Выбрать главу

El grito de Derek resonó en las paredes del lago. Cameron lo levantó y lo atrajo hacia ella mientras la larva volvía a bajar el cuerpo al suelo. Avanzó un poco y Derek y Cameron retrocedieron. En esos momentos, Diego subía por la pendiente de la orilla del lago, llamándolos, pero estaban inmovilizados ante la visión de aquella extraña criatura y no pudieron responder. Cameron se secó el sudor del rostro con la manga; las mejillas, quemadas por el sol, le temblaban.

Resollando, Diego llegó al lado de Derek y se inclinó hacia delante con las manos sobre las rodillas. Cuando vio la larva, sintió que la respiración se le cortaba. Dio unos pasos hacia atrás y notó lágrimas en los ojos. La larva volvió a avanzar un poco con sus patas falsas, que se retorcían en busca de agujeros en el suelo, y Diego dio un paso hacia delante con prudencia y se inclinó un poco hacia ella pero a punto de saltar hacia atrás a la mínima señal de peligro.

Cameron le agarró del hombro y le obligó a retroceder.

– Vamos a tomarnos esto con calma -dijo, más para sí misma que para Derek y Diego.

Diego rodeó la larva y señaló los matorrales. En ellos había un camino abierto: la larva se había, literalmente, «comido» la vegetación de esos matorrales abriéndose camino.

– Ay María Santísima -exclamó Diego-. Su consumo es extraordinario.

– ¿Qué coño es? -pregunto Derek con tono poco seguro. Se balanceó un poco sobre los pies.

Diego volvió a inclinarse un poco hacia delante, murmurando para sí mismo.

– Un artrópodo de alguna clase, probablemente un insecto. Larva cruciforme, una oruga quizá. Cabeza bien diferenciada, antenas peludas, tres pares de patas en el tórax, abdomen segmentado. -Acercó una mano a la larva pero la apartó enseguida cuando el animal giró la cabeza hacia él-. ¡Joder!

Cameron no podía apartar los ojos de la cabeza de aquella cosa. Aquellos ojos abiertos expresaban una inocencia y una amabilidad que sólo había visto en los mamíferos. La larva volvió a emitir ese suave sonido, pero esta vez teñido como de un repiqueteo metálico.

– Imposible -dijo Diego-. Los insectos no tienen pulmones ni cuerdas vocales. Sólo producen sonido frotando las patas o las alas. Debe de estar expulsando aire por la cutícula o frotando los segmentos del cuerpo. Debe de ser… -Se quedó mirando la boca abierta de la larva, las fuertes mandíbulas.

– Es tranquilizador -dijo Derek-, el sonido.

– Tiene agujeros en los costados -dijo Cameron señalando los espiráculos, uno a cada lado de cada uno de los segmentos del abdomen-. Quizás el aire pasa a través de ellos.

Cameron arrancó un espino de raíz con la mano envuelta en su camiseta. Aproximó la parte inferior a la larva y la agito delante de la cabeza. La larva volvió la cabeza de un lado a otro observando las raíces que colgaban. Pareció que su cuerpo se contraía para luego impulsarse hacia el espino. Abrió la boca sobre la parte inferior de éste y empezó a masticar. Cameron la miró con incredulidad: la larva levantaba el cuerpo del suelo conforme iba comiendo el espino, en dirección a su mano. Cameron lo soltó antes de que la larva se acercara demasiado. Ésta terminó de comer en el suelo y luego volvió a mirar a Cameron.

– ¿Es peligroso? -preguntó Cameron-. Tiene un aspecto de… de…

– ¿Persona? -sugirió Diego.

– Algo así.

Diego acercó la mano y tocó el segmento posterior.

– No lo sé. Nunca he visto algo así. Pero no tiene aguijones, garras ni espinas. Y no veo ninguna coloración de advertencia. Tiene las mandíbulas fuertes, pero eso es común en las larvas. Tiene glándulas detrás de la boca, posiblemente para expulsar seda para confeccionar el capullo. Parece que es herbívora, pero quizá sea un carnívoro ocasional. Aunque el tamaño es alarmante, no creo que exista ningún peligro…

La larva volvió la cabeza al sentir su mano y él apartó ésta rápidamente.

