Cameron apretaba los labios para no sonreír.
– Por la expresión de tu cara, me hubiera creído que silo hacían.
Rex volvió a agacharse dentro de la tienda y levantó la tapa de la caja con más precaución. Dentro había un segmento de ooteca del tamaño de un naipe, con sus agujeros. Espantó a las pocas avispas que quedaban y la mostró a Cameron y Derek.
– Esto es relevante -les dijo. Dio la vuelta al segmento de ooteca y los dedos se le hundieron en ella-. Parece que los rayos UV la han dañado -dijo-. Eso puede haber facilitado la penetración de las avispas. -Se la acercó un poco: Frank había escrito la fecha aproximada de eclosión en un trozo de cinta pegada en la ooteca, «25/11/07»-. Así que Frank estaba vivo a finales de noviembre -dijo Rex-. Pero es extraño. Las mantis no eclosionan hasta abril. Esto está fuera del ciclo normal.
Sacó una de las camisetas de Frank de la cama y envolvió la ooteca con ella. La guardó en su bolsa y se dirigió a la otra tienda, que parecía que Frank había utilizado como estación biológica. Cameron le siguió y Derek esperó fuera. Había una mesa plegable todavía abierta en una de las esquinas, aunque todo el equipo que estaba encima de ella había caído al suelo durante un temblor: una caja de casete llena de bolsitas de plástico, una lámpara fluorescente de 160 vatios, una lupa de diez aumentos, una lámpara de rayos UV, una Nikon con siete rollos de película, un microscopio de disección. Había tres tarros de conservación en el suelo y todavía se apreciaban las capas: cianuro de hidrógeno cristalino, serrín y, encima, sulfato de calcio.
Un bloc de notas llamó la atención de Rex. Lo levantó y lo dejó encima de la mesa al tiempo que acercaba una caja para sentarse encima. Al abrir la primera página vio un dibujo de tamaño grande de una mantis. Debajo, había un fragmento de hoja que Rex reconoció que pertenecía a un listado inédito de insectos, uno de las varias recopilaciones de notas de referencia acerca de fauna isleña que Frank llevaba durante sus expediciones.
El papel tenía por título «Mantis» y decía: «Galapagia obstinatus: especie endémica hallada en Baltra, Floreana, Isabela, San Cristóbal, Santa Cruz, Sangre de Dios. Métodos de recolección: agitar la vegetación, trampa Malaise o trampa de luz. De zonas áridas a húmedas, aunque prefiere las húmedas. Fuertemente emparentada con Musonia y Brunneria.»
El «autor» o descubridor de las especies constaba como «Schudder, S. H.» en un artículo de 1893 titulado «Informes sobre las operaciones de dragado en la costa occidental de América Central hasta las Galápagos y hasta la costa occidental de México y en el golfo de California, encargada por Alexander Agassiz y llevada a cabo por el Albatros, de la comisión de pesca de Estados Unidos durante 1891, comandante Z. L. Tanner.»
Derek entró en la tienda y se agachó. Tenía el cabello mojado a causa del sudor.
– Joder, qué sol -dijo.
Rex hizo una señal con la mano de que se callara y se concentró en la siguiente página del bloc de notas: otro dibujo, esta vez de una ooteca de una mantis religiosa. Se encontraba fijada a la rama caída de un árbol y estaba expuesta al sol. Rex dio un golpecito al bulto que la ooteca hacía en su bolsa.
– Frank debió de haber sacado esto de la ooteca que dibujó -dijo-. En el dibujo se entiende el mal estado a causa del sol.
Como descripción del dibujo, Frank había trazado el símbolo matemático de «aproximadamente» y luego «doscientas cincuenta crías». Además, había escrito «diez viables».
Cameron señaló la nota de Frank.
– ¿Qué significa eso?
– Normalmente, las mantis depositan en la ooteca entre doscientas y doscientas cincuenta ninfas. No sé qué significa «diez viables». «Viable», como término en el contexto evolutivo significa que un organismo mutado puede evolucionar en circunstancias favorables, pero no sé por qué esto es relevante aquí. -Rex negó con la cabeza-. Ése es Frank. Típicamente equívoco.
