La mantis no podía levantar la cabeza del suelo. Su boca se abrió al ver a Cameron, como si intentara atacarla por su cuenta.
Cameron sentía el hedor de la podrida boca, pero acercó la cara a la de la mantis y vio su reflejo en el ojo sano de la criatura. Mientras observaba ese ojo negro supo, de alguna forma, que la mantis sabía que estaba perdiendo la vida.
La mantis forcejeó, intentó desesperadamente levantar la cabeza para atrapar a Cameron entre sus mandíbulas. Pero estaba demasiado débiclass="underline" sólo consiguió girar ligeramente la cabeza de un lado a otro. Cameron alargó la mano hacia el arpón que sobresalía y tuvo que apoyarse en la mantis. El pelo rubio le caía por las mejillas. Tenía el mentón lleno de saliva y sangre y parte de ella cayó en la boca de la mantis. Cameron agarró el arpón con ambas manos y tiró de él levantando la cabeza de la mantis. Con todas sus fuerzas acabó de clavarlo golpeando la cabeza de la mantis contra el suelo. La mantis abrió la boca en un horrible silencio. El arpón se había clavado en la cabeza de la criatura con un suave crujido.
Cameron sintió en las manos el temblor de la mantis y, luego, las convulsiones. El frotar de la cutícula contra el tronco del árbol, que en aquel momento formaba parte del abdomen. Todavía tenía la boca abierta cuando dejó de temblar y la cabeza le cayó a un lado.
Cameron escupió sangre al suelo y empezó a sollozar. Lloró tumbada sobre el estómago. Las lágrimas abrían surcos en la suciedad del rostro. Aún tenía las manos agarradas al arpón.
Cameron bajó la cabeza y la dejó reposar sobre los antebrazos mientras luchaba por mantener el control y apretaba los labios para que dejaran de temblarle.
El cuchillo de Savage todavía estaba en el mismo lugar donde había caído, cerca de ella. Cameron cerró una mano alrededor de la negra empuñadura como si pudiera obtener fuerzas de ella. Levantó el brazo dolorido y clavó el Viento de la Muerte encima del tronco que aplastaba a la criatura. El cuchillo, vertical, parecía la cruz de una tumba.
Pensó en Justin e intentó levantarse, pero no pudo. Se le escaparon unos cuantos sollozos que le sacudieron el pecho. Rodó hasta quedar de espaldas. Las estrellas en el cielo brillaban en una maravillosa composición de puntitos amarillos.
La oscuridad la reclamó.
75
La carretera al canal, un camino mal pavimentado que atravesaba Santa Cruz en dirección al extremo norte de la isla, era una extensión de cuarenta y dos kilómetros de desorden. Los baches y las grietas reducían la velocidad del camión a un penoso avance nocturno. Unas cuantas veces Diego tuvo que detenerse para no meterse en una fisura y esperar a que Ramoncito y Rex sacaran dos placas del suelo del camión y cubrieran con ellas la fisura. Una vez tropezaron con un bache con bastante fuerza y Rex creyó que habían destrozado un neumático, pero el camión siguió avanzando.
Después de lo que les pareció toda una vida, bajaron por la pendiente de la colina hacia el muelle del canal Itabaca. Al otro lado de las oscuras aguas brillaban las luces del aeropuerto de Baltra.
El camión se detuvo y todos saltaron fuera.
Rex miró las aguas y maldijo.
– Me olvidé de esto -dijo-. No hay ningún bote. ¿Qué vamos a…? -Miró alrededor y Diego ya se había quedado en calzoncillos.
Diego metió la cabeza en el camión y agarró las esposas que colgaban del espejo retrovisor.
– Voy a detener ese avión aunque tenga que esposarme a él -dijo. Dio unos cuantos pasos a la carrera y se zambulló en el agua con elegancia.
Ramoncito gruñó y empezó a desvestirse. Rex le miró un momento antes de imitarle.
Cameron se despertó al notar el aire que levantaban las hélices del helicóptero. Guiado por las luces estroboscópicas, avanzó por encima del camino y aterrizó en el campo que se encontraba entre el campamento base y la vesícula de aire. Un soldado se encontraba sentado detrás de la M-60 montada en la puerta.
