– Ya está -dijo Cameron, incorporándose un poco y examinando el trabajo-. Esperemos que coagule. Justin. ¡Justin!
La cabeza de Justin cayó hacia atrás y Cameron se la sujetó a tiempo. Él parpadeó, cansado.
– No pasa nada -dijo Justin-. Estoy bien. Ahora tienes que pincharme. Creo que tengo alguna bolsa de lactato Ringer’s en mi mochila.
Cameron sacó la bolsa de lactato y luego ató una tira de tela alrededor del brazo de Justin a modo de torniquete. Justin cerró el puño de la mano derecha para que la vena antecubital fuera visible. Cameron insertó una larga aguja con ayuda de él y luego le inyectó el lactato. Justin se quedó tumbado mientras ella iba presionando la bolsa para empujar la solución.
Al cabo de veinte minutos, cuando la bolsa ya estaba vacía, Cameron le sacó la aguja. Justin intentó sentarse, pero ella se lo impidió y él gruñó de dolor.
– Eres una carga, Justin. En cuanto me vaya de tu lado, la mantis va a venir a por ti porque sabe que eres una presa fácil.
– No soy una presa fácil -respondió Justin. Intentó mover el brazo herido y gritó de dolor. Arrugó la cara y se tumbó en la hierba esperando que el dolor se le pasara.
Las ropas se le habían manchado un poco de sangre. Cameron apretó el vendaje y Justin hizo una mueca de dolor.
– Tenemos que sacarte del campo de visión de la mantis. Si te ve como a una presa vulnerable, es posible que se arriesgue a salir a la luz del sol a buscarte.
– De acuerdo. Me esconderé en la ambulancia. -Justin cada vez pronunciaba peor. Emitió una queja que sonó como el crujido de una puerta-. ¿Qué quieres hacer?
– Enterrarte.
Cameron no pudo evitar la idea de que el agujero que estaba cavando para su esposo parecía una tumba. Lo hacía a unos nueve metros detrás del campamento base, así que las tiendas lo ocultaban del campo de visión desde el bosque, por si la mantis se encontraba observando. Cameron conseguía mantener el dolor a raya mientras trabajaba y no tenía intención de permitir que éste emergiera hasta que hubiera terminado. Le dolían tanto los brazos que al final se le durmieron.
Justin se encontraba tumbado sobre su estómago, mirando a Cameron trabajar e intentando permanecer consciente. Cameron le había hidratado tanto como había podido. Justin permanecería en el agujero mucho tiempo, hasta el rescate de las diez de la noche.
Si es que ambos sobrevivían tanto tiempo.
Cameron se apartó del agujero y Justin rodó hasta caer en él de espaldas. Estaba colocado de tal forma que el rostro le quedaba casi a nivel del suelo. La respiración se le aceleró mientras Cameron le echaba la tierra por encima de las piernas, el estómago y el pecho para ocultarlo. Finalmente, sólo era visible el rostro, un óvalo rosado clavado en la tierra.
– ¿Estarás bien? -preguntó Cameron.
Justin asintió débilmente con la cabeza. Miró la camisa de Cameron, húmeda de hemolinfa ya corrompida.
– Te queda bien ese color. -Cerró los ojos y a Cameron se le aceleró el corazón.
– No se te ocurra morirte.
– Por favor -consiguió decir Justin-. Tengo ropa tendida.
Cameron se inclinó sobre su marido y le besó los labios con ternura. Luego le colocó en la boca un trozo de tubo de plástico que había encontrado en la mochila de Savage. Inmediatamente, le cubrió el rostro con tierra hasta que quedó invisible. El tubo sobresalía unos centímetros, pero aparte de eso, la tierra que tapaba a Justin estaba totalmente aplanada.
La herida no había afectado a ninguna arteria mayor y Justin sobreviviría si no perdía más sangre. Y Cameron había hecho un agujero profundo en la tierra fría para protegerle del sol.
Cameron se levantó y se quedó al lado de él unos momentos. Luego acercó la mano al tubo de plástico para sentir su respiración en la palma. La persona a la que más quería en el mundo estaba enterrada viva a sus pies y ella tenía que dejarle ahí mucho tiempo.