Pasó la página, pero la siguiente estaba en blanco excepto por nueve cuentas dispuestas como el registro de la puntuación del billar en una pizarra. Rex estaba frustrado.
– Frank acostumbraba tomar muchas notas -dijo.
Fuera, la lona se soltó y volvió a golpear la tienda. Todos se sobresaltaron por el súbito ruido.
Derek se encogió de hombros:
– Eso era antes de que el «árbol-monstruo» le atrapara.
29
Samantha había conseguido conciliar el sueño cuando oyó que Tom Straussman la llamaba al otro lado del cristal. Se sentó en la cama y se frotó los ojos sintiéndose como un animal en el zoo.
– ¡Acércate! -gritó Tom-. ¡Echa un vistazo a esto!
Estampó un resultado micrográfico en el cristal de la ventana. Samantha se levantó perezosamente y arrastró los pies hacia la ventana mientras murmuraba algo sobre el tres en raya.
Cuando vio el resultado micrográfico, los ojos se le abrieron de repente. El virus que se encontraba en los dinoflagelados de las muestras de agua aparecía aumentado a grandes dimensiones. La imagen mostraba varios pares de hilos delgados conectados con unas barras horizontales como minúsculos peldaños de una escalera. Aquellos pares de hilos estaban retorcidos y se parecían increíblemente al ADN, lo cual era raro, ya que el aumento permitía solamente ver partículas víricas grandes. Samantha se quedó mirando la imagen con la mente a mil. No se parecía a nada que hubiera visto hasta aquel momento.
– Lo he mandado a Diagnosis para que saquen la secuencia genética -dijo Tom-. Transcriptasa inversa, reacción de polimerasa en cadena, análisis del ácido nucleico: el recorrido completo. Quiero ver si encontramos una coincidencia en el banco de genes.
Samantha intentó tragar la saliva, pero tenía la garganta seca. Sentía el corazón en el pecho.
– No encontraremos ninguna coincidencia en el banco de genes.
– Bueno, ya lo veremos después de que en Diagnosis…
– Puedes sacar diagnósticos todo el año, pero eso no nos va a mostrar cómo opera el virus. -Samantha parpadeó intentando concentrarse-. ¿Llegaron los conejos para las pruebas de fiebre hemorrágica del Congo y Crimea?
Tom asintió con la cabeza.
– Los quiero aquí -dijo Samantha-. En la sala de operaciones. -Señaló la puerta de emergencia y añadió-: Y quiero una muestra del virus. -Tom iba a contradecirla, pero Samantha cerró los ojos y, notando el latir del corazón, ordenó-: Ahora.
Quince minutos más tarde, se encontraba en la sala de operaciones con las cajas de conejos a los pies. En una mano tenía una jeringuilla con el virus. Se inclinó, abrió la tapa de una de las cajas y sacó a uno de los conejos agarrado por el cuello. Tom y algunos de sus colegas miraban desde el puesto de observación. Samantha inyectó el virus en el primer conejo, lo volvió a dejar en su caja y repitió la operación con los otros cinco. Los científicos contemplaban la operación en silencio.
Después de terminar cruzó la habitación en dirección a la ventana. Detrás de ella, los conejos se removían en las cajas.
– La primera regla de un virólogo -dijo-: deja que la enfermedad sea tu maestro.
30
Szabla se quitó la camiseta y lanzó a Tucker una botella de crema para el sol al tiempo que se señalaba la espalda y se sentaba a horcajadas sobre una de las cajas de viaje. Justin estaba dando masaje al tendón de la corva de Tank y por la expresión de éste, estaba haciendo un buen trabajo.
Una ola rompió en la lava desde el oeste y lanzó bullentes chorros de agua a través de los agujeros de la roca. Justo por encima del rompiente de las olas, un vuelvepiedras rojizo agarró una placenta de león marino. Szabla se dio la vuelta y miró la isla, admirando la forma en que los matorrales bajos de la playa daban paso a un terreno seco y rocoso y a unas cuestas manchadas por el color de los árboles. Por encima de ellos, los picos verdes de las montañas presidían la isla, imperiosos y remotos, asomados entre hilos de garúa.