– Contigo al mando.
– Así es como funciona -respondió Szabla con frialdad.
Cameron encontró un palo y hurgó el suelo con él, con los labios apretados.
– Me gusta ver este apoyo. Sus propios colegas. Quiero decir que si él no puede contar con su pelotón…
– Cameron, jódete y despierta. No estamos en un centro de rehabilitación. Esto se ha convertido en una operación militar seria. La lealtad no es la virtud más útil ahora mismo.
Cameron se aclaró la garganta con fuerza.
– ¿Qué dijo Mako?
Szabla apartó la vista.
– Mis quejas han sido recibidas, pero no quiere contradecir a un oficial en plena misión. Si destituye a Derek, esto se va a ver mal a su alrededor. Hará falta mucha presión para conseguir que lo haga, y no vamos a tener tiempo de hacer mucho ruido.
– Entonces ¿qué propones?
– En algún momento es posible que valga la pena ser más… activos, aunque eso signifique ser llevados ante el comandante a la vuelta -dijo Szabla.
Cameron meneó la cabeza, maldiciendo en voz baja.
– Tú vas a ser un elemento clave, Cam. -Szabla se echó hacia atrás y estudió el cielo-. Tú eres la única en quien todo el mundo confía, aunque el porqué exacto me saca de quicio.
Cameron miró a Justin, pero él estaba contemplando el fuego; la luz de las llamas jugueteaba sobre su rostro.
– A pesar de lo buena e interesante que nuestros científicos y Derek crean que esta cosa es -continuó Szabla, señalando con la cabeza a la larva-, no tenemos ni idea de en qué se va a transformar. Es posible que la historia de Savage sea cierta.
Tank miró la larva con desconfianza. Justin soltó una carcajada seca y vacía.
– O puede estar equivocado y esta cosa puede ser inofensiva.
A Cameron se le contrajo el rostro como si fuera a llorar, aunque no sentía que fueran a salirle las lágrimas.
– Eso espero -dijo en voz baja. Se levantó y se sacudió el trasero de los pantalones-. En cualquier caso, voy a avisar a Ramón y Floreana.
– ¿A quién? -preguntó Szabla, pero Cameron ya se dirigía hacia el camino.
Szabla arrancó un trozo de corteza del tronco, entre los pies.
– Quizá sea el fin del mundo -dijo-: Cam no ha pedido permiso.
El viento soplaba otra vez con fuerza contra la torre de vigía, con un aullido como de perro que anuncia la muerte. De alguna forma, por debajo del sonido del viento, a Derek le pareció oír la risa de su hija. Sonó como unas campanillas mecidas por el viento y desapareció de nuevo en el aullido.
Avanzó por el campo reflexionando acerca de la responsabilidad. Era un tema en que había pasado mucho tiempo reflexionando, especialmente Antes. Él tenía la responsabilidad de terminar la misión, de colaborar en todos los aspectos del trabajo de Rex, pero había algo más que eso. Una responsabilidad hacia la vida, una responsabilidad de proteger las cosas que no se podían proteger por sí mismas.
Ya había fallado una vez.
43
Cameron llamó en voz alta mientras se acercaba a la pequeña casa para no asustar a la pareja o para no encontrarse a sí misma al otro lado de un hacha en pleno vuelo. Echó un vistazo a la negra extensión del bosque, lejos; la garúa colgaba del aire como una tela deshilachada.
Ramón salió a la puerta a recibirla, sus manos oscuras y las uñas sucias resaltaban sobre el color claro del ladrillo hueco sobre el cual descansaban.
– Hola, gringa -saludó.
Cameron se dio cuenta por primera vez del espacio vacío que había entre los dientes delanteros, disimulado por la bien dibujada línea de su mostacho.
– Hola -respondió Cameron.
Iba a hablar, pero él dio un paso hacia delante y la abrazó. Un poco incómoda, se permitió recibir ese abrazo.
– Eres muy amable de venir a ver cómo estamos -le dijo él.
– ¿Cómo está ella? -preguntó Cameron.
Ramón se apartó y con un gesto le indicó que entrara.
Floreana estaba sentada en una amplia silla de madera a la mesa de la cocina con las piernas extendidas y el vientre abultado. Estaba adormilada y daba alguna cabezada de vez en cuando.
