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Pero sí dónde podía terminar la velada y, por primera vez desde que era un hombre adulto, Brian no sabía si quería que acabase ahí. Alejó esos pensamientos de su mente y se concentró en la música, la fragancia de su cabello, resuelto a disfrutar cada segundo, dondequiera que la noche los condujera.

Tomó aire. Era todo un descubrimiento: quizá el hecho de estar con una mujer no se reducía sólo al sexo. Quizá estaba bien que la seducción finalizara con un beso de buenas noches.

La música finalizó. Poco a poco, las luces de la pista se encendieron. Lily levantó la cabeza del hombro y miró alrededor.

– ¿Qué hora es? -preguntó con el ceño fruncido.

– Hora de irnos -dijo él-. Somos los últimos en la pista.

– No me había dado cuenta de que fuera tan tarde -comentó Lily, ruborizada.

Brian la rodeó por la cintura y la guió de vuelta a la mesa donde estaban los zapatos y el bolso.

– Vámonos -dijo al tiempo que se agachaba para ayudarla a calzarse.

Echaron a andar hacia la salida y, a medio camino, Brian vio una sala tenuemente iluminada e, incapaz de resistirse, la metió dentro y la besó. Le acarició las mejillas y se abrió paso con la lengua. Lily emitió un ligero suspiro y, cuando Brian se separó, permaneció un rato con los ojos cerrados.

– ¿Adonde vamos? -preguntó ella.

– No sé. Adonde sea. Con tal de ir juntos.

– Ten… tengo el coche afuera.

– Adelante.

Cuando llegaron a la calle, Lily le entregó al aparcacoches una tarjeta. Brian hizo una llamada fugaz por el móvil y, segundos después, se detuvo una limusina frente a ellos. No le prestó atención hasta que Lily se aproximó y el aparcacoches le abrió la puerta.

– Cuando dijiste coche, pensé que te referías a un Toyota o a un Ford -dijo él después de que Lily entrara.

– Es una limusina.

– Ya lo veo -Brian entró.

– ¿Prefieres que vayamos en tu coche? Brian pensó en su Talbot destartalado, estacionado al raso a un par de manzanas, y lo comparó con el lujoso interior de cuero de la limusina.

– No, este vale.

– ¿Adonde? -preguntó el chófer, mirándolos por el retrovisor.

Brian miró a Lily, dejándole la elección a ella.

– ¿Adonde quieres ir? -le preguntó con los ojos clavados en sus labios.

– Simplemente conduzca -murmuró mientras entrelazaba las manos tras la nuca de Brian-. Enséñenos la ciudad.

El cristal de separación hizo un ruidito mientras subía, pero Brian sólo pudo oír los latidos de su corazón mientras estrechaba a Lily entre los brazos.

Capítulo 2

La recostó contra el asiento, situando su cuerpo bajo el de él, y se apoderó de su boca con un beso profundo. Lily gimió, le recorrió el cuerpo con las manos desenfrenadas. Sabía que debía parar, que debía querer parar. ¡Era una locura!

Hacía apenas unas horas que lo conocía, pero se había quedado cautivada por él desde el mismo instante en que lo había visto. Lily introdujo las manos bajo la chaqueta del esmoquin, levantándola sobre los hombros. Brian se la quitó con un gruñido sin separar los labios un solo segundo.

Sabía que, si le pedía que parase, lo haría. Brian Quinn tenía algo que la hacía confiar en él, aunque el instinto le recomendaba que tuviese cuidado. Pero no quería parar. Mientras estuvieran en la limusina, con el conductor al otro lado del cristal, lo tendría todo bajo control.

La atracción instantánea que los unía era demasiado intensa como para negarla. Era magnética, como si una fuerza invisible los impulsara a estar más y más cerca de la intimidad. Aunque debía resistirse, cada beso, cada roce iba disolviendo sus inhibiciones.

¿De veras quería arrojarse en brazos de un desconocido para satisfacer un capricho? Brian pasó las manos sobre el corpiño del vestido, le agarró las caderas y la apretó contra el cuerpo. Sí, gritó el cerebro de Lily. Por supuesto que era lo que quería.

