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Lily exhaló un suspiro. ¿Por qué lo abandonaba? En el fondo de su corazón, Lily sabía que sentía algo por Brian Quinn. Algo profundo, tal vez amor. Cerró los ojos y, cuando los abrió de nuevo, Lily tuvo claro lo que debía hacer.

Agarró el bolso, puso unas monedas en la barra y se levantó.

– Gracias -le dijo.

Luego echó a correr al mostrador de la compañía aérea e informó de que se quedaba en Boston. Dado que ya había facturado y no quería esperar a que sacaran las maletas, acordó ir a recogerlas al día siguiente por la mañana. Ni siquiera estaba segura de dónde pasaría la noche, pero en esos momentos apenas le importaba.

El pub tenía movimiento, pero no estaba abarrotado. Lily miró los clientes de las mesas hasta que localizó a Brian en un extremo de la barra. El corazón le dio un vuelco. Hasta que se dio cuenta de que no era él, sino su hermano gemelo, Sean.

– Hola -lo saludó con una sonrisa tímida tras acercarse a él.

– Hola.

– No me conoces. Soy Lily Gallagher. Estoy buscando a Brian.

– Es ella -le dijo Sean al hombre que estaba sentado en el taburete de al lado.

– Soy Liam. el hermano pequeño de Brian -se presentó este, sonriente, ofreciéndole una mano-. Encantado de conocerte. Brian nos ha hablado mucho de ti.

– ¿Si?

– Bueno, Te ha mencionado un par de veces -dijo Liam-. Y hemos visto la foto del Herald. Soy fotógrafo. Estoy seguro de que habría buscado un ángulo más atractivo.

Lily maldijo para sus adentros. Notó que las mejillas se le enrojecían.

– Esperaba encontrar a Brian aquí -comentó.

– Vendrá.

– Ha quedado con nosotros -añadió Sean. Lily asintió con la cabeza, incómoda ante el atento escrutinio de los hermanos.

– ¿Te apetece echar una partida de dardos mientras esperamos?-le preguntó Liam.

– Creo que nunca he jugado a los dardos – Lyly asintió con la cabeza-. No creo que se me diera bien.

– Venga -Liam la agarro por un brazo-. Eres una chica, te dejaremos ganar un poco. Será divertido.

Pasaron la mesa de billar y llegaron a una zona con dos dianas al fondo. Sean tomó los dardos y le dio los amarillos a Lily.

– Es increíble cómo os parecéis -comentó esta tras darle las gracias.

Pero, al mismo tiempo, también había diferencias evidentes. Mientras que Brian era sociable, Sean padecía de una timidez patológica.

– Sujétalo así -Liam le indicó cómo sostener el dardo-. Luego echa el brazo con suavidad hacia atrás e impúlsalo hacia adelante. Venga, inténtalo -añadió tras hacer él el movimiento un par de veces.

Lyly se fijó en la diana, trató de repetir lo que Liam le había enseñado. Pero el dardo acabó pegando contra la pared, a varios metros del objetivo, y se cayó al suelo.

– Ha sido un gran lanzamiento -bromeó él-. Pero todavía puedes mejorarlo. Inténtalo otra vez.

Lanzó otros tres dardos y los tres acabaron rebotando contra la pared y cayendo al suelo.

– Puede que lo tuyo sea el billar -dijo Liam.

– No tienes por qué entretenerme. Puedo tomarme algo tranquilamente.

– Sean, pídele una Guinness a Lyly-Liam apuntó hacia una mesa-. ¿Nos sentamos aquí? Lily tomó asiento y sonrió.

– Si te apetece jugar a los dardos, juega.

– No, mejor me quedo. Si decides marcharte y no estoy aquí para impedírtelo, Brian me estrangularía -dijo Liam al tiempo que Sean les servía sendas Guinness. Luego regresó a la barra-. Creía que te habías ido de Boston.

– Iba a hacerlo, pero tenía un par de cosas que decirle y quería decirlas antes de volverme a Chicago.

– Le gustas mucho -comentó Liam-. Así que, si lo vas a dejar plantado, quizá sea mejor que te vayas sin más.

