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– Señorita Gallagher, siéntese, por favor.

– Prefiero quedarme de pie -contestó ella-. Dígame.

– Está bien -Patterson asintió con la cabeza.- No vamos a seguir necesitando sus servicios. Después de la fotografía del periódico, no creo que la puedan seguir tomando en serio. Y tengo la sensación de que su relación con Brian Quinn no está jugando a mi favor. He llamado a su jefe y le he dicho que puede quedarse con la mitad del cheque por los adelantos. Me ha pedido que le diga que espera verla mañana por la mañana en su despacho.

– Señor Patterson, sé que no he sido muy eficiente, pero DeLay Scoville puede ayudarlo de todos modos. Tenemos una plantilla muy cualificada. Si nos da la oportunidad, puedo recomendarle a otra asesora especializada en relaciones públicas.

– No hace falta. Ya me he puesto en contacto con una empresa de Nueva York.

Ante eso. Lily comprendió que sería inútil seguir discutiendo. Patterson ya había tomado una decisión.

– De acuerdo. Recogeré mis cosas. Pero me gustaría poder decirle a Marie que sigue trabajando aquí.

– Puede hacerlo -dijo él.

– Gracias -Lily se giro, salió y bajó las escaleras hacia su despacho. Hizo una pausa en el rellano y tomó aire-. No ha ido tan mal. Supongo que a todos nos despiden alguna vez en la vida.

Ya sólo le quedaba averiguar si podría conservar el trabajo en la agencia. De no ser así, se le abría un mundo nuevo de posibilidades.

Capítulo 9

– Se ha ido.

Brian se sentó en el brazo del sofá del apartamento de Sean y Liam. Todavía no se lo creía. Todo había sido tan rápido, que aún no había tenido tiempo para reaccionar.

– ¿Le has dejado un mensaje? -preguntó Liam.

Su hermano pequeño estaba tumbado en el sofá, con una cerveza en la mano y una bolsa de patatas fritas sobre el vientre. Sean ocupaba una silla v tenía los pies apoyados sobre la mesa de café. Aunque Ellie no solía separarse de Liam, esa noche había ido a un seminario en Hatford y había dejado a los tres hermanos solos de nuevo.

– No está aquí -explicó Brian-. Se ha ido. Ha desaparecido.

– Creo que yo también me marcharía -dijo Liam, apuntando hacia el ejemplar del Herald que Sean había dejado en la mesa-. No es una foto muy favorecedora que digamos. ¿Qué clase de objetivo estaba usando ese fotógrafo? Parece que tiene un trasero más grande que el estadio de béisbol de Fenway.

– Cállate, tiene un trasero bien bonito.

– Solo digo que el objetivo lo hace parecer más grande. Y las sombras realzan…

– Cierra la boca -Sean le lanzó una almohada a Liam-. ¿No ves que nuestro hermano está disgustado? ¿Qué vas a hacer? -le preguntó a Brian.

– Creía que ya lo tenía decidido -murmuró este-. Había pensado abandonar el reportaje. Bueno, no exactamente. Cederle mis notas a un periodista nuevo de redacción. Quería decírselo a Lily y, cuando la llamé al despacho, la recepcionista me informó de que ya no trabajaba ahí. Luego llamé al hotel y también se había ido.

– Esa suerte que tienes -dijo Sean-. Parece que te has librado de la maldición de los Quinn.

– No lo creo. Estoy enamorado de ella – Brian cerró los ojos-. Sé que sólo hace un mes que la conozco, pero tengo claro que la quiero en mi vida.

– Entonces ve por ella -dijo Liam.

– No sé dónde está. Sé que vive en Chicago, pero no conseguiría su teléfono mirando la guía y no recuerdo el nombre de la empresa donde trabaja. Y Patterson no me lo va a facilitar -Brian miró a Sean-. ¿Podías echarme una mano?

– ¿Estás loco? Rompe con ella de una vez por todas.

– ¿Te niegas a ayudarme? -Brian soltó una retahíla de palabrotas-. Está bien, te pagaré.

– Si te casas con ella, seré el único que seguirá soltero -dijo Sean-. No quiero ser el único.

– Pues búscate a una mujer -sugirió Liam.

– Ni hablar -Sean se negó.