Al colocarla debajo, la amplia falda del vestido se arrugó, creando una barrera tan eficaz como un cinturón de castidad. Brian cesó en su frenética exploración.

– ¿Que escondes ahí? -preguntó y Lily soltó una risilla.

– De haber sabido que iba a terminar la noche le así, habría elegido otro vestido -contestó ella. Algo más corto, con botones por delante, pensó.

Brian sonrió, miró por la ventana.

– El Jardín Público -murmuró-. Ahora nos acercamos a una estatua de George Washington.

– Olvídate de las vistas -dijo Lily, tirándolo de la camisa hacia abajo-. Ya tendré tiempo de verlas.

– ¿Intentas seducirme, Lily? -preguntó él, posando la vista en sus labios.

– Si tienes que preguntarlo es que no lo estoy haciendo muy bien -Lily suspiro-. La verdad es que nunca había seducido a un hombre antes.

Brian le acarició una mejilla, luego deslizó la mano hacia el cuello.

– Créeme: lo estás haciendo muy bien -dijo mientras metía los dedos bajo el tirante del vestido. Jugueteó con él un momento y lo apartó del hombro-. Dime qué quieres -murmuró justo antes de apretar la boca contra su clavícula.

– Eso me gusta -dijo Lily. Brian bajó la mano hasta que los dedos rozaron la curva de sus pechos-. Y eso también -añadió ella, conteniendo la respiración.

– Dime -Brian paseó los dedos sobre el vestido, subiendo y bajando en una caricia perezosa.

Lily cerró los ojos y se arqueó hacia arriba, apoyándose sobre los codos. De pronto ya no era ella la que llevaba las riendas de la seducción.

– Tócame -susurró.

Sintió las manos de Brian alrededor de la cintura. Luego la incorporó y la sentó en el asiento situado enfrente. Cuando consiguió echarle a un lado la falda, le agarró un pie.

– Empezaba a preguntarme si tenías piernas debajo -dijo mientras le quitaba el zapato izquierdo y le másajeaba el pie.

Lily emitió un gemido delicado, se recostó contra el respaldo. Al pedirle que la tocara, no había pensado en un másaje. Pero la sorprendió lo sensual que resultaba sentir sus pulgares sobre el arco del pie. Sobre todo, cuando puso el pie entre sus piernas y subió las manos hacia la pantorrilla.

El pie reposaba sobre un lugar muy íntimo y, con cada movimiento de Brian, se frotaba contra su creciente erección. Lily nunca había tomado la planta del pie como un punto erógeno, pero cuando notó las manos de Brian por los muslos, supo que este le enseñaría unas cuantas cosas.

Se preguntó hasta dónde llegarían… si es que no llegaban hasta el final. Dado que no podía ver lo que le estaba haciendo por debajo del vestido, cerró los ojos y disfrutó de la sensación de sus palmas cálidas sobre la piel. Cuando se deslizó hacia la cara interior de los muslos, contuvo la respiración.

– Mira eso -dijo él y Lily abrió los ojos-. El Ateneo de Boston y el Cementerio Antiguo. Hay muchos soldados famosos enterrados ahí… Me encanta la ropa interior negra -añadió cuando llegó al elástico inferior de las bragas.

Metió los dedos, tiró hacia abajo con suavidad. Lily cambió de posición para que se las sacase del todo. Después se echó hacia adelante, pero, de nuevo, el vuelo de la falda se interpuso entre ambos. Se puso de rodillas delante de él. Aunque se había quitado la chaqueta y la corbata, seguía con la camisa abrochada hasta el cuello. Lily empezó a desabotonarla.

Después de abrirla, plantó las manos encima del torso, firme y musculoso. Luego besó la ligera mata de vello. Fue descendiendo hacia el ombligo. Pero al llegar a los pantalones, Brian le retiró las manos.

– ¿Estás segura de esto, Lily?

Ella sonrió. No necesitaba hacerse el caballero, pero se alegraba del intento.

– No hay nada malo… -Lily volvió a echar mano al botón de los pantalones- en que dos adultos que consienten compartan… sexo -finalizó tras bajarle la cremallera.