– No he venido a hacerle daño. Pero tenemos que hablar.

– Bueno -Liam apuntó con la barbilla hacia la puerta-. Parece que no vas a tener que esperar más.

Lyly se giró y vio entrar a Brian. Se levantó de inmediato y se apartó el pelo de los ojos. Al principio no la vio, pero luego la miró con tanta intensidad, que se quedó hipnotizada. Se acercaron lentamente. Lily sabía que la mayoría de los clientes estaban observándolos, pero le dio igual.

No estaba segura de que le diría, pero Brian se encargo de solucionarlo. Le agarró la cara entre las manos y devoró su boca como si fuese un vaso de agua en medio del desierto. El corazón se le disparó, apenas podía respirar. Pero supo que había tomado la decisión correcta. Brian la quería. Había volcado todo su amor en aquel beso.

Cuando se separaron, los clientes rompieron a aplaudir, silbar y vitorear.

– Tenemos un público estupendo -dijo él, sonriente, al tiempo que la abrazaba.

– Espero que esto no acabe también en la portada del Herald de mañana.

– No saldrá, te lo prometo -Brian le agarró una mano y tiró de ella hacia la salida. Una vez en la calle, la estrechó entre los brazos y volvió a besarla, esa vez con más delicadeza-. Has vuelto -murmuró, haciéndole una caricia en el cuello con la nariz.

– No he llegado a irme -dijo ella-. Estaba en el aeropuerto y comprendí que no podía irme.

– ¿Por qué no?

– Tenía que hablar contigo. Tenía que estar segura.

– ¿De qué?

– La otra noche, en el ascensor, me dijiste que te estabas enamorando de mí. Y luego, en la furgoneta, dijiste que querías casarte conmigo. Si me hubiera marchado, siempre me habría quedado la duda.

– En realidad no dije que quería casarme contigo -Brian sonrió mientras le pasaba el pulgar sobre el labio inferior.

– Pero…

– Dije que tendría que casarme contigo.

– Ah -Lily sintió que el alma se le caía a los pies. No habría final feliz. Abatida, se dio la vuelta y echó a andar.

– Te quiero, Lily -dijo él. Esta frenó y, muy despacio, se giró hacia Brian.

– ¿Sí?

– Y voy a pedirte que te cases conmigo… en cuanto esté seguro de que aceptas.

– ¿Sí?

– Sé que no hemos tenido una relación convencional -Brian se encogió de hombros-. Pero te prometo que, si me dejas, te haré feliz el resto de la vida. Puede que no hagamos todo bien o en el orden debido, pero creo que es parte del encanto de nuestra relación. Nunca sabemos qué va a pasar a continuación.

– No tengo trabajo -dijo Lily-. Voy a dimitir.

– Estupendo. Yo también estaba pensando en dimitir.

– ¿Sí?

– Creo que tengo que empezar con algo que no se apoye tanto en mi imagen. El Globe me ha ofrecido un puesto como periodista. Ganaré bastante menos, pero sé que merecerá la pena. Si te quedas conmigo, merecerá la pena. ¿Puedes vivir en Boston? Porque, si no puedes, nos vamos los dos a Chicago.

Lily sonrió. El corazón se le salía del pecho. Brian la amaba y quería que formase parte de su vida… para siempre. Tenía ganas de ponerse a dar saltos y gritar, pero se limitó a lanzarse contra su pecho de nuevo.

– Iré donde tú vayas. Y si nos quedamos en Boston, seremos felices aquí.

– No sabes cuánto he intentado esquivar la maldición de los Quinn. Pero me he dado cuenta de que no es ninguna maldición -Brian la agarró por la cintura-. Es como hacer realidad tu mayor deseo.

Lily lo abrazó con fuerza. Luego se dio cuenta de que una multitud de curiosos los miraban desde las ventanas del pub. Les sonrió, levantó un pulgar hacia arriba y todos empezaron a aplaudir de nuevo, armando un escándalo que se oyó a través de las ventanas.

Brian se giró a saludarlos también. Luego agarró la mano de Lily y la condujo hacia el coche.