– Corres mucho para ser un fumetas -dijo Rex, jadeando.
Diego hizo un gesto de cabeza indicando la puerta del asiento del acompañante.
– Cierra la boca y entra -le dijo.
Diego conectó dos cables y el motor se puso en marcha.
74
Cameron estaba sentada, pacientemente, con las piernas cruzadas en el extremo sur del camino, a unos dieciocho metros al norte de la torre de vigilancia. Sentía el viento en los hombros soplando en dirección al bosque.
Miró camino arriba, a las Scalesias, y observó cómo los cables detonantes desaparecían a la vista a medida que el sol se ponía. El aire se volvió más sombrío, adquirió un tono agrisado y luego negro, pero la mantis continuaba sin aparecer.
El destello de las bengalas en la torre se volvió más fuerte cuando la luz menguó. Pronto, la torre que se encontraba detrás de ella sería el único punto de luz en aquel oscuro paisaje, como el brillante ojo del diablo. Los chillidos de la larva deberían haberle resultado horribles, pero casi los encontraba agradables, como el estribillo de una melodía que ella hubiera compuesto. Los aullidos de la torre se unían a los chillidos de la larva y, a veces, los ocultaban.
La larva, iluminada por abajo por el rojo destello de las bengalas, continuaba debatiéndose en el gancho, con la cabeza girada en un ángulo atroz, el cuerpo proyectando su sombra en las paredes de la choza. Cameron entonó en silencio una canción. La torturada silueta retorcida se encontraba detrás de ella.
No comprendía por qué la mantis se retrasaba. La larva, retorcida e iluminada por la brillante luz artificial de las bengalas, ya tenía que haber llamado su atención en aquellos momentos.
Cameron se encontraba sentada en medio del camino, totalmente desprotegida. Tanto si resultaba atraída por Cameron o por la larva, la mantis tendría que bajar por el camino hacia la torre de vigilancia. Cameron tenía intención de ponerse en pie y agitar los brazos en cuanto la criatura apareciera en el lindero del bosque para atraerla hacia los cables detonantes. Esos dos minúsculos cables serían todo lo que se interpondría entre Cameron y una muerte segura.
Cameron empezaba a sentirse impaciente, ansiosa por el retraso de la mantis. Se puso de pie para que el viento llevara su olor camino arriba, hasta el oscuro follaje del bosque.
La luna iluminaba el camino con un brillo amarillo y pálido. Cameron fijó la vista en la oscura masa del bosque, como si su voluntad pudiera provocar la aparición de la criatura. Esperaba verla en cualquier momento: la ancha cabeza del insecto mirándola con malicia desde el largo cuello, las patas impulsándola hacia delante con elegancia y torpeza al mismo tiempo.
El aullido procedente de la torre alcanzó un tono tan agudo que superó los penetrantes chillidos de la larva. Y entonces, una sombra cayó sobre el camino.
Cameron se volvió rápidamente, intentando adivinar cómo era posible que la noche fuese aún más oscura, y entonces la vio encima de la torre de vigilancia. La mantis se encontraba colgada de las paredes, abrazada a la torre delante de la entrada de la choza, como una araña en su tela.
La masa del cuerpo casi llenaba por completo la entrada de la choza, bloqueando la mayor parte de la luz rojiza. Cameron retrocedió y tropezó, sorprendida. No se le había ocurrido que la mantis daría un rodeo hacia la torre de vigilancia. Por alguna razón, había dado por supuesto que el animal se dirigiría a ella directamente por el camino.
Durante un horrible instante Cameron pensó que se trataba de otra mantis, una criatura a la que todavía no había encontrado antes, pero entonces reconoció el ojo maltrecho y la negra empuñadura de la lanceta. Se dio cuenta de por qué la mantis era mucho más grande esta vez: había mudado. Había tardado tanto en aparecer porque la nueva cutícula todavía se estaba endureciendo.
