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Cada pocos minutos la mantis tenía que retroceder y permanecer en la sombra. Las patas delanteras se encontraban en todo momento en el límite de la sombra y la criatura retrocedía solamente cuando el sol la obligaba sin apartar nunca el ojo sano de Cameron.

Finalmente, cuando el calor se hizo demasiado intenso, la criatura se dio la vuelta y se introdujo en el bosque.

Cameron corrió hasta su marido. Justin se removió al sentir su contacto.

– El arpón -dijo Justin-, He perdido el arpón. -Estaba temblando y sudando. La herida en el hombro era profunda y sangraba profusamente.

– No pasa nada -dijo Cameron-. Puso su mejilla contra la de él y le ayudó a sentarse.

Cuando la mantis vio que Justin se movía, dio un paso hacia delante bajo la luz del sol, expeliendo el aire por los espiráculos, pero enseguida volvió a ponerse a cubierto del sol.

Cameron se colocó el brazo sano de Justin por encima de los hombros y lo medio arrastró por el campo hasta el campamento base. Al norte, la criatura era como su sombra: los seguía por entre los árboles del linde del bosque.

Justin deliraba y murmuraba para sí mismo:

– Tengo que ir al bosque -murmuró-. Tengo que encontrar a mi mujer.

– No pasa nada, cariño. Estoy aquí. Estoy aquí mismo.

Cuando se acercaron a las tiendas, a Cameron le fallaron las piernas. Justin gruño de dolor al caer al suelo y perdió el conocimiento.

La mantis los miraba desde los árboles mecidos por el viento. De repente, se dio la vuelta y desapareció de la vista. Cameron cayó encima de Justin.

Habían sobrevivido a la noche.

69

Sólo les quedaba la última lata de gasolina cuando la Zodiac se acercó al muelle pintado de azul y blanco, detrás del edificio de Biología Marina. Unas cuantas iguanas marinas se esforzaban para apartarse de su paso, con las cabezas y las colas sobresaliendo del agua. La luz de la mañana se derramaba encima de las aguas y les daba un tinte verdoso.

Excepto por la parada que hicieron en la zona de extracción de muestras para tomar más muestras de agua, no habían disminuido la velocidad durante las últimas diecisiete horas y media. El mar había estado picado, lo cual había prolongado el viaje una hora y media más de lo que habían previsto.

Diego tenía las manos agrietadas e irritadas de la sal del mar y del viento, y Rex tenía la espalda tan dolorida que casi no se podía acabar de incorporar cuando se ponía en pie. Ramoncito se encontraba en sorprendente buena forma y había pasado todo el tiempo debajo de una lona, protegiéndose con el sombrero de Rex el rostro quemado por el sol.

Diego saltó de la barca en un abrir y cerrar de ojos y avanzó con cuidado llevando la bolsa llena de muestras de agua.

Rex le siguió inmediatamente. Diego tropezó en el muelle y los tarros de las muestras chocaron los unos contra los otros, pero ninguno se rompió. Corrieron hacia la oficina de Diego, en el edificio de Plantas e Invertebrados, sin hacer caso de los muebles tumbados y los cristales rotos.

Diego señaló hacia el pasillo:

– El laboratorio -dijo-. Voy a buscar unas cosas y voy para allá.

Rex entró en el laboratorio y ordenó las muestras de agua, diecisiete en total, encima del mostrador. Empezó a centrifugarlas para aislar los dinoflagelados, más densos, del resto del agua. Acostumbrado al trabajo de campo, se sentía inseguro en el laboratorio.

Diego entró con una probeta llena de ADN de dinoflagelados, una muestra que se sabía era normal y que no estaba infectada; la utilizarían como patrón de referencia para contrastarlo con las diecisiete muestras de los alrededores de Sangre de Dios.

– Estoy aplicando una fuerza de dos mil g -dijo Rex.

Diego tomó un tarro de muestra y lo sopesó en la mano.

– Muy bien. Tendremos que preparar las soluciones para extraer el ADN del resto de las moléculas de los dinoflagelados -dijo, dirigiéndose hacia un armario y sacando unas cuantas cajas.