– Convincente, doctor -dijo Derek-. Muy convincente.

– ¿Se va a metamorfosear? -preguntó Cameron.

– Supongo que sí -respondió Diego-. Es típico de la larva. Quizá se transforme en una enorme mariposa, o…

– ¿Un árbol-monstruo? -inquirió Cameron. Todos miraron la larva por unos instantes-. ¿Crees que hay más?

Diego se encogió de hombros y negó con la cabeza.

– No tengo ni idea -respondió-. Yo nunca… Supongo que podría ser la única, aunque no hay modo de estar seguros. Lo cierto es que no podemos arriesgarnos… si no volvemos a verla, podría ser… una tragedia… Una oportunidad como ésta… -Se mordió el labio inferior.

– ¿Qué vamos a hacer con ella? -preguntó Cameron.

Diego se incorporó y se rascó la cabeza.

– No quiero moverla de aquí, pero si la dejamos corremos el riesgo de perderle la pista con facilidad. Y aunque todavía no hemos visto ninguno, es posible que haya perros salvajes por la isla. Podrían matarla. Hemos de asegurarnos de que tendremos la oportunidad de examinarla. Más tarde podríamos devolverla al lugar donde la hemos encontrado.

Los miró resignado, como si esperara que le contradijeran. Finalmente, Cameron miró a Derek.

– ¿Crees que te cabe en la bolsa? -preguntó.

Los rostros de todos expresaban los pensamientos de Cameron. Tank, Rex, Tucker, Savage y Szabla estaban sentados encima de los troncos delante del fuego, con expresión de desconcierto. La larva avanzaba por la hierba hacia la tienda de Derek. Diego se interpuso en su camino para conducirla de vuelta al círculo de troncos. Derek se puso de pie, pálido, y miró a la oscura hilera de árboles del bosque, al norte.

– Te estás quedando conmigo -dijo Savage.

Tucker se aclaró la garganta con fuerza y escupió.

– En absoluto.

Tank se puso de pie y volvió a sentarse.

– Mierda -dijo.

– Qué… Yo no… Qué es… Yo… -Szabla se interrumpió al darse cuenta de que no estaba yendo a ninguna parte. Estaba totalmente colorada.

– Guapo, ¿eh?

Diego colocó las manos a la espalda de la larva, a una distancia segura de la cabeza, y la levantó un poco. Las patas falsas se movieron en el aire en busca de base. Cameron se rió y Tank no pudo evitar sonreír. Se acercó a la caja de viaje que se había llenado con el agua de la lluvia y se mojó la cara.

– La encontramos al inicio de la zona árida -explicó Diego-. Le gusta la sombra, así que probablemente se dirigía al bosque. La cutícula se ve más apergaminada y frágil en la espalda del tórax, posiblemente por los rayos UV. Yo diría que bajó desde el bosque pasando por debajo de los palosantos.

– No es normal que se aventure tan lejos del bosque -dijo Rex-. ¿Qué hacía?

Diego no tenía respuesta. La larva dejó de retorcerse un momento y se quedó mirando la bota de Derek con una curiosidad casi humana.

– ¿Le ponemos nombre? -le preguntó Cameron, bromeando solamente a medias.

– ¿A qué estás jugando? -soltó Szabla, recuperando la compostura-. Esta cosa puede ser peligrosa. Podría ser a lo que se refieren todas esas supersticiones. Podría ser lo que se llevó a ese científico amigo de Rex.

– No era mi amigo -dijo Rex, todavía fascinado por la larva.

Esta se arrastraba sobre la hierba. Miró hacia arriba con sus enormes ojos mientras movía la boca como si masticara algo.

– Me resulta difícil creer que esto sea capaz de matar a un ser humano -dijo Derek-. Ni siquiera tenemos ninguna prueba de que haya pasado algo realmente aquí. Sólo cuentos. Ni siquiera ese tipo del hacha…

– Ramón -dijo Cameron.

– Sí, Ramón. Ni siquiera él pudo decirnos nada concreto.

– Así que es sólo una coincidencia que aquí sucedan cosas extrañas, que la gente desaparezca, y que descubramos este bicho -soltó Szabla.