Cameron miró nerviosamente hacia el oscuro camino, intentando desesperadamente detectar la localización de los cables detonantes. Tendría que conseguir que la mantis subiera por el camino en dirección al bosque para que activara los explosivos, en dirección opuesta a la que había planeado.
La mantis entró en la choza y se quedó de perfil a Cameron, de cara a la larva. La luz roja perfilaba la oscura figura y le confería un aura que parecía divina. Las hileras de púas de sus patas delanteras brillaban igual que colmillos. Desde donde se encontraba, Cameron observó cómo encajaban, como los dientes de una trampa.
Cameron empezó a subir en silencio por el camino, penetrando en la línea de defensa. Intentaría pasar por debajo de los cables detonantes y llegar hasta el otro extremo, desde donde intentaría atraer la atención de la mantis. Tenía la esperanza de que la criatura activara los cables detonantes al lanzarse hacia ella.
Cameron estaría a salvo si conseguía llegar al otro extremo sin que la mantis se diera cuenta.
La mantis se inclinó hacia delante con la enorme cabeza ladeada. Observó a la larva con el ojo sano: era su última esperanza de descendencia. La larva se retorcía de dolor y agitaba la cabeza hacia delante y hacia atrás en un intento de soltarse del gancho. El sonido que emitía a través de los espiráculos alcanzó un tono agudo que parecía el de la agonía de un ser humano. Con el extremo inferior de su cuerpo golpeó la cabeza de la mantis, pero ésta no reaccionó.
Cameron notó la crueldad de la criatura, como si emanara como una ola de calor. Una gota de jugo gástrico cayó de las mandíbulas de la mantis hasta el suelo. La luz de las bengalas se reflejaba en el ojo de la criatura, que de nuevo era negro en la noche.
Con un rápido movimiento, la mantis atrapó con las patas a su congénere y lo arrancó del gancho. La larva, empalada entre las púas de las patas, chilló y no dejó de hacerlo cuando la mantis le arrancó la cabeza de un mordisco.
Cameron sintió que se le revolvía el estómago, pero continuó avanzando lentamente, con cuidado de no tropezar con ninguna roca del suelo. Al retroceder, tropezó con una grieta que se había levantado en el suelo durante el último terremoto, y cayó con suavidad al suelo.
Pero no con suavidad suficiente.
Las antenas de la mantis se pusieron erectas y la criatura giró la cabeza y las patas delanteras, observando en la noche. Cameron notó su mirada, notó cómo la localizaba en la oscuridad. De la cabeza de la criatura surgió un grito callado mientras la boca articulada se abría en un rictus de caverna. La cabeza de la larva cayó de su boca.
Cameron sintió que el pánico le subía por la garganta como vómito y notó el sabor en ella. La tierra le hería las palmas de las manos, desolladas, mientras se quedaba helada, observando.
La mantis plegó las patas una vez y soltó el pequeño e inerte cuerpo de la larva. Se dirigió al extremo de la choza y extendió el esbelto cuello para sacar la cabeza al aire libre y apuntar a Cameron con la vista.
«Relájate -pensó Cameron-. Todavía hay tiempo. Tiene que bajar de la torre. Aún puedes pasar al otro lado de los cables detonantes.»
La mantis dio un paso hacia delante; las cuatro patas posteriores ocupaban todo el espacio de la entrada de la choza. Plegó las patas de presa contra el pecho y se inclinó todavía más hacia delante, hacia el espacio abierto. Lentamente desplegó las alas inferiores desde debajo de las tegminas, que ocuparon todo el perímetro de la torre de vigilancia. La luz roja brilló a través de ellas y proyectó un tinte sanguinolento sobre el camino.
Cameron intentó tragar saliva, pero tenía un nudo en la garganta.
La mantis se colocó en el borde de la torre, con las alas desplegadas como la vela de un parapente, de una extensión tan grande que hacía que el cuerpo pareciera enano. La mantis saltó de la torre y las afiladas patas delanteras colgaban debajo de ella como misiles.