Cuando volvió a abrirlos, Lily observó una mirada en sus ojos que la volvió a estremecer.
Brian la deseaba y nada se interpondría en su camino. La levantó en brazos, poniéndole las piernas alrededor de la cintura, y luego la empujó contra una pared del ascensor.
– No tienes que pedir permiso -murmuró ella al ver que Brian esperaba unos segundos-. Lo deseo tanto como tú.
Palpó su húmeda entrada y luego, muy despacio, la penetró. La sensación de tenerlo dentro era más de lo que podía soportar. Ni siquiera en la limusina había sentido un placer tan intenso. Lily gruñó y se movió hasta que le tocó el punto más erógeno.
Brian se movía a un ritmo lento, pero Lily estaba tan cerca del precipicio que con cada arremetida corría el riesgo de caer. Murmuró su nombre, pero no supo si Brian la había oído. Le acarició el pelo, volvió a buscar sus labios. Lo besó con desesperación y, entonces, de repente, sintió una tensión entre las piernas que la convulsionó de pies a cabeza. Una marea de placer la inundó y, un segundo después, Brian se unió a ella, empujando una última vez con las fuerzas que le quedaban.
No entendía cómo podía seguir de pie, sujetándola, pero todavía alcanzó a besarla de nuevo antes de posarla en el suelo. Luego, mirándola a los ojos, dijo:
– Estoy enamorado de ti.
– No digas eso -Lily le puso un dedo en los labios.
– Tengo que hacerlo. Es lo único que sé con seguridad ahora mismo. Eso y que no quiero que esto acabe. No espero que tú sientas lo mismo, pero quería que lo supieras.
Se quedaron en silencio y, por un momento, le entraron ganas de confesar que le correspondía. ¡Seria tan fácil decirle que lo quería! Pero ya había pronunciado antes esas palabras y al final se le habían vuelto en contra y había salido herida.
– Todo tiene que terminar en algún momento -murmuró Lily.
Fue el momento de dejarse caer al suelo del ascensor y sentarse sobra las prendas desperdigadas. Lily se acurrucó contra el cuerpo desnudo de Brian, el cual le acarició un brazo en un gesto conmovedoramente posesivo. Después agarró su camisa y la cubrió para que no se resfriara.
Permanecieron en silencio, ensimismados en sus pensamientos. Lily no sabía qué decirle. Estaba confundida. Quizá sí que lo amaba y no se había dado cuenta. O quizá quería amarlo, pero va no era capaz de confiar. O podía ser que sólo fuera sexo y nada más.
¿Cómo podía estar segura de si lo quería?.¿Había hablado Brian en serio o había sido una reacción a lo que acababan de compartir? La cabeza no paraba de darle vueltas. Lily cerró los ojos en busca de alguna respuesta, de cualquier respuesta.
De pronto, el ascensor se movió, dio un tirón y se puso en marcha. Miro hacia las luces que había encima de las puertas y advirtió que estaban bajando. Pegó un gritito y corrió a recoger la ropa. Brian le acercó la blusa y la falda, pero Lily tuvo que guardarse la ropa interior en el bolso.
Entonces, horror, el ascensor se paró y se abrió en el vestíbulo. Se encontraron cara a cara frente al técnico de mantenimiento, que los miró con la mandíbula desencajada.
– Están bien, Barney -le gritó a un compañero.
Brian, totalmente desnudo todavía, sonrió y se giró un poco para cubrir el cuerpo de Lily.
– Estamos mejor solos -dijo al tiempo que pulsaba el botón de cerrar las puertas.
– Bueno, al final llegarás a tiempo para lanzar el reportaje esta noche -dijo ella mientras se abotonaba la blusa a todo correr-. Si te das prisa, llegarás a la tele con tiempo de sobra.
– No.
– Pero creía que…
– Sólo lo dije para ver cómo reaccionabas. Todavía no estoy preparado -dijo y volvió a besarla-. Recuerda lo que te he dicho, Lily. Piensa en ello. Estaríamos muy bien juntos.
