– Dios mío, tendríamos que… ayudarla o algo -dijo Derek, mientras echaba un vistazo alrededor, nervioso.
Savage desenroscó el tapón de la botella, dio un paso hacia delante y echó un chorro de gas blanco encima del cuerpo de la larva. El animal se retorció bajo el contacto del líquido.
– Santo Dios -exclamó Diego-. ¿Qué diablos estás…? -Se agachó al lado de la larva y le pasó la mano con suavidad por los suaves y flexibles pelos-. Gracias a Dios, parece que está bien.
Savage sacó las cerillas del bolsillo del pantalón, encendió una de ellas con el pulgar y la tiró sobre la larva. La cerilla cayó en la espalda del animal y encendió el gas blanco. Los espiráculos emitieron un fuerte silbido y las llamas crecieron y abrasaron la tierna cutícula. La larva luchaba por desplazarse hacia delante mientras el fuego le envolvía el cuerpo.
– ¿Por qué coño has hecho eso? -gritó Rex.
Derek se dio la vuelta y agarró a Savage por la camisa, pero éste estaba observando cómo moría la larva y no reaccionó. Los chillidos del animal llamaron la atención de Derek, que soltó a Savage y se agachó al lado del animal moribundo. Diego estaba de rodillas y abría y cerraba las manos de impotencia. Cameron miraba al suelo. Notaba el sudor en todos los poros de la piel, y el latido del corazón en la yema de los dedos.
La larva se quedó en el lugar donde estaba, revolcándose, incapaz de avanzar, mientras las llamas devoraban su cuerpo. El chillido era más débil y un sonido metálico subió de intensidad. De la boca le salía una sustancia pastosa.
Con un último chillido, la larva se estremeció y murió, enroscada. El fuego menguó y dejó solamente un polvo ennegrecido. De los agujeros en la cutícula sobresalían unos huesos delgados y frágiles: una delgada columna vertebral y lo que parecía una serie de costillas grandes y curvadas. Diego y Rex tenían razón acerca del esqueleto interno.
– ¿A qué coño ha venido esto? -chilló Derek, y su voz resonó en el pozo.
– Dijiste que teníamos que ayudarla -respondió Savage-. Lo hice.
Diego se puso en pie.
– Destruiste lo que podía ser un espécimen único -gritó Diego, con un enérgico ademán de manos-. ¡El coño de tu madre!
Con la respiración cortada a la altura del pecho, Cameron miraba la pared de lava de la cueva, donde una hilera de hormigas se llevaban minúsculos trozos de la ooteca.
– Esa cosa iba a morir de todos modos -dijo Szabla.
Rex se volvió hacia ella, enfadado.
– ¿Ésta es tu lógica? Brillante. Jodidamente brillante. Sois como niños de ocho años pegando fuego a las hormigas con una lupa de aumento y arrancando las alas a las moscas.
– Es posible que nos haya hecho un favor -dijo Szabla, al tiempo que le daba un manotazo a Savage en el pecho.
– No tenemos conocimiento de que estas larvas sean peligrosas.
– Yo preferiría no averiguarlo.
Rex se dio la vuelta hacia Derek, con la mirada dura.
– Son tus soldados, bajo tu mando. Tu trabajo es mantenerlos a raya.
Derek miró el pequeño cuerpo quemado con la mirada ligeramente perdida.
– No es que nos carguemos todo lo que nos da la gana. Esto no es natural.
– ¡Una mierda! -gritó Savage, con las venas del cuello hinchadas. Tenía agarrado el cuchillo con tanta fuerza que los nudillos de los dedos se le habían puesto blancos-. Natural -gruño-, ¿qué coño es natural? Cualquier cosa que queramos. Cualquier cosa que seamos. Cualquier cosa que hagamos viene de la tierra y de nuestro cerebro primitivo. Los misiles nucleares, el Agente Naranja… -lanzó el cuchillo al aire y lo recogió hábilmente por el filo entre el pulgar y el índice-… cuchillos. Todo es natural. No seas tan arrogante de pensar otra cosa. Así que no me vengas con la mierda de lo natural cuando tú sólo matas las cosas desagradables. Porque yo lo he matado todo. Mujeres, niños, bebés. Te podría contar historias que harían que el corazón te saliera por la boca. ¿Y sabes qué? Todo es lo mismo. No existe lo natural. No hay reglas.
