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La mayoría de los hombres soñarían con una afirmación así. Lily nunca había imaginado que pudiera decir tal cosa. Pero estaba cansada de relaciones. ¿Por qué no disfrutar un poco? Siempre había querido sacar más de donde sólo había atracción física y había acabado decepcionada.

Lily sabía que Brian Quinn no la decepcionaría. Esa noche no. Y, después, no le daría la oportunidad. Cada uno iría por su lado, satisfecho con el placer que habían dado y recibido.

– ¿Nunca te has dejado llevar por el momento? -preguntó ella.

– Sí -contesto él sonriente-. Creo que me está pasando ahora mismo.

Alcanzó la cremallera de la espalda y tiró de ella. Después sentó a Lily sobre su regazo, cara a cara, colocándole las rodillas a ambos lados de las piernas. Luego le desenganchó el sujetador y lo tiró.

Estiró una mano para apagar la luz, de modo que la única iluminación que se filtraba a través de los cristales tintados de la limusina era la del exterior. Brian exploró su cuerpo con las manos y los labios. De vez en cuando le apartaba algo de ropa para tocar piel desnuda, pero ambos seguían medio vestidos, manteniendo una barrera contra la rendición definitiva.

Lily le rodeó la nuca mientras Brian metía la mano bajo el vestido. Le había quitado la ropa interior y estaba desnuda bajo la falda. Lily le bajó los pantalones. Cuando echó mano a los calzoncillos, Brian le susurró que parara. Buscó la chaqueta al tiempo que ella se giraba hacia el bolso. Lily se adelantó y él sonrió aliviado al ver el preservativo.

– Por un momento, pensé que tendríamos que hacer un alto en una farmacia.

Lily se levantó, anticipando la sensación de tenerlo dentro. Luego bajó despacio hasta notar la punta caliente entre las piernas húmedas. Brian gimió, le agarró las caderas y controló el ritmo de Lily hasta que se hubo hundido por completo.

Hacía unas pocas horas que lo había conocido y, de pronto, estaban haciendo el amor en el asiento trasero de una limusina. Sólo pensarlo la hacía estremecerse de deseo. De eso se trataba: sexo puro y duro, la necesidad de estar con un hombre, de sentirlo dentro hasta alcanzar la liberación.

Pero, mientras se movían, no pudo evitar pensar que había algo especial en aquella intimidad tan espontánea. Quizá se hubiera enamorado un poco de Brian durante la velada. Era dulce, sexy, divertido. No podía haber elegido a un hombre mejor para esa pequeña aventura.

Le acarició la cara. Brian abrió los ojos, le sostuvo la mirada y empezó a aumentar la velocidad. Lily observaba sus reacciones, la expresión de su rostro, al principio relajado, cada vez más excitado. La subía y bajaba con las manos hasta que, de repente, se frenó. Sin previo aviso, la agarro por la cintura y se echó hacia adelante hasta tumbarla sobre el asiento. La besó.

Era tan delicado con ella que, cuando metió la mano bajo la falda y la tocó, Lily supo que no se contentaría con conseguir su propio placer. Empezó a moverse de nuevo mientras la acariciaba. Lily sintió un calambrazo, el cuerpo se le tensó.

Cerró los ojos y se concentró en las sensaciones que recorrían sus miembros. Estaba a punto de traspasar el límite y no pararía hasta liberar la presión que sentía entre los muslos. Echó las caderas hacia arriba, acogiendo cada arremetida de Brian, retándolo a que tomara todo lo que le ofrecía.

Pronunció su nombre en un susurro, no una vez, sino dos, suplicándole que le diera más.

– Ven… ven conmigo -gruñó Brian, labio contra labio-. Ya…

Entonces, como si hubiese estado esperando la invitación, Lily sintió que el cuerpo explotaba en un estallido orgásmico. Gritó, luego sintió la descarga de Brian, que la penetró una última vez y se apretó a ella, finalmente, mientras terminaban los espasmos.

Después se desplomó. Cayó encima de ella, se echó a un lado y la agarró por la cintura para apretarla contra su cuerpo. Luego se quedaron en silencio.

– ¿Estás bien? -le preguntó ella cuando recuperaron el aliento.