Un aluvión de periodistas se había reunido junto a la obra. Brian reconoció furgonetas de otros tres canales de Boston y miró por la ventana mientras sus colegas charlaban entre sí. Era el día señalado para poner la primera piedra del proyecto portuario. Aunque no era un hecho tan destacado, las redacciones andaban escasas de noticias y habían decidido darle cobertura a aquel acto simbólico.
Habían pasado tres días desde la última vez que había visto a Lily, la tarde que se habían quedado atrapados en el ascensor. Después de lo que había ocurrido, estaba más seguro que nunca de que estaban hechos el uno para el otro. Pero convencer a Lily parecía imposible.
Maldijo a los hombres que la habían vuelto tan desconfiada. Aunque nunca le había hablado de su pasado, era evidente que le habían hecho daño, y más de una vez. Por otra parte, él ya le había confesado lo que sentía, de modo que todo estaba en manos de Lily.
– ¿A qué hora se supone que empieza? – preguntó Brian.
– A las tres en punto -contestó Taneesha-. ¿Por qué estamos aquí? Creía que ya tenías montado el reportaje.
– No estoy satisfecho del todo -contestó él-. Falta algo.
– ¡Anda! -exclamó Bob al volante-. ¿Y esto?
Brian miro por la ventana y vio una cola de vehículos entrar en la zona de la obra. Cuando se pararon, bajaron cinco o seis personas de cada coche, cada una con una bolsa de basura y una pancarta.
– Una manifestación -Brian sonrió-. Igual merece la pena cubrirla.
– ¿Quiénes son? -preguntó Taneesha-. ¿Qué hacen con las bolsas?
– Son pescadores y trabajadores del muelle -Brian reconoció una mata de pelo canosa-. ¡Si está mi padre! Preparaos, puede ser interesante -añadió al tiempo que salía de la furgoneta.
Brian se abrió hueco entre las pancartas de los manifestantes, todas con mensajes de rechazo al proyecto de Patterson. Alcanzó a su padre justo cuando Seamus Quinn estaba arengando a un grupo de trabajadores del muelle.
– ¡Papá!
– ¡Hola, chaval! ¿Has venido para sacarnos en la tele? Asegúrate de sacar mi perfil bueno – dijo Seamus, sonriente. Luego agarró el brazo de un hombre-. Deberías hablar con Eddie. Trabajó en un barco pesquero por aquí. el Maggie Belle. Un viejo amigo.
– ¿Qué hay en las bolsas de basura? -preguntó Brian tras intercambiar saludos con Eddie.
– No te preocupes.
– No hagas ninguna tontería, ¿de acuerdo? – le advirtió su hijo-. No tengo tiempo para ir a la comisaría a sacarte de la cárcel.
La multitud empezó a gritar y Brian se giró hacia dos limusinas negras que iban levantando polvo por la carretera. Los periodistas se apiñaron para recoger la salida de Richard Patterson. Pero Brian esperaba a otra persona. Lily se apeó de la segunda limusina y frunció el ceño ante el bullicio de los manifestantes y periodistas.
Brian sintió una ligera presión el pecho. No le gustaba como empezaban las cosas. Los manifestantes parecían un poco exaltados y los periodistas estaban más interesados en ellos que en Patterson. Trató de entablar contacto visual con Lily. pero esta se había pegado a su jefe y le susurraba algo al oído. Luego se dirigieron a la pequeña plataforma que habían instalado en el embarcadero.
– ¡Arriba el puerto! -empegó a corear la multitud-. ¡Abajo el proyecto Wellston!
Lily se obligó a sonreír mientras se situaba frente al micrófono. Pero, al ir a presentar a Patterson, se desencadenó la batalla. Algo voló sobre la multitud y cayó en la plataforma. En seguida, empezaron a lanzarse más objetos contra Patterson. Sólo entonces advirtió Brian que le estaban tirando peces muertos y, a juzgar por el olor, podridos desde hacía unos días.
– Vuelve a la furgoneta -le gritó a Bob-. Taneesha, sigue grabando.
Brian se abrió paso entre los manifestantes mientras estos invadían la plataforma. Los periodistas se retrasaron por miedo a recibir el golpe de algún pescado. Richard Patterson ya había desaparecido tras un muro de guardaespaldas, pero había dejado a Lily sola, para que se defendiera como pudiese.