Derek fue a hablar, pero Savage levantó el cuchillo y lo apuntó hacia él, a centímetros de su ojo.
– Esta lección entra con sangre, teniente. Apréndetela.
Se reunieron en el claro que había al exterior del túnel de lava, todos menos Savage, que se quedó observando el bosque con un pie apoyado en una retorcida raíz que sobresalía del suelo como un brazo de una tumba. Se llevó a la boca un trozo de plátano, que cortaba con su Viento de la Muerte.
Se encontraba a bastante distancia de los demás, que habían formado un círculo y hablaban en voz baja para que él no los oyera. Cameron miraba a Derek con preocupación y tenía la cabeza a mil con todo lo que había sucedido. No comprendía por qué Derek no había detenido a Savage.
La visión de Cameron se enturbió y luego volvió a aclararse. Consiguió concentrar la mente.
– Me molesta parecer un disco rayado -dijo-, pero tenemos un objetivo aquí, y es terminar la misión. Ni más ni menos. Cualquier cosa que no contribuya a realizar nuestro objetivo es irrelevante.
– Y yo soy el segundo oficial al mando, aquí -dijo Szabla.
Cameron la miró un largo rato antes de hablar.
– Sí, Szabla -dijo-. Lo sabemos.
Diego había envuelto los restos de la larva con su camisa para transportarla a la base. Se puso de pie con los pies ligeramente separados y, dirigiendo una inexpresiva mirada hacia los árboles, dijo:
– Garrapatero de pico liso.
Los demás miraron pero no vieron nada, pero de repente, un pájaro negro salió disparado de una rama y atravesó como una flecha el sotobosque.
– ¿Cómo diablos te has dado cuenta? -preguntó Tucker.
Diego se acarició el mostacho con los dedos pulgar e índice.
– No puedo ver las hojas -respondió.
Lo había dicho con voz suave y apenada, y sonó como la lenta corriente de un río. Diego miró hacia la entrada del túnel de lava y negó tristemente con la cabeza.
Rex se acercó a un charco de agua que se había formado en una cavidad en el basalto, al pie del túnel de lava, con la mano metida en la mochila buscando un tarro de cristal. Lo llenó y luego lo levantó a contraluz. A través del cristal el agua se veía de un tono rojo. Cameron y los demás le observaron mientras él colocaba el tarro en la mochila y volvía a reunirse con ellos con expresión pensativa. Cuando se dio cuenta de que Cameron le observaba, hizo un gesto de desconcierto con la cabeza.
– Dinoflagelados en el agua -dijo.
Diego frunció el entrecejo.
– ¿Cómo es posible que el fitoplancton haya llegado hasta aquí arriba?
Cameron dirigió la atención a Derek, que se había puesto pálido.
– ¿Estás bien, teniente? -preguntó Justin.
– Sí -dijo Derek, cortante-. Estoy bien. Todo está bien. Vamos a terminar el reconocimiento del bosque, encontraremos un lecho de piedra y volveremos a la base a las ocho. Quiero la localización para la cuarta unidad de GPS cuando nos reunamos.
– Quiero garantías de que no va a haber ningún otro comportamiento como éste -dijo Rex.
– Muy bien -dijo Derek-. Te lo garantizo. Cualquiera que actúe sin órdenes directas responderá ante mí. -Levantó los ojos: los tenía cansados y con un tono verdoso.
– ¿Y él? -dijo Diego, señalando a Savage con la cabeza.
– Yo me encargo.
– Esta misión es mía -dijo Rex-. Lo sabes.
Szabla lo miró con desagrado.
– Ya lo has dejado claro -le dijo.
Derek se dirigió al grupo.
– En marcha.
Se pusieron en movimiento, por parejas, y se dirigieron hacia el bosque. Tucker pasó al lado de Savage sin aminorar el paso, y éste lo siguió por el sotobosque.
Szabla se detuvo al lado de Derek y estudió su rostro, como intentando descifrarlo. Le habló en un susurro que difícilmente oyó Cameron y que los científicos no podían escuchar.
– Mira, teniente, creo que estas cosas deberían…