Cameron y Ramón la miraron un momento y Cameron se dio cuenta de que por primera vez en mucho tiempo estaba sonriendo. Finalmente, Floreana abrió los ojos y, al ver a la visitante, se despertó del todo y regañó a su marido.
– No pasa nada -dijo Cameron-. Me alegro de ver que todo va bien. ¿Cómo te encuentras?
Floreana gimió y enlazó las manos teatralmente alrededor del vientre, como si aguantara el bulto de la colada. Se puso de pie y dobló la espalda hacia atrás. Al ver la expresión de Cameron, dejó de sonreír.
– ¿Sucede algo malo? -preguntó.
Cameron meneó la cabeza.
– Siento mucho tener que alarmaros. -Bajó la vista a las botas, de una talla de hombre-. Como si no tuvierais bastantes cosas en la cabeza ahora.
– ¿Qué? -preguntó Ramón. Con el dedo pulgar se rascaba la cicatriz del dedo índice.
– Bueno, esa cosa de que hablasteis, fuera lo que fuese, es posible que haya matado a uno de nuestros hombres. Es sólo que estoy preocupada por si… por si se acerca por aquí… el bebé… No sé. -Cameron estaba ruborizada, aunque no sabía por qué. Se esforzó por mantenerse tranquila y que no se le alterara la voz-. Me quedaría aquí para montar guardia, pero no puedo. Desacataría las órdenes.
Ramón sonrió con afecto y Cameron se dio cuenta de lo tonta que debía de parecerle a aquel hombre amable y simple una mujer que se ofrecía a proteger su casa.
– No nos pasará nada -dijo Ramón-, aunque te lo agradezco.
– ¿Qué me agradeces? -preguntó Cameron.
Floreana se acercó a Cameron y le puso las manos sobre los hombros.
– Tus pensamientos -le dijo-. La amabilidad de tus ojos.
Cameron bajó la mirada y movió el pie de un lado a otro en el suelo, dejando una marca como de abanico en la tierra.
– No eres como la mayoría, ¿sabes? -dijo Floreana, señalando con la cabeza el campamento de los soldados-. Los hemos visto bromear, hacer planes y pelear. -Meneó la cabeza-: Tú no eres como ellos.
Cameron sintió la necesidad de protestar en su defensa, pero lo que le salió con voz aguda fue:
– ¿Por qué?
Se sorprendió. Sentía las mejillas ardiendo y no sabía hacia dónde mirar.
Floreana levantó una mano y la colocó suavemente sobre la mejilla de Cameron. Cameron no había recibido una caricia así, excepto de Justin, desde la infancia. De repente se sintió joven e ingenua, sin poder.
– Tienes tanto que dar -dijo Floreana.
Cameron agarró a Floreana por la muñeca y le apartó la mano. Sonrió brevemente:
– Lo siento -dijo-, yo… no estoy acostumbrada a… -Miró el pequeño fuego, notando las miradas de Ramón y Floreana. De repente vio que su propia mano temblorosa señalaba el vientre de Floreana-. ¿Puedo? -preguntó.
Floreana asintió.
– Por supuesto -dijo.
Cameron acercó la mano y la puso encima del vientre lleno de Floreana. Sentía las rodillas flojas, a punto de doblarse, así que se dejó caer sobre ellas en el suelo. Floreana le apartó un mechón de cabello de la mejilla y la acercó a su vientre. Cameron volvió el rostro para colocar la oreja sobre el vientre de Floreana.
Cerró los ojos y escuchó.
44
Savage había vuelto al bosque. A veces sentía que ése era su lugar de pertenencia: era su maldición y su bendición. Él era un niño de la zona mala de Pittsburgh, una ciudad de chimeneas, asfalto gris y colillas de cigarrillos en los canalones, y, a pesar de eso, había pasado más tiempo del que se había molestado en recordar rodeado solamente de frondas y árboles y de cosas que silbaban en la noche.
Colgado en la horqueta de un árbol como si acechara a la presa, con el cuerpo manchado de barro seco y mugre, el blanco de los ojos brillando tras una máscara de suciedad y la barba cubierta de polvo como un salvaje, Savage inclinó la cabeza y escuchó con atención. Camuflado por el barro, se confundía con la rama en la que se había enroscando como una anaconda. Se dejó caer y se lanzó a la caza.