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Miró a Szabla a los ojos y continuó:

– Colocar las unidades de GPS en su sitio es mi forma de cantar en medio de este desastre, de intentar ganar algo. -Rió brevemente y se pasó la mano por el pelo largo y enredado-. Sé que todos vosotros creéis que el ejército tiene cosas mejores que hacer ahora. Sé que soy arrogante, un capullo narcisista, y eso tampoco resulta de gran ayuda. Pero tenemos la oportunidad de conseguir algo aquí. Así que, ¿qué os parece si bajáis un par de peldaños y echáis una mano?

Se quedaron en silencio, escuchando los sonidos de la isla. Rex se subió las mangas y destapó una profunda cicatriz en el antebrazo derecho.

– ¿Qué es eso? -pregunto Cameron, señalando la cicatriz con un gesto de cabeza.

Rex miró la cicatriz como si fuera la primera vez que la viera.

– Candlestick, campeonatos nacionales de 1989. El terremoto de Loma Prieta. Atrapé al vuelo una caja de perritos calientes de un vendedor callejero. -Se rió-. Nada muy heroico.

Szabla se limpió una uña que se le había roto. Se incorporó y se quitó la camisa de camuflaje. Tenía la piel oscura y de aspecto suave y los músculos del estómago se le marcaban con fuerza. Se volvió para mostrar una cicatriz que tenía debajo del omóplato izquierdo.

Diego, todavía tumbado encima de las cajas, echó un vistazo. Se estaba haciendo cosquillas en el rostro con un trozo de enredadera. Savage, claramente desinteresado de lo que se estaba contando, hacía flexiones en la arena, un poco apartado, lenta y metódicamente.

– Intentaba ayudar a una señora mayor en Bosnia -dijo Szabla-. Estaba atrapada debajo de unas piedras. La levanté, me la cargué en el hombro para apartarla del edificio. Me sacó un cuchillo.

– ¿Eso es una puñalada? -preguntó Rex.

Cameron sonrió. Conocía la historia. Szabla agarró a Justin por el cuello y tiró de él con cariño.

– ¿Crees que mi colega habría permitido que yo encontrara mi fin a manos de una encantadora viejecita?

Justin sonrió.

– La golpeé con un tablón.

– Y falló.

– Bueno, Szabla tropezó y dejó caer a la vieja bruja…

– Y el golpe me cayó a mí en lugar de a ella, en el hombro.

– ¿Esa cicatriz te la hizo un tablón? -preguntó Rex.

Szabla y Justin se miraron y empezaron a reír. Cameron sonrió, bajó la vista y negó con la cabeza.

– Tenía un clavo -dijo Justin.

– Así que este genio que tenemos aquí me dio un buen golpe y la zorra se puso de pie y echó a correr como si la persiguiera el diablo.

– Eso no es nada. ¿Quieres oír más tonterías? -Cameron se puso de pie, se bajó los pantalones y mostró una cicatriz de diez centímetros que tenía debajo de la nalga derecha.

– Jesús, Cam -exclamó Justin.

Cameron volvió a ponerse los pantalones y se subió la cremallera; se olvidó de abrocharse el botón.

– Nos estábamos dirigiendo a Alaska para una temporada de entrenamiento. Saqué el cuchillo para cortar el precinto de una de las bolsas de víveres y, de repente, vi un destello de sol por la ventana: era hermoso, el sol se estaba poniendo sobre la tundra. Así que dejé el cuchillo y me incliné hacia delante para ver cómo se hundía en el horizonte. Cuando volví a sentarme, lo hice justo encima del cuchillo.

– Gritó tan fuerte que el piloto creyó que nos estaban atacando -dijo Derek-. Trece puntos ahí mismo, en el helicóptero. Se tumbó en el regazo del médico como una escolar.

– Tío, cómo gritaba -añadió Tucker.

– No lo hice. Sólo cuando me senté y esa maldita cosa se me clavó en el culo.

Szabla sonrió.

– Parece que sí hubo algunos lloros, nena.

Justin meneó la cabeza.

