– En marcha, Szabla -gruñó él, sin mirarla.
Szabla dudó unos momentos, deseando decir algo más, pero él no le hizo caso ni siquiera cuando ella hizo un movimiento de cuello e hizo sonar las vértebras de la nuca. Justin la esperó pacientemente donde comenzaban las plantas. Cuando, finalmente ella se reunió con él, Justin la dejó tomar la delantera.
Derek y Cameron se quedaron solos en el claro. El anochecer extendía las sombras a su alrededor. El suelo tembló ligeramente, pero el movimiento no llegó a ser un terremoto. Derek no pareció darse cuenta.
– ¿Estás bien, Derek? -le preguntó.
– Bien -le respondió, cortante, pero evitando su mirada-. Voy a romperle la cabeza a Savage si vuelve a tocar a otro bebé.
Cameron apretó los labios, preocupada. Ella compartió la sensación visceral de Derek al ver morir a aquella cosa, pero parecía que Derek se dejaba llevar por el torrente de sus emociones.
Cameron se aclaró la garganta, incómoda, y dijo:
– No es un bebé, Derek.
Él emitió una risa hueca.
– No me jodas. Yo no he dicho que fuera un bebé.
Se quedaron unos momentos de pie, allí, con el silbido del viento entre los árboles y las llamadas de extraños animales a su alrededor. Cameron observó a una araña abrirse paso por un tronco cubierto de musgo. Volvió a aclararse la garganta con incomodidad:
– Mira, Derek, ya sé que esto es difícil teniendo en cuenta que…
– Tú no sabes nada, ¿vale? -respondió Derek con voz ronca. Se dio la vuelta con las mandíbulas apretadas-. Vámonos.
Cameron observó el pulso en la sien de Derek antes de darse la vuelta y empezar a caminar de vuelta al campamento con la cantimplora golpeándole el muslo como un trofeo de caza.
41
Tucker y Savage se detuvieron un momento en la oscuridad para hidratarse, sintiendo el olor a humedad del aire cargado. Tucker rompió el largo silencio al aclararse la garganta. Savage le miró, a la expectativa.
– En casa todo tiene nombre -dijo Tucker-. Calles, números en las casas. Uno siempre puede decir adónde se dirige, de dónde viene. Aquí no. Sólo árboles y tierra y colinas. Uno se puede perder la pista a sí mismo, aquí.
Savage se rascó la barba y los dedos quedaban parcialmente ocultados dentro de ella.
– O también puede encontrarse a sí mismo. -Se mordió ligeramente la parte interna de la mejilla, moviendo la mandíbula de un lado a otro-. Vuestro teniente, ahora no está en una posición firme.
Tucker no contestó.
– ¿De qué va toda esa mierda de que hablabais en la reunión informativa de Sacramento? ¿Algo por lo que él pasó?
– Derek ha sido soldado durante mucho tiempo -dijo Tucker.
– No importa. Yo he conocido a veteranos que un día perdieron la fuerza de matar y… -Savage se pasó un dedo por el cuello y emitió un sonido cortante-. Le puede pasar a cualquiera, en cualquier lugar. Lo he visto muchas veces en Vietnam. Un buen compañero fue al pueblo y acuchilló a una vieja zorra. Lo tuvo despierto durante noches, pensaba que se parecía a su abuela. Una mañana empezó con los temblores, primero en las manos y luego en los brazos. Un día, el equipo se va al pueblo y se encuentra con seis imbéciles en una choza, mi colega se queda sin poder moverse, sin poder apretar el gatillo. Perdimos a todo el equipo, excepto a un hombre.
– Parece un cuento de guerra -comentó Tucker en tono burlón.
– ¿Verdad que sí? -dijo Savage, en voz baja, y apretando los labios añadió-: Pero sucedió.
– ¿Cómo lo sabes?
Savage apartó la mirada.
– Yo era ese hombre.
Empezó a caminar entre los árboles y, al cabo de un momento, Tucker le siguió. El silencio lo invadía todo. Cualquier sonido se oía magnificado: el crujido de las hojas bajo sus pies, el suspiro del viento entre las ramas, los extraños parloteos de los petreles.
