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– Ni un centímetro -murmuró Savage-. Ni respires.

Bajo el peso de todo el cuerpo, la pierna izquierda empezó a temblarle a la altura de la cadera ligeramente. La flexionó un poco y consiguió detener el temblor. El agua de la lluvia le caía sobre la cara y parpadeó con fuerza para sacarla de los ojos. Los nudillos de la mano con que agarraba la rama estaban blancos. Un poco de barro adherido a la bota que tenía levantada cayó al suelo.

Un rayo iluminó la noche y vio, delante y por encima de él, a la enorme criatura, a una distancia no mayor de un brazo y medio, a su derecha. Se balanceaba arriba y abajo y estaba perfectamente camuflada con el follaje a su alrededor. Tenía las patas anteriores dobladas, en actitud de rezo, y las grandes alas, plegadas a la espalda. Si no estuviera justo a su lado, él no la habría visto entre las ramas, ramitas y hojas.

Los ojos de la criatura, normalmente de un tono verdoso, eran negros en la noche. Entre ellos y colocados en forma de triángulo se encontraban los ocelos, tres ojos más pequeños que utilizaba solamente para distinguir la cantidad de luz. Brillaban como perlas bajo el arco de las antenas. Los ganchos de la punta de las extremidades estaban aferrados alrededor de una ancha rama de Scalesia a unos cuatro metros y medio del suelo. La rama crujía al balancearse.

Tucker volvió la cabeza con dolorosa lentitud y miró el rostro de la criatura. Las antenas frontales vibraban en la brisa, las distintas partes de la boca temblaban y, por un instante, Tucker vio su propio reflejo atemorizado en los ojos negros.

La voz de Szabla sonó, cortante:

– … Próxima orden. Creo que podemos tomar un poco el mando…

Tucker sufrió un ligerísimo temblor al escuchar la voz y las antenas de la criatura se irguieron al notar el movimiento. Tucker tenía los orificios de la nariz dilatados y el pecho tembloroso a cada intento de respirar.

El ataque fue tan rápido que Savage no pudo ni siquiera verlo. Las patas de presa atraparon a Tucker y lo aplastaron en un instante. Tucker chilló al notar las púas de las patas que le atravesaban la carne y que casi le cortaban por la mitad. Tenía un brazo clavado a un costado. El ataque duró tres milésimas de segundo.

La rama de Tucker cayó al suelo.

La criatura se dejó caer de la rama y aterrizó hábilmente sobre sus patas sin aflojar la presa. La terrorífica cabeza se acercó a la nuca de Tucker y la boca se abrió mostrando una colección de herramientas naturales.

Savage se lanzó contra la criatura y le clavó el cuchillo en el protórax. La hoja rebotó en el duro y ceroso exoesqueleto, incapaz de atravesar esa superficie lisa. Aunque el golpe no perforó la cutícula, la criatura se tambaleó hacia atrás bajo su fuerza. El brazo que Tucker tenía libre se agitaba intentando agarrarse al aire mientras él gritaba. Savage le agarró el brazo y tiró, aunque sabía que el bicho le tenía agarrado con demasiada fuerza. A Tucker la sangre le salía por la boca y le bajaba por la barbilla.

La criatura habría atacado a Savage si sus patas de presa no hubieran estado ocupadas con el cuerpo de Tucker. Lanzó a Tucker contra el suelo y se inclinó encima de él en una actitud de control del territorio.

Savage se tambaleó hacia atrás. Tucker, bajo el abdomen de la criatura, se retorcía entre las hojas del suelo. La criatura abrió la boca pero no emitió ningún sonido. El aire silbó a través de sus espiráculos y Savage dio otro paso hacia atrás.

La sangre se deslizaba por uno de los brazos de Tucker, de un rojo brillante sobre la piel blanca. Savage le oyó respirar angustiosamente a causa de un pulmón perforado. Estaba perdido. No había forma de sacarle de allí.

