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El enorme ojo miró a Cameron. Las antenas parecían interminables. La boca de la criatura era un agujero horripilante y las mandíbulas brillaban de jugos digestivos. El labro parecía suave y esponjoso, pero Cameron sabía que no lo era.

La mantis ladeó un poco la cabeza hacia la derecha. Ya no había tiempo. Cameron dobló las piernas hasta que con el trasero tocó los talones y saltó como una flecha, en una zambullida horizontal. Aunque no pudo ver las garras cerrarse detrás de ella, las oyó.

Empezó a caer con los hombros por delante y sintió como si el estómago le bajara hasta los pies. El aire le silbó en los oídos y el suelo se volvió borroso. Los ojos se le llenaron de lágrimas. El tronco se aproximó.

Por un momento, creyó que el impulso no era suficiente, que caería antes de llegar y que acabaría en un montón de huesos y piernas rotas al pie del árbol, pero se fue acercando al tronco mientras caía.

Se dio un fuerte golpe en el hombro y se abrazó con todas sus fuerzas en el árbol. Notó que el transmisor se rompía debajo de la piel. La corteza le arañó las mejillas hasta hacerle salir sangre. Con el torso y las piernas colgando, se había golpeado fuertemente la zona del pecho y de la pelvis. El dolor que sintió hizo que contrajera todos los músculos del cuerpo.

El abrazo le falló y empezó a deslizarse por el tronco mientras intentaba sujetarse con los muslos y los brazos. Las ramitas se iban rompiendo a medida que bajaba. Se abrazó con toda su fuerza, pegando el pecho contra el tronco aunque la fricción contra él era como una lijadora.

Milagrosamente, un nudo que sobresalía de la corteza le pasó entre las piernas, pero le hizo un corte en el mentón y de repente, el torso se le fue hacia atrás. Las brillantes y verdes copas de los árboles le pasaron como un rayo por delante de los ojos. Cameron abrazó el tronco con las piernas con tanta fuerza que creyó que los músculos se le rompían. Los talones de las botas se clavaron como cuchillos en el árbol, arrancando grandes trozos de corteza.

Los brazos le colgaban por debajo de la cabeza, pero consiguió detener la caída y quedó allí colgando. Aunque los pantalones de camuflaje le protegían las piernas, la quemazón en la parte interior de los muslos era insoportable. Parpadeó con fuerza e incorporó el torso con los abdominales.

Se encontraba a unos cuatro metros y medio del suelo.

Inmediatamente intentó localizar a la criatura encima de la rama, pero no la vio. Entonces distinguió el bulto del abdomen detrás del tronco, las patas alrededor de él. La mantis descendía hacia el suelo.

Cameron se dejó deslizar hacia abajo los cuatro metros y medio hasta el suelo, aumentando la presión de brazos y piernas unas cuantas veces para reducir la velocidad. Intentó hacer caso omiso del dolor. La mandíbula se le cerró con fuerza al caer al suelo y se quedó tumbada de espaldas un instante antes de ponerse a cuatro patas.

La mantis saltó del otro árbol y cayó al suelo. Las alas vibraron un momento, pero no las abrió.

Cameron se puso de pie antes de que la mantis se incorporara, se dio la vuelta y corrió a internarse en el follaje rezando para recordar la dirección correcta. Con los brazos apartaba desesperadamente enredaderas y ramas. Pasó entre arbustos y saltó por encima de árboles caídos y rocas con más rapidez que nunca en su vida. No sabía cómo podía correr tan deprisa, especialmente después del descenso del árbol, pero tenía el cuerpo inundado de adrenalina que la impulsaba a través del bosque como un piloto automático. Debería haberse sentido débil y cansada, ni siquiera recordaba cuándo había comido por última vez, pero sentía una segunda energía que le llenaba el cuerpo.

Detrás, a poca distancia, la mantis avanzaba en el sotobosque. Cameron pasó por debajo de un árbol caído cuyo extremo se encontraba encima de una roca y contó los segundos que tardó en oír el golpe de la mantis contra él. Seis. Había seis segundos entre ella y las fauces de la criatura.

Pero el ruido de la mantis corriendo se acercaba, como un tráiler pisándole los talones. Cameron rezaba para encontrar la hierba de los campos y dejaba atrás arbusto tras arbusto, esquivaba árboles, saltaba arroyos, pero sólo encontraba bosque y más bosque.