Llegaron a una zona del bosque donde una falla había abierto el suelo; a partir de allí se expandía una constelación de grietas menores. Los árboles emergían del suelo dibujando extraños ángulos en un intento por agarrarse a las irregulares rocas del suelo. Las matas de claveles del aire de tonos marrones colgaban de las ramas como ratas muertas.
Savage se escurría entre los árboles caídos, los bloques levantados de piedra y las grietas del suelo que parecían abrirse a una profundidad de abismo. Los pasos de Tucker eran inseguros a causa de la oscuridad. En una ocasión estuvo a punto de perder pie en el extremo de una grieta, pero Savage llegó al instante y le agarró en el brazo con mano firme para apartarle. La zona accidentada terminó con la misma brusquedad con que había empezado y dejó paso a una zona de parras y frondosas colinas.
La noche era de un negro azabache, como si la luna hubiera desaparecido. Llovía de nuevo, no con fuerza, como la noche anterior, sino una lluvia fina que saturaba el aire. Szabla y Justin habían estado caminando durante horas. Todas las masas rocosas que habían localizado estaban agrietadas o se encontraban peligrosamente cerca de una fisura o de un precipicio. Szabla se había hecho jirones la camisa de camuflaje y llevaba la camiseta sin mangas, que se le pegaba a los pechos y al estómago a causa del sudor.
Una serpiente de color marrón con manchas amarillas se deslizaba por encima de un árbol caído. Szabla la señaló para avisar a Justin y continuaron avanzando. Las libélulas se apareaban peligrosamente en pleno vuelo, separándose justo para esquivar los árboles. Szabla recordaba haber oído algo sobre pájaros que se apareaban en vuelo en picado y que a veces se mataban porque no podían separarse a tiempo. Echó un vistazo hacia atrás para ver a qué distancia se encontraba Justin. Acercó los labios al hombro y susurró al transmisor:
– Murphy. Canal principal.
Tucker activó su transmisor y sonrió al oír a Szabla.
– Nadie nos oye.
La voz de Szabla le llegaba con extraordinaria nitidez, como si se encontrara a su lado.
– Esta mierda me está poniendo nerviosa -dijo ella, en un susurro-. ¿Te has dado cuenta de la mirada de Derek? Es como si estuviera pasado de rosca.
Tucker se limpió con el dedo meñique la tierra que se le había metido debajo del reloj de muñeca. Luego rompió una ramita de un árbol y la utilizó para apartar las matas de una planta. Savage se encontraba a ocho metros detrás de él y no podía oírle.
– No lo sé. Él es el teniente.
– Lo que es seguro es que no se comporta como tal. Se comporta como los jodidos científicos. He hablado con Mako antes. Una conversación privada. Estaba preocupado pero prudente. Creo que nosotros deberíamos reunimos. Tener una charla.
– ¿Qué dirá Cam?
– ¿Qué demonios importa lo que diga Cam?
– Bueno, quizá podríamos…
– No te muevas -gruñó Savage.
Aunque Savage le había dado un susto de muerte, Tucker se quedó inmóvil. Savage estaba de pie a un metro y medio a su izquierda, en una sombra debajo de una rama. Tucker no se había dado cuenta de que se había acercado tanto; sólo oyó la voz que salía de una zona de sombra.
Tucker estaba en una posición de vulnerabilidad por los tres lados: las sombras le rodeaban. Notó una presencia justo a su lado, donde las sombras daban forma a algo rudimentario pero con apariencia de vida. Se dio la vuelta para orientarse y sintió el pánico en los nervios. Apretó con fuerza la rama que llevaba en la mano.
– ¿Tucker? -La voz de Szabla sonó con un crujido en el transmisor-. ¿Estás ahí?
La conexión recibía interferencias a causa de la lluvia y Tucker rezó para que se cortara. Tenía que hablar para desactivar el transmisor, pero sabía que no debía hacer ningún ruido. Con los labios temblorosos, intentó hacer callar a Szabla, pero sentía la garganta atenazada.
No se había movido ni un centímetro desde que Savage le había avisado. Tenía un pie ligeramente levantado a unos diez centímetros del suelo. Un trueno estalló en la noche. El sudor le goteaba por la frente.