Agarró con seguridad la linterna, dobló las piernas y se impulsó un poco hacia arriba, iluminando la roca delante de él. De repente, vio un destello delante de él y se apartó de golpe hacia atrás y expulsó aire por la boca.
Directamente delante de él, a no más de un brazo de distancia, se encontraba la cabeza de un enorme tiburón de punta negra. La boca, abierta, mostraba las hileras de dientes afilados como cuchillos. Justin se agachó cuando éste se deslizó por encima de él, golpeándole la cara con la parte inferior de la mandíbula.
Antes de salir a la superficie, siguió al tiburón con la luz de la linterna hasta que éste desapareció de la vista. Luego se impulsó con fuerza hacia arriba mientras sacaba el resto del aire por la nariz.
Llegó a la superficie del agua con falta de aire y tragó una buena bocanada de agua. Nadó hasta el cono de tufo más cercano y, sin hacer caso del león marino que acababa de despertar, vomitó una mezcla de agua salada y flema.
Se quedó descansando en el cono unos minutos, respirando hasta que se tranquilizó. Luego se dirigió al oeste de nuevo unos trece metros y se sumergió hasta el fondo, buscando con la luz de la linterna. Esta vez volvió a la superficie antes.
La segunda y tercera zambullida resultaron igual de infructuosas. Cuando emergió de la cuarta, respiraba con dificultad.
Cameron corrió por el bosque hasta que el punzante dolor en los pulmones se hizo insoportable. Entonces se derrumbó. Era de noche, así que la mantis podía encontrarse en cualquier parte de la isla; el bosque, con la multitud de escondrijos que ofrecía, era probablemente la mejor apuesta de Cameron.
Estaba impregnada del olor de su propio sudor, de la sangre de Tank y de la carne en descomposición de los cuerpos del frigorífico. Se miró la camisa empapada y manchada, infestada por el virus Darwin: sabía que tenía que lavarse tan pronto como pudiera llegar al agua. Pero no podía arriesgarse a recorrer la distancia que había hasta la playa. No hasta que no saliera el sol. Pensó en el gel antibacteriano que se encontraba en el campamento. Sería la primera prioridad de la mañana.
Se resistió a la urgencia de conectar con Justin, ya que quedaron en que él conectaría cuando llegara a la playa. Sólo podía confiar en que estaría bien por el momento.
Buscó entre las Scalesias un árbol lo suficientemente alto para trepar y esconderse en él. La mantis podía alcanzarla aunque se encontrara en un árbol, pero si Cameron estaba a un nivel superior al del suelo por lo menos podría advertir la proximidad de la criatura y ponerse fuera de su radio de olor y de vista. Finalmente dio con un quino alto que sobrepasaba las Scalesias más bajas. Era perfecto, aunque las ramas más bajas que podían soportar su peso se encontraban a unos nueve metros del suelo.
Trepó por el tronco, con los muslos y los brazos, unos tres metros. Notaba la corteza áspera a través de la fina camiseta. Siguió trepando hasta que llegó a la rama más baja. Se agarró a ella con las dos manos y, doblando las piernas, se puso cabeza abajo, enganchó las piernas a la rama e, impulsándose en el tronco, subió el cuerpo.
Miró alrededor y se dio cuenta de que las ramas de los otros árboles no se encontraban tan cerca como le había parecido desde el suelo. La vía de escape era dudosa; si la veía, probablemente la alcanzaría. De momento estaba demasiado exhausta para moverse, pero tenía que obligarse a permanecer despierta.
Se colocó a horcajadas en la rama y se apoyó contra el tronco con la frente apoyada en la rugosa corteza.
Por primera vez en, aproximadamente dieciocho horas, se permitió relajar los músculos.
Justin se desplazó otras dos brazadas hacia el oeste, igual que había hecho antes de cada zambullida, y volvió a intentarlo. Cuando tocó el fondo con los pies, observó la zona iluminada por la luz. Algo brillaba en la arena, de un color amarillo brillante. Nadó hasta allí y desenterró la culata fluorescente del arpón y, luego, el arma entera. La arena se arremolinaba a su alrededor como confeti y Justin aguantó la larga y esbelta arma delante de él un momento, como admirándola.