Cameron dio media vuelta y se dirigió al campamento base. Se cambió la ropa, se lavó con agua de la cantimplora y se aplicó el resto de gel antibacteriano en las heridas. No quería perder tiempo yendo a la playa para lavarse por completo: tendría que esperar a tener un plan a punto.
Arrancó un trozo de papel de un diario y escribió una nota en la que explicaba que Justin se encontraba vivo y que ella le había enterrado. Debajo, dibujó un esquema explicativo de dónde se encontraba enterrado. Clavó el papel en la parte frontal de una de las tiendas, donde se veía con claridad. Se quedó unos momentos mirando la nota y luego se volvió para buscar su mochila.
Sacó la luz estroboscópica infrarroja y, dándole la vuelta, pulsó el interruptor. Un suave zumbido indicó que estaba en funcionamiento, aunque la cobertura infrarroja aseguraba que sólo fuera visible en visión nocturna. Colocó la luz estroboscópica en el suelo, a una distancia prudente de Justin, más o menos a medio camino entre el campamento base y la vesícula de aire que habían utilizado como trampa.
Volvió a su mochila y sacó una botella de líquido para lentillas, se las limpió y se las volvió a colocar. Luego se presionó las sienes con los dedos y repasó las opciones mentalmente intentando dar con un plan para sobrevivir hasta que llegara el helicóptero.
Levantó la solapa del bolsillo de los pantalones y consultó el reloj digital. Pasaban dos minutos de las once. De momento, la mantis estaba atrapada en el bosque, a la sombra. Anochecería sobre las seis, lo cual le daba a Cameron siete horas. Al cabo de siete horas, la criatura podría desplazarse donde quisiera.
Cameron no podía nadar hasta los conos de tufo para pasar esas horas de noche porque la mantis podía descubrir a Justin o podía volar fuera de la isla en busca de comida, lo cual significaba llevar el virus a otro lugar. Y si Cameron no encontraba a la larva que faltaba, lo cual parecía muy probable, corría el riesgo de que por la noche tuviera que enfrentarse con dos de esas criaturas.
Dada la vulnerabilidad de Justin y la ventaja que la criatura tenía por la noche, ella tenía que tomar la ofensiva. El arpón se había perdido, pero todavía le quedaban tres bengalas y dos paquetes de TNT. Intentó pensar en algunas trampas que pudiera preparar, pero tenía la mente en blanco. Nunca se había dado cuenta de hasta qué punto se había apoyado en Tucker cuando se trataba de explosivos.
Se encontraba absolutamente sola en la isla, sin ninguna arma, y la perseguía uno de los depredadores más avanzados de la naturaleza en su propio hábitat. La vida de su esposo, y la de la isla, no sólo dependían de su supervivencia sino de su triunfo sobre la criatura. Las cosas pintaban mal.
Cubierta de sangre, hemolinfa y sudor, Cameron se levantó y se quedó de pie, con las piernas débiles. Necesitaba comer. Con el estómago lleno podría pensar con mayor claridad.
Caminó hasta su antigua tienda, con los brazos dormidos y sufriendo calambres en las piernas. La parte interna de los muslos le dolía a cada paso que daba y ese dolor resonaba en toda la parte inferior de su cuerpo. Le parecía que la cabeza estaba a punto de estallarle, el hombro le dolía sin cesar y el corte que se hizo en la pantorrilla cuando estaba en el congelador era más profundo de lo que había pensado.
Lo más probable era que le quedaran siete horas de vida.
Cameron bebió de la cantimplora hasta vomitar, pero el agua le seguía pareciendo fresca y pura incluso cuando la devolvía. Después reguló su hidratación, a pesar de que el cerdo y el arroz preparado le resultaban tan secos como la arena. Si vomitaba otra vez, perdería los nutrientes de la comida.
Devoró con voracidad la barrita de cereales y luego echó un vistazo a la linde del bosque. Tardo mucho tiempo en detectar a la mantis, escondida entre el follaje. Inmóvil y alerta, ésta sobresalía sólo ligeramente de la primera línea de árboles, como una gárgola, y movía muy ligeramente la cabeza mientras seguía a Cameron con la vista.