– ¿Cuánto tarda el proceso?

Diego se encogió de hombros.

– Una hora y media, dos horas. Vamos a preparar todas las que podamos para hacerlo simultáneamente.

Diego se dirigió hacia el congelador para localizar las probetas que contenían las enzimas que iban a utilizar para hacer el análisis parcial, proceso que cortaría secciones específicas del código de los dinoflagelados del ADN que estaban extrayendo.

Empezaron a preparar las soluciones a un ritmo frenético. Rex miró el reloj. Ya eran las nueve y veinte y todavía tenían mucho trabajo por hacer.

Fuera, en la lancha, Ramoncito se desperezó debajo de la lona. El sombrero de Rex le cayó encima del rostro y se lo apartó para ver la luz del día. Miró alrededor y se dio cuenta de que habían llegado a Puerto Ayora. Se puso de pie y estiró el cuerpo.

Se tocó las mejillas quemadas por el sol. Todavía continuaba dándole vueltas a todo lo que le habían contado. Se dirigió hacia el laboratorio, donde sabía que Diego necesitaría su ayuda.

70

Cameron levantó la cabeza y miró alrededor. El campamento base se encontraba, vacío, a unos veintisiete metros a la derecha. De momento, estaban a salvo. Dio la vuelta a Justin hasta colocarlo de espaldas al suelo y le examinó la herida. Él abrió los ojos y parpadeó con fuerza. Ya no tenía los ojos tan neblinosos.

– Hola cariño -dijo Justin-. ¿Te he rescatado? -Intentó sonreír pero no pudo-. Me parece recordar que he destrozado un poco el mango de tu cuchillo con la cabeza.

– No te muevas -dijo Cameron. Se dio cuenta de que Justin no había preguntado por Tank; Cameron debía de tener un aspecto peor del que creía.

La mantis había arrancado a Justin una parte de músculo del hombro izquierdo. Tenía el hueso de la clavícula a la vista, roto, pero éste había recibido todo el golpe protegiendo la arteria subclavicular que pasaba por debajo. La mantis no había cortado lo suficiente como para alcanzar la arteria axilar.

Viendo el daño de la herida, Cameron se dio cuenta de que Justin no podría ayudarla. El plexo de nervios del lado izquierdo se encontraba afectado y no podría utilizar el brazo hasta que no recibiera atención médica. Además, el transmisor se había perdido y no tenían forma de entrar en contacto con nadie. Se encontraba sola frente a la criatura.

Justin le leyó los pensamientos.

– Lo sé. He perdido mucha sangre y posiblemente tenga hipovolemia. -Intentó levantar un brazo pero no pudo-. Tómame las pulsaciones.

Cameron levantó la solapa del bolsillo para ver el reloj digital que llevaba cosido en el interior y le tomó el pulso. Frunció los labios cuando se dio cuenta del resultado:

– Ciento veinticuatro.

Justin maldijo.

– Mi pulso en reposo es de cincuenta y cinco. Tengo taquicardia. -Parpadeó con fuerza, intentando enfocar la vista-. Tendrás que limpiarme la herida. Y aplicar presión en ella.

Cameron encontró una vieja camiseta de camuflaje en la tienda de Szabla y la rasgó en dos. Vertió dos paquetes de sal en la cantimplora y la agitó y luego empapó los trapos con el agua salada. Volvió al lado de Justin y se inclinó encima de él con el trapo goteando. Le ayudaría a limpiar la herida. De forma instintiva, Justin se llevó una mano a la herida para protegerla.

– Esto va a doler -dijo.

Cameron asintió.

Justin apartó la mano e hizo una mueca.

– De acuerdo, enfermera Ratched.

Cameron presionó el trapo empapado de agua salada sobre la herida y Justin empezó a respirar con dificultad, pero no se quejó. Cuando la herida estuvo limpia, Cameron rasgó la otra mitad de la camisa en tiras y las ató alrededor de la herida para mantener la presión. Justin tenía la frente perlada de sudor, roja y quemada por el sol. Por una vez no hizo ningún intento de bromear.