la barbilla y le levantó la cara para que lo mirase a los ojos. Y volvió a besarla, con dulzura al principio, luego con más convicción. Un instante después, la chispa del deseo había estallado y se estaban devorando los labios fogosamente. Siempre había sido así entre ellos: primero, delicadeza, luego pasión desbordada.
Lily gimió mientras Brian trazaba un reguero de besos del cuello a sus pechos. Le lamió un pezón hasta tenerlo erecto y fue a por el otro pecho, Lyly echó la cabeza hacia atrás y disfrutó del temblor que estremecía su cuerpo. Pero Brian no se detuvo en los senos. Bajo hacia la cintura, y todavía siguió descendiendo para hacerle el amor con la lengua.
Lily sintió una sacudida y, por un momento, las rodillas se le aflojaron. No podía pensar, no podía hablar, no podía seguir de pie, pero era consciente de todas las sensaciones que la invadían. Brian siempre había sabido darle placer.
Pero esa vez estaba yendo despacio, acercándola al abismo poco a poco. Lily jadeaba con dificultad, apoyada contra la puerta fría y metálica del ascensor. Abrió los ojos y lo vio sacar un preservativo de la cartera.
Aunque no hubiese podido protegerse, Lily habría sido incapaz de resistirse. En aquel instante necesitaba sentirlo dentro, necesitaba el calor, la erección, la capitulación definitiva. Necesitaba asegurarse de que lo que sentía era de verdad. Brian le entregó el preservativo tras sacarlo del paquete y la dejó que lo enfundara. Mientras lo desenrollaba a lo largo del miembro, Brian cerró los ojos y suspiró.