– No puedo creer lo que acabamos de hacer. Yo nunca… bueno, nunca había hecho algo así.

– Me cuesta creerlo -Lily esbozó una sonrisa precavida.

– Pues créelo -dijo él, frotándole el cuello con la nariz-. Ha sido increíble. Has estado… impresionante.

Lily arrastró los dedos sobre el cabello de Brian y lo besó. Nunca se había sentido tan plenamente satisfecha y, en otras circunstancias, se habría pasado una semana entera haciendo el amor con Brian Quinn en la limusina. Pero se había hecho una promesa y la mantendría. Una aventura de una noche era eso: una aventura de una noche.

De repente, se arrepintió. Quizá no hubiera sido una buena idea. Después de lo que habían compartido, no quería marcharse sin más. Brian Quinn era un hombre estupendo. Y, si no se equivocaba, estaba disponible. Tragó saliva. No era momento de cambiar de planes.

– Creo que todavía me quedan dos preguntas, ¿no? -murmuró él.

– No sé -dijo Lily-. He perdido la cuenta.

– Bueno, ¿y ahora qué? -Brian le acarició un hombro-. No podemos dar vueltas en la limusina toda la vida. Se va a acabar la gasolina.

– Por mí seguimos hasta que se acabe -dijo ella, mirándolo a la boca.

– Podríamos ir a mi casa. O a la tuya -sugirió Brian.

De nuevo, Lily se tuvo que obligar a recordarse sus intenciones iniciales. Se incorporó, se arregló el vestido, echó mano a la cremallera, Brian le dio la vuelta y se la subió mientras le acariciaba un brazo con la mano libre.

El contacto le provocó un escalofrío, pero lo disimulo agachándose por la ropa interior y los zapatos. Guardó las bragas y el sujetador en el bolso, se calzó. Luego pulsó el botón del interfono:

– Por favor, llévenos de vuelta al Copley Plaza -le indicó al chófer. Después miró a Brian a la cara. Por un momento, se quedó embelesada con el color de sus ojos-. Seamos sinceros: esto ha sido sexo, lujuria. Y ha sido maravilloso. Toda una experiencia. Pero no tiene por qué ser más. No espero que lo sea.

– Pero al menos deberíamos…

– ¿Qué?, ¿debería darte mi teléfono? Puede que llames, pero puede que, después de pensártelo un par de días, decidas que es mejor dejar las cosas tal cual. Pero si te doy mi número, puede que espere tu llamada y, si no me llamas, me sentiré dolida. O puede que volvamos a vernos y que nos demos cuenta de que entre nosotros no hay… nada más que esto. O quizá descubramos que tenemos un montón de cosas en común y hasta empezamos a salir juntos. Pero tú acabarás aburriéndote o yo te exigiré demasiado. nos pelearemos y acabaremos odiándonos -Lily tomó aire antes de seguir hablando y sonrió-. Así que quizá sea mejor que no te dé mi teléfono y nos ahorramos dolores de cabeza.

Brian se abrochó los pantalones, se subió la cremallera, alcanzó la chaqueta.

– Lily, no creo…

Lily le puso un dedo en los labios, lo besó y le rodeó la nuca.

– Lo he pasado muy bien, corazón.

– Yo también, cariño -murmuró él, reticente a conformarse-. Pero eso no significa que…

– Sí, sí significa.

El coche se detuvo. Lily miró por la ventanilla, sorprendida al ver que ya estaban de vuelta en el hotel. Brian la agarró y la besó otra vez, en un nuevo intento de hacerla cambiar de opinión.

– Deja que por lo menos intente convencerte -susurró. Pero Lily se apartó, negando con la cabeza-. En fin, supongo que no volveré a verte.

– Supongo que no -Lily sonrió-. Lo he pasado muy bien, Brian.

Este la miró a los ojos. Luego se encogió de hombros y se acercó a la puerta.

– Buenas noches, Lily.

Acto seguido abrió la puerta y salió. Por un momento, Lily pensó que se volvería a decirle algo. Pero se limitó a cerrar. Se quedó mirándolo mientras se alejaba por la acera. Después, suspiró, se dejo caer contra el respaldo del asiento y se llevó una mano al pecho.