– Tendría que haberme casado con una profesora. -Mirando a su mujer, añadió-: Está bien, nena, abróchate los pantalones.

– ¿Qué? Oh. -Cameron se abrochó el botón.

– Os gano -dijo Tucker con una amarga sonrisa. Levantó la mano izquierda y les mostró la palma, que mostraba una gran quemadura.

– Jesús, Tucker, ¿cuándo te sucedió eso? -preguntó Cameron.

– Hace más o menos un año. Estaba jugando con mi granada incendiaria, haciéndola girar mientras miraba la tele. Bueno, el seguro saltó y no me di cuenta. Así que continué haciéndola girar mientras Duke estaba en la tercera parte y de repente miro y veo que esa cosa está encendida, tiene una llama blanca. Grito e intento soltarla, pero se queda pegada a mi mano un segundo antes de que pueda soltarla. Cae al sofá, luego al suelo y de allí al apartamento de debajo. Tuve que correr escaleras abajo y aporrear su puerta para avisarles. -Se pasó una mano por la mejilla-. Atravesó la mesa de la cocina.

Todos rieron y Tucker fijó la mirada en la lámpara.

Diego se levantó y se quedó de pie en el centro. Miró a los demás con expresión sombría.

– Hay un pequeño pez, el candirú, que se encuentra en las aguas del Amazonas y es un parásito. Habitualmente penetra en las agallas de los peces más grandes y se clava en ellas con una afilada espina dorsal. -Levantó un dedo de advertencia, imitando burlonamente a un maestro-. El problema es que no sabe distinguir un chorro de orina bajo el agua de las corrientes de agua que atraviesan las agallas de un pez. Entonces se desliza por la uretra del desafortunado bañista y… -chasqueó los labios y abrió los dedos de la mano, como si fueran la espina dorsal erecta del pez. Cameron se mordió el labio. Los demás le miraban con los ojos muy abiertos-. Hay que extraerlo con cirugía -terminó.

– ¿Todo? -preguntó Szabla casi sin aliento.

– No -respondió Diego-. Sólo el pez.

Se desabrochó el cinturón y los pantalones, se los bajó y también la ropa interior. Sostuvo el pene en la palma de la mano. Szabla observó la larga cicatriz con una mezcla de horror e interés. Justin la tocó y apretó los dientes.

Diego soltó el pene y se puso las manos en las caderas. Luego se volvió a poner los pantalones, le guiñó un ojo a Szabla y se fue hacia su tienda.

Después de lavarse la cara con el agua fría y salada, Savage volvió al círculo de cajas con la lámpara en medio. Los demás ya se habían retirado a las tiendas. Justin se fue un momento a ver cómo estaba Tank, dejando a Szabla sola en la tienda. Tenía la lámpara encendida y Savage vio la silueta de Szabla claramente definida en la lona verde de la tienda. Se quedó inmóvil en medio del pequeño círculo de tiendas, asombrado por la visión.

Szabla se quitó la camisa, se quitó la cadena con las chapas y se la enrolló en la mano. Seguramente le desagradaba dormir con cualquier cosa alrededor del cuello. La ropa interior era ajustada y Savage pudo adivinar la silueta de su cuerpo. Szabla no tenía unos pechos grandes: eran más bien como dos cuencos que se levantaban con firmeza del pecho. En toda la escuadra, la única que tenía pechos de verdad era Cameron.

Se oyó un murmullo de voces en la tienda de Tank. La luz de la lámpara de Cameron y Derek bajó de intensidad y luego se apagó. Savage observó cómo Szabla se agachaba para quitarse los zapatos y cómo se quitaba los pantalones, moviendo las caderas mientras se los bajaba. Los tiró a una esquina de la tienda, sobre la arena. Savage se ajustó sus pantalones, y se preguntó si ella sabía que la estaba mirando. Seguro que sí. Dirigió la vista al océano tratando de apartar su atención de la silueta que se movía a su izquierda. Las olas rompían y lamían la orilla antes de retirarse con un burbujear de espuma. Cuando volvió a mirar hacia la tienda de Szabla, la luz se había apagado.