Justo cuando se convenció de que había ido por el camino equivocado, el suelo bajo sus pies se hundió y se encontró sumida en la oscuridad. Resbaló por una pendiente y se encontró tendida de espaldas a unos tres metros por debajo del suelo y el agujero del cielo encima de ella.

Giró la cabeza y sintió una punzada de dolor que le bajaba desde el cuello. Lentamente se fue dando cuenta de dónde estaba: había caído en el túnel de lava. Miró hacia arriba buscando los restos de la ooteca que habían encontrado, pero no se veía por ninguna parte. Unas cuantas raíces se habían abierto paso por la entrada y por el techo y se retorcían contra la roca como gusanos enormes: unas cosas llenas de vida.

El túnel de lava era más pequeño de lo que recordaba; sólo tenía unos dos metros y medio de alto y dos de ancho. Se dio cuenta de que debía de encontrarse en el otro extremo: el extremo norte y más cercano al corazón del bosque.

El túnel formaba un recodo y se perdía de vista, horizontalmente bajo el suelo. El techo se encontraba a pocos centímetros del suelo del bosque. Las paredes estaban impregnadas de carbonato de calcio, como coral, y las estalactitas colgaban del techo como colmillos solitarios. El hierro se había oxidado encima de la lava y formaba manchas de un color amarillo rojizo. Largo y esbelto, el túnel parecía un túnel de metro, o los intestinos de alguna bestia.

A Cameron se le ensombreció el rostro cuando vio que la silueta de la cabeza de la mantis aparecía por el agujero de la entrada. Se puso de cuatro patas con todo el cuerpo dolorido y huyó unos cuantos pasos corredor abajo. La mantis intentó penetrar por la estrecha abertura, pero no pudo. Retrocedió, aparentemente frustrada.

Simplemente tenía que esperar.

La rotura en los pantalones de Cameron mostraba una rodilla sangrante. Sollozó con fuerza al darse cuenta de que el virus, si todavía estaba vivo en sus ropas, podía penetrar por la herida ensangrentada. Con la cara desencajada miró la cabeza de la mantis, que la esperaba enmarcada en el pequeño agujero de luz.

Recordó que Diego había dicho que el túnel de lava tenía unos trescientos cincuenta metros; sólo tenía que recorrer esa distancia y saldría por la entrada sur, más cercana al campamento base.

Tenía el hombro del transmisor herido y el músculo se le levantaba sobre los trozos de metal rotos. Murmuró una orden, pero supo que no funcionaba antes incluso de recibir el silencio como respuesta. No podía quedarse ahí escondida en el túnel de lava: no tendría forma de ponerse en contacto con el helicóptero cuando llegara. Tenía que volver al campamento base y al sucio camino para colocar la luz de infrarrojos para guiar al helicóptero.

Se volvió y dio unos cuantos pasos por el túnel; miró hacia atrás y la criatura había desaparecido. El suelo estaba lleno de agujeros que parecían madrigueras, formados por el incesante goteo del agua desde el techo. Rozó con el hombro una frágil estalactita, que cayó al suelo y se rompió.

Caminó unos cuantos pasos más, rodeada por el eco de su propia respiración y el goteo del agua. Un poco de tierra le cayó encima del hombro. Al principio creyó que se avecinaba un terremoto, y estuvo segura de que se quedaría ahí dentro, enterrada, pero la tierra dejó de moverse. Cameron dio otro paso y notó una ligera vibración y otro montoncito de tierra cayó del techo sobre su cabeza.

La mantis la seguía sobre la superficie, percibía los movimientos de Cameron con sus sensibles antenas incluso debajo del suelo.

Cameron dio un paso y se detuvo y, al cabo de un momento, otro montoncito de tierra cayó del techo. Cameron se apoyó contra la pared, con la espalda contra la lava húmeda, como yeso. Sintió que unos sollozos le subían por el pecho, pero se los tragó. Se dejó caer de cuatro patas e hizo una mueca de dolor cuando la rodilla entró en contacto con el suelo, pero avanzó a cuatro patas tan silenciosamente como pudo. Se quedó quieta, esperando notar la pequeña vibración sobre su cabeza.