– ¿Es por si tenemos que comunicarnos con los Picapiedra? -preguntó Justin. Dio un golpecito en el transmisor que llevaba en el hombro y añadió-: Tenemos las comunicaciones cubiertas.
Diego negó con la cabeza:
– Nuestra radio por satélite en la Estación se sobrecargó. La única forma de contactar con alguien en Puerto Ayora es ésta.
Justin asintió con la cabeza y se cargó la mochila a la espalda. Diego encendió el motor y la Zodiac salió a toda velocidad. El sonido del motor se mezcló con el de las olas. Los demás se quedaron sentados en la embarcación y esperaron meciéndose con las olas. Savage desabrochó y volvió a abrochar la funda del cuchillo. Al cabo de un rato, Cameron oyó el zumbido del motor que se aproximaba. Diego arrimó la Zodiac al costado de la embarcación hasta que tocó la madera.
Cameron tiró su bolsa a la lancha y saltó. Los demás levantaron las cajas de viaje y de armas y la siguieron. Se dirigieron a la playa en silencio.
Las olas hervían contra la orilla rocosa y árida de punta Berlanga y los cangrejos se afanaban en la lava húmeda y oscura hasta los pequeños charcos que se formaban en ella. Unos altos bloques de roca manchados de guano se elevaban delante de los esculpidos picos. El viento soplaba suave pero constantemente, levantando el vuelo de alguna gaviota de las Galápagos de vez en cuando.
A la derecha, la playa, una franja de arena blanca, se alargaba siguiendo la curva de bahía Avispa. Cameron observó el paisaje que, de este a oeste, mostraba una abrupta línea donde terminaban los erectos bloques de punta Berlanga para dejar paso a las bajas dunas de arena protegidas por los arrecifes pero indefensas ante los efectos de la erosión de las mareas del sudeste.
Cuando notaron que la lava rozaba la lancha, los soldados se deslizaron fuera de ella y la empujaron con energía por el agua para mantener el impulso hasta la arena. El agua sólo se diferenciaba del aire en la densidad; la temperatura parecía la misma. La lava pahoehoe presentaba una superficie rugosa y se veía que se había formado por capas de lava líquida que habían emergido de debajo de la corteza fría. De alguna forma, las hierbas Sesuvium, unos densos mangles y unos bajos y enredados chamizos de hoja gruesa y verde habían conseguido adueñarse de la lava.
El resto de la escuadra llegó hasta ellos con la Zodiac levantada a pulso para evitar que se rasgara con las rocas. Los trajes de camuflaje y las botas los ocultaban en la noche. Llegaron a paso rápido y dejaron la Zodiac en el lugar donde Rex y Juan se encontraban. Aparte de los pájaros que revoloteaban en los acantilados y de las olas que rompían en la playa, no se oía nada en la isla. Unas cuantas chumberas rompían el perfil de los acantilados.
Cameron levantó la vista al cielo y vio más estrellas de las que nunca había visto en su vida.
– No se movía ni una sola criatura -le murmuró Justin.
Tucker y Szabla descargaron las cajas y las bolsas de la Zodiac y Cameron la deshinchó. Arrastraron las cajas unos cuantos metros y las dejaron al lado del equipo que habían transportado en el primer viaje. Rex los vigiló atentamente mientras transportaban el equipo de GPS. Szabla fingió que dejaba caer la caja de los trípodes y Rex casi se cayó al suelo intentando alcanzarla.
Tank agarró dos pesadas cajas de viaje en las que iban las tiendas y las arrastró por la lava con tanto esfuerzo que se le marcaron todos los músculos de los brazos.
– Muy bien -dijo Derek-. Que alguien traiga la caja de armas de la Zodiac. Vamos a acampar…
De repente, un aullido rasgó el aire. Savage sacó el cuchillo de la funda y todos se colocaron instintivamente en formación. El aullido pasó a ser un gemido y se perdió. Savage bajó el cuchillo despacio.
Justin y Tucker observaron toda el área, intentando adaptar la vista a la oscuridad. Rex y Juan se acercaron a Tank de inmediato. El viento se levantó de repente y revolvió el pelo de Cameron, que se lo sujetó detrás de la oreja. El aullido ya no se oía. Cameron se aproximó al agua y levantó la vista hacia el acantilado.
– Cam -susurró Derek-. Vuelve aquí.