Pero Savage llevaba en la sangre el permanecer en el campo al lado de un camarada caído. Dio otro paso más hacia atrás para alejarse del alcance de la criatura y agarró el cuchillo al revés, con la larga hoja apoyada en el reverso del antebrazo y el filo hacia el exterior, listo para cortar. La criatura inclinó la cabeza y le miró como con curiosidad. Todo era oscuro a su alrededor, pero con los rayos pudo ver que la lluvia se deslizaba por los costados de la criatura. Tenía la boca abierta otra vez, como en un rugido silencioso, unas fauces compuestas de maxilares superiores e inferiores y labro. La criatura se incorporó en toda su longitud de dos metros y medio. Por detrás, el abdomen y las alas se tensaron, compactos y firmes, como el cuerpo de un caballo. Aunque Savage se encontraba a bastante distancia, parecía que se cernía sobre él.

De repente, la criatura extendió las alas y retrocedió sobre sus patas posteriores. Ocupaba todo el espacio entre los árboles y en la parte interior de las patas anteriores aparecieron dos marcas como de ojos. Las alas posteriores frotaban la parte superior del abdomen produciendo un sonido áspero. Bajó el cuerpo, dio un paso hacia atrás alejándose de Tucker y le dio un golpe con las patas anteriores que le desplazó unos metros por el suelo. Tucker aulló, más de miedo que de dolor, e intentó avanzar a rastras. Tenía los intestinos desparramados en el suelo, a su lado, y con una mano intentaba volver a colocárselos dentro mientras que con la otra intentaba avanzar.

Savage se había quedado inmovilizado por la duda, incapaz de ponerse al alcance del bicho y deseando desesperadamente ponerle las manos encima. Deseó que Tucker se desvaneciera. Pero Tucker nunca se había desvanecido, ni de dolor ni de pánico. Continuaba moviéndose, agitándose como un muñeco pasado de cuerda.

La criatura lanzó las patas de presa hacia delante de nuevo, levantó a Tucker del suelo y curvó el abdomen hacia dentro. Tucker chilló al ver que la boca se aproximaba a él. Las mandíbulas penetraron en su nuca y Tucker se quedó inerte entre las patas delanteras, sacudido por algunos espasmos.

Savage y la criatura se miraron mientras ella comía.

Mascaba con las mandíbulas inferiores y manipulaba y sujetaba la carne con las superiores. La cabeza de Tucker cayó al suelo con un golpe seco. La criatura no se molestó en recogerla.

Savage observó cómo se comía uno de los brazos de Tucker, mientras el codo salía por la cavidad preoral. A pesar de las fuertes y cortantes fauces, la criatura comía desordenadamente. La imagen de las distintas partes de la anatomía de Tucker entrando en la boca de la criatura era escalofriante.

Savage se agachó y miró a la criatura, apartándose la lluvia de los ojos con el antebrazo.

– Voy a matarte -susurró, casi cariñosamente.

La criatura se detuvo un momento, como si le hubiera oído. Bajó la cabeza y arrancó un grueso trozo de carne del costado de Tucker. Cuando volvió a levantar la cabeza, Savage se había ido.

42

Cameron se puso de pie de un salto al oír un crujido en la fronda del inicio del bosque. Todos adoptaron una posición de defensa hasta que la figura de Savage se perfiló en la oscuridad, corriendo hacia ellos.

– ¿Dónde coño estabas? -gritó Derek-. Llegas más de una hora tarde y no podíamos conectar con Tucker con el transmisor. Szabla dijo que su transmisor se desconectó.

Savage no contestó y se acercó al círculo de troncos con los ojos clavados en Szabla.

– ¿Dónde está Tucker? -preguntó Cameron con voz preocupada.

Sin aminorar el paso, Savage pasó de largo ante el fuego y agarró a Szabla por las tiras de la camiseta. Las forzó hacia debajo de los hombros hasta que dejó los pechos al descubierto. La agarró con fuerza, con la rodilla presionada entre las piernas de ella. Antes de que nadie pudiera llegar hasta ellos, el cuchillo estaba fuera de la funda y apuntaba al pequeño círculo del transmisor, en el hombro. Cameron y Derek estaban en tensión, a punto de saltar sobre Savage en cuanto hubiera ocasión.

– Esto no es un jodido juguete -gritó Savage-. ¡Mierda!

Dio un paso atrás y tiró el cuchillo contra el tronco. El cuchillo quedó clavado en él. Tank se puso entre él y Szabla en un instante, pero Savage no hizo ningún otro movimiento hacia ella. Se quitó el pañuelo de la cabeza y se pasó los dedos por el pelo, que recogió en una coleta.