– No tenía previsto enamorarme de ella – continuó Brian. Se levantó y se puso a dar vueltas por el salón-. Pero ha pasado. Ha pasado y se lo he dicho. Pero me parece que no me cree. Lily piensa que sólo es sexo.

– ¿Buen sexo? -pregunto Liam.

– Increíble -aseguró Brian-. Mejor que increíble. Basta con que la roce y, ¡bum!, ya estamos arrancándonos la ropa. Me hace perder el control. Estoy pensando en ella todo el día y no puedo dormir porque no me la quito de la cabeza. Pero no es solo sexo. Es…

– Basta, por favor -Sean se levantó-. Está bien. Vamos, Liam. Si lo oigo lloriquear un segundo más, creo que acabaré pegándole un puñetazo.

– ¿Adónde vamos?

– A encontrar a la mujer de Brian. Conozco a una de las mujeres de la limpieza del hotel Eliot. Puede que nos dé alguna pista.

– Genial -Brian los acompañó a la puerta-. Perfecto. Tengo un plan. Ahora tengo que ir a la tele. Pero nos vemos después en el pub y me contáis lo que hayáis averiguado.

Sus hermanos asintieron con la cabeza y se marcharon, dejando a Brian solo en el apartamento. Suspiró. Tenía que funcionar: conseguiría la dirección de Lily. se iría a Chicago y la convencería de que estaban hechos el uno para el otro.

Quedaba por resolver la cuestión de dónde vivirían. Su trabajo estaba en Boston. Y la oferta del Globe le resultaba tentadora. Pero también había periódicos y canales de televisión importantes en Chicago.

– ¿Qué estoy haciendo? -se pregunto Brian-. Ni siquiera sé lo que siente por mí. Primero tengo que saber que me quiere.

Salió del apartamento y se metió en el coche esperanzado. Amaba a Lily Gallagher y, si sus hermanos habían conseguido casarse, él también lo lograría. Un increíble Quinn no se rendía nunca.

Lily hizo las maletas y se marchó del hotel Eliot en cuestión de minutos. No se había molestado ni en doblar la ropa con cuidado, sabedora de que no tendría que ponérsela para ir al trabajo en una temporada. Se había limitado a meterla en las bolsas y había cerrado la cremallera como había podido.

El viaje al aeropuerto había transcurrido sin imprevistos y. aunque no había llamado para reservar billete, consiguió una plaza para el vuelo de las siete y media de la tarde, facturó el equipaje y buscó el bar más próximo a la puerta de embarque.

Desde entonces habían pasado casi ocho horas. Primero habían abierto las puertas del avión con una hora de retraso y luego, una vez dentro, habían tenido que salir por un problema mecánico. Las azafatas habían asegurado a los pasajeros que despegarían esa noche, pero no se habían comprometido a dar una hora.

– ¿Quiere algo? -le preguntó el camarero.

– ¿Podrías ponerme más cacahuetes? El camarero sonrió, le llenó el plato y le puso un refresco.

– Invita la casa.

– Gracias -Lily suspiró-. ¿Cuánto tiempo más pueden tenernos aquí?

– Todo el que quieran -contestó el camarero-. Para el negocio es estupendo.

Luego se fue a atender a otro cliente. Lily miro el televisor. El volumen estaba bajo, pero intentó seguir una serie de policías. Cuando llegaron los anuncios, retiró la mirada. Pero algo la hizo volver la vista hacia la pantalla.

Se quedó sin respiración al ver un avance informativo. Presentado por Brian Quinn. Lily no pudo apartar los ojos de aquel hombre tan guapo del que se había enamorado. Y, de pronto, volvieron los anuncios. Lily miró el reloj. Eran casi las diez y el telediario no empezaría hasta las once. Probablemente no estaría en el bar para las noticias.

Lily pestañeó para evitar que se le saltaran las lágrimas. No quería creer que aquella sería la última vez que lo vería. Todo había sido muy rápido. La gente no se enamoraba en un mes después de una aventura de una noche.

Pero al recordar los instantes que había compartido con Brian Quinn, advirtió que nunca le había mentido. Nunca la había herido, insultado ni engañado. Había respetado su trabajo y, a pesar de estar en contra, no la había juzgado. Y cada vez que la había tocado le había descubierto placeres que jamás había sentido antes.