– Es el viento -dijo ella con una sonrisa. Señaló hacia arriba, a un agujero abierto a un lado de la pared del acantilado-. Una cueva. El viento silva a través de la entrada.
Cameron estaba sorprendida por la rapidez con que había empezado a soplar el viento; sólo unos momentos antes, el aire estaba absolutamente quieto.
– La sal y el viento han abierto agujeros en el acantilado por toda esta zona -dijo Diego mientras se secaba la frente con la manga de la camiseta-. Y el basalto se ve irregular en las zonas donde ha habido fisuras. -Sonrió, satisfecho-. No hay nada que temer.
Una ráfaga de viento los golpeó con tanta fuerza que Justin se tambaleó. Rex se sujetó el sombrero con una mano. El aullido se transformó en un grito desgarrador.
– ¿Qué mierda…? -exclamó Justin mientras Savage volvía a enfundar el cuchillo-. Esto es un poco difícil.
Los demás se rieron con él y Derek dijo, aclarándose la garganta:
– Creo que podemos decir que…
El suelo se movió con violencia bajo sus pies y un chirrido llenó el aire. Szabla se cayó contra la base del acantilado.
– Mierda. -La exclamación de Diego casi no se oyó a causa del temblor-. Estamos en una coctelera. Vamos al agua.
El aire se llenó con el ruido de una roca rompiéndose y una lluvia de trozos de piedra y arena les cayó sobre la cabeza. Juan se agachó bajo ella y fue a caer contra Szabla.
– Apartémonos del acantilado -grito Rex-. Puede haber un desprendimiento.
Una roca del tamaño de una cabeza humana cayó a la espalda de Justin, pero por suerte la mochila paró el golpe. Justin cayó de rodillas por la fuerza del golpe pero rápidamente se incorporó y corrió empujando a Rex y a Diego con él.
Szabla se cayó y casi arrastró a Juan con ella. Mientras luchaba por ponerse en pie, Juan intentaba mantener el equilibrio sobre el inestable suelo. Quiso ayudarla a levantarse del suelo pero tenía problemas para sostenerse sobre sus propios pies.
Cameron agarró a Derek por el brazo y tiró de él hacia el agua con tanta fuerza que casi le dislocó el hombro. Derek se tambaleó dejándose llevar por ella hasta que el agua les llegó a los muslos. Las olas eran fuertes y les costaba mantenerse de pie. Tucker, Justin, Rex, Diego y Savage ya estaban en el agua y Tank corría hacia ellos por la resbaladiza roca.
– ¿Dónde está Szabla? -gritó Derek. Miró alrededor desesperado-. Mierda, ¿dónde está Juan? ¿Dónde está Juan?
Cameron les vio al pie de los acantilados intentando aguantar la lluvia de rocas que se precipitaba encima de ellos. Juan resbaló y cayó de espaldas al suelo. Inmediatamente se dio la vuelta y se puso de rodillas. Szabla lo agarró por debajo del brazo y lo levantó.
Cameron agarró a Derek por el pecho.
– ¡Allí! -gritó, señalando un punto.
Derek se volvió hacia los demás.
– ¡Quedaos aquí! ¡Es una orden!
Echó a correr hacia Szabla y Juan y al pasar al lado de Tank le dio un golpe en el hombro.
– ¡Tank, ven conmigo!
Sin dudarlo, Tank se dio la vuelta y lo siguió.
Juan estaba, finalmente, de pie, pero el suelo era inestable a causa de las rocas que se deslizaban y rodaban por él. La cantimplora colgada del pecho le golpeaba el estómago. Juan agarró a Szabla del brazo y dio un paso hacia delante, sobre un montón de rocas. De repente, un ruido de algo que se rompía por encima de su cabeza le asustó. Se volvió y vio que una chumbera se inclinaba hacia fuera del acantilado y se partía en dos por el tronco de un metro de ancho con un ruido seco. El pesado cactus cayó al vacío hacia ellos.
Con todo su empeño, Juan levantó a Szabla y la alejó de la base del acantilado. Szabla cayó al suelo y empezó a rodar hasta el agua. La fuerza que hacía tratando de sujetar a Szabla hizo caer a Juan hacia atrás, contra la pared rocosa del acantilado. Quedó sentado en el suelo y parpadeó con fuerza como si hubiera perdido la visión.