Salió a la superficie y nadó hasta la roca, donde descansó un rato abrazado a ella, con la mejilla pegada a ella y la cintura girada para proteger la pelvis. Respiraba profundamente y de forma regular mientras se dejaba mecer por las olas.
El arpón no tenía correa y Justin intentó sin éxito atarla a la correa de la linterna. Finalmente se dirigió a la isla con el arpón en una mano y nadando con la otra. El arma le hacía desviarse, así que se impulsó con los pies a un ritmo casi hipnótico. A su izquierda, un león marino proyectaba su sombra por encima de él y observaba su evolución como divertido.
Cada vez la respiración se le hacía más agitada y pronto tuvo que respirar a cada momento. Al cabo de un rato vio la silueta neblinosa de la isla delante de él. El león marino se sumergió detrás de él y apareció a su derecha con un grito juguetón.
El ritmo de Justin ya era penosamente lento cuando llegó a unos noventa metros de la costa. El cielo empezaba a mostrar un destello, el filo gris de la mañana.
Buscó al león marino con la mirada, pero éste había desaparecido de repente.
Se detuvo un momento para recuperar el resuello y luego continuó nadando en silencio, con cuidado de no cortarse con los filos de las piedras.
De repente, levantó la cabeza y se volvió, observando detrás de él. Se quedó unos momentos aguantándose a flote con piernas y brazos para observar la superficie. Algo grande le pasó por el lado, a unos cuatro metros y medio, provocando unas ondas en el agua que llegaron hasta él. A sus pies se formó un remolino y, luego, el agua se calmó.
Sujetando el arpón con fuerza, miró hacia la orilla, que se encontraba a unos sesenta metros. La arena del fondo emergía gradualmente y a unos veinticinco metros de la playa, sólo había un metro y medio de profundidad. El agua, a pesar del resplandor del cielo en la isla, todavía estaba oscura.
Algo rompió la superficie, pero cuando Justin se dio la vuelta, sólo vio una espiral de ondas y una aleta que se hundía. Levantó el arpón, en actitud defensiva, pero cuando vio que sólo llevaba una carga, lo bajó. Se desenganchó la linterna del hombro y la encendió.
Hubo un repentino movimiento en el agua, algo se dirigía directamente hacia él. Se encontraba a unos nueve metros y Justin dirigió la luz lo más lejos que pudo hacia la izquierda. Agarró el arpón y se sumergió, incapaz de moverse.
El tiburón estaba a punto de llegar hasta él cuando se desvió siguiendo el haz de luz. Debajo del agua, Justin sólo vio un destello fugaz y luego una ola submarina de agua que le golpeó.
Salió a la superficie y nadó todo lo rápido que pudo hacia la playa, de lado, intentando no hacer ningún ruido y mirando hacia atrás. Cuando hizo pie, avanzó. Todavía faltaba una media hora para que saliera el sol, pero el perfil de la playa y del acantilado eran visibles. Continuó avanzando hasta que el pecho estaba fuera del agua, y pronto tuvo el agua por debajo del estómago.
Se quedó inmóvil con la mirada fija en una forma oscura que se encontraba en la playa, delante de él. Gordo, redondo, inmóvil, habría podido ser un trozo de tronco. Con la vista fija en el bulto, a la espera de que hubiera un poco más de luz, avanzó lentamente. Llevaba el arpón por encima de la cabeza y cada vez que una gota caía a la superficie del agua, Justin hacía una mueca como de dolor. Le temblaban los labios mientras daba un paso… esperaba… daba un paso…
Cuando se detuvo, las piernas empezaban a fallarle. Dio un paso más y subió encima de una roca de lava.
La playa se iluminó en un grado infinitesimal y unas enormes huellas que iban desde el sendero hasta el bulto en la playa se hicieron visibles. Eran las huellas de un animal de cuatro patas y cada una estaba partida en la punta, como de una garra bífida.