Tres figuras salieron del helicóptero y corrieron hacia ella bajo la amarilla sábana de la luz del foco. En los brazos llevaban unas tiras blancas con una cruz roja. Al ver el cuerpo de la mantis debajo del árbol se pararon en seco con las Beretta a punto. Uno de ellos gritó algo al artillero y dos hombres salieron con lanzallamas. Cameron tosió: tenía la garganta llena de sangre y tierra.
Los lanzallamas cobraron vida y acabaron con los restos del virus del campamento base. Cameron levantó una mano exhausta e irguió dos dedos; luego señaló en dirección a la casa de Ramón y Floreana y hacia el congelador de especímenes: los dos lugares que necesitaban ser esterilizados con fuego. Uno de los soldados asintió con la cabeza y corrió por el camino con el lanzallamas entre las manos. Cameron se dio cuenta de que todo eso sólo tenía sentido si las muestras de agua habían salido limpias.
Dos figuras se aproximaron con cautela, con los ojos fijos en la criatura, y colocaron a Cameron en una camilla. Cameron intentó hablar, decirles que Justin se encontraba enterrado, pero tenía la garganta llena de tierra y no pudo emitir ningún sonido. A pesar de sus protestas, ellos la llevaron rápidamente aunque con cuidado hacia el helicóptero. Detrás de ella, un lanzallamas acababa con el cuerpo de la mantis.
Cameron forcejeaba en la camilla.
– Deteneos. Hay un hombre -consiguió decir. Pero su voz no era audible bajo el ruido de los lanzallamas y de los rotores. Señaló al montón de tierra removida bajo el cual se encontraba Justin, pero ellos continuaban pasando de largo.
Se tiró de la camilla y gruñó al golpearse contra el suelo. Justin estaba enterrado a unos tres metros. Las figuras se detuvieron, preocupadas, y se inclinaron encima de ella. Cameron vio el destello de una aguja en una mano enguantada: un sedante. Se dio la vuelta para ponerse de espaldas con torpeza y las figuras dieron un paso atrás.
Se dio la vuelta de nuevo y se arrastró hacia Justin al tiempo que sentía la aguja en el trasero. El mundo se volvió borroso. Cameron luchó para no quedar inconsciente y se impulsó hacia delante con las uñas sangrantes. Las figuras esperaron a que perdiera la conciencia.
Con un gruñido, se impulsó hasta el tubo de plástico que sobresalía del suelo. Tenía la visión llena de puntitos negros. Finalmente, llevó la mano hasta allí y apartó un montón de tierra, revelando la mejilla de Justin. Una de las figuras se agachó encima de él y comprobó el pulso de Justin en el cuello.
Cameron sintió que su cuerpo flotaba.
Atada a la camilla, Cameron volvió en sí cuando el Blackhawk tocó el pavimento de Baltra. Una de las enfermeras manipulaba un tubo de oxígeno. Se inclinó encima de Cameron y le observó las pupilas con una pequeña linterna, no sin antes ponerse un segundo par de guantes.
Encima del tubo de oxígeno que tenía en el pecho había una bolsa de plástico que contenía la cadena con el anillo de casada. La enfermera debía de habérselo quitado para poder tomarle el pulso con más facilidad.
Temerosa de que el anillo se perdiera con tanta actividad, Cameron levantó una mano débilmente, abrió la bolsa y se puso el anillo en el dedo. La cadena le resbaló del pecho y cayó al suelo del helicóptero. Cameron no estaba acostumbrada a llevar el anillo: lo notaba grande y difícil de manejar, pero reconfortante.
Cameron dejó caer la cabeza a un lado. Justin se encontraba tumbado en la camilla al otro lado del helicóptero. Miraba el techo con los ojos vidriosos. Tenía la cara pálida, como la de un cadáver, y sucia de sudor y tierra. Cameron bajó los ojos hasta sus uñas. Estaban azuladas; tenía toda la sangre concentrada en el corazón y el cerebro. Una sola lágrima le cayó desde la comisura del ojo, pero no parpadeó.
– Cariño -dijo Cameron, con la voz rota.
Se limpió el flujo nasal que le caía sobre el labio superior. De repente, el cuerpo de Justin se tensó a causa de una ola de dolor; arqueó la espalda y los tobillos tiraron de las cintas que le ataban a la camilla. Los ojos tenían una expresión de drogado, de locura, y por un momento Cameron creyó que le había perdido a pesar de la constancia del parpadeo del monitor.