Reconoció el sabor acre en la boca: jugo de guerra, como lo llamaban; la saliva que se acumulaba a los lados de la lengua. Se había acumulado un poco de agua en las hojas de unos matorrales, y Savage se la echó a la boca y bebió. Luego se agachó al lado de un tronco de árbol para descansar un momento, sacó una granadilla del barro y rompió la piel con los dedos para comer la pulpa interior.
Cuando el corazón se le tranquilizó, se levantó y miró a la criatura muerta. La agarró por las patas traseras y tiró. El enorme cuerpo se deslizaba con facilidad sobre el barro. La criatura era sorprendentemente ligera, pese a su enorme tamaño. Tenía una buena constitución para la lucha: una gran superficie corporal en relación con sus dimensiones, poco peso para equilibrar la fuerza.
Savage había tardado casi una hora en llegar allí; y tardaría al menos tres para arrastrar al bicho hasta el campamento base. Empezó el transporte, con las patas traseras a sus costados y aprisionadas por los bíceps, arrastrando al cuerpo detrás de él. Las alas, plegadas bajo el cuerpo, le ayudaban a deslizar el cuerpo por encima del barro.
El tiempo pasaba y él avanzaba con lentitud. Oyó el sonido de ratas a su alrededor y, al echar un vistazo atrás, las vio, alimentándose de la cabeza y de los tejidos del cuello. La primera vez se detuvo y las ahuyentó, pero al final se cansó. Mientras no se llevaran la cabeza entera, no le importaba.
En un punto del trayecto vio el extremo rojo de la granada de Tucker, medio enterrada en el barro. La recogió y se la metió en el bolsillo.
El cuerpo de la criatura tropezaba con los matorrales y las ramas y, más de una vez, entre los árboles. Tuvo que dar marcha atrás y buscar otra ruta. Sentía la respiración en los pulmones como si fuera fuego y sentía los latidos del corazón en el rostro.
Las patas de la criatura le produjeron ampollas en las axilas, en los bíceps y en las manos, pero Savage arrastraba su pieza con la obstinación de una máquina, no queriendo detenerse por miedo a sentir dolor.
Cuando llegó al extremo del bosque, estaba exhausto. La cabeza de la criatura todavía se encontraba allí, arrastrando detrás del cuerpo, pero las ratas se habían comido uno de los ojos y las antenas. El cuerpo se enganchó en unas rocas del suelo y Savage casi se cayó de rodillas. Pero había llegado demasiado lejos para abandonar, así que siguió tirando hacia delante, en dirección al fuego.
Todos le observaban horrorizados mientras se acercaba. Derek se levantó del tronco, pero los demás no fueron capaces de moverse. Cameron dio un paso atrás. Szabla se quedó con la boca abierta y Justin parecía que acabara de tragarse algo vivo. Diego resbaló del tronco y quedó de rodillas.
Ninguno de ellos se atrevió a pestañear mientras Savage arrastraba el cuerpo al centro de los troncos y lo soltaba, sintiendo los brazos agarrotados y calambres en las piernas. Las patas de la criatura se quedaron erectas, tal y como Savage las dejó, como los brazos de una carreta. El cuerpo estaba tumbado sobre la hierba como un búfalo abatido. El fuego se reflejaba en la brillante cutícula.
Savage se volvió lentamente hacia Derek.
– Aquí está tu jodida prueba -le dijo.
Dándole la espalda, se dirigió hacia su tienda.
45
La voz de Mako delataba su enfado, cortante, por el transmisor de Derek.
– Será mejor que se trate de algo importante, Mitchell, ya que me habéis vuelto a sacar de la cama -gritó-. Se supone que sois una escuadra con plenas capacidades de las Fuerzas Especiales de la Armada. Os he mandado a una misión que consiste, básicamente, en colocar un equipo y mover el culo de ahí, y no hacéis más que llamarme cada cinco minutos con los calzoncillos hechos un lío.
El rostro de Derek reflejaba sorpresa:
– ¿Quién más ha estado…?
– Aunque os parezca mentira a ti y a ese pesado científico… -continuó Mako. Rex, agachado al lado de la criatura, afirmó con la cabeza con una sonrisa. Los demás estaban alrededor del fuego y la larva se encontraba arrimada a uno de los troncos. Cameron observaba el cuerpo y no se lo podía creer-… hay cosas más importantes encima de mi escritorio y en el mundo que vosotros y vuestros terribles problemas para colocar un par de placas de satélite en una isla de mierda del jodido Pacífico.
Derek estaba pálido y le temblaba la voz.
– Hemos perdido a Tucker, señor -le dijo.
Se hizo un largo silencio.
– ¿Habéis perdido a Tucker? ¿Cómo demonios habéis perdido a Tucker?
– Hay algo aquí en la isla, señor. Una… especie de criatura. Creemos que puede haber más.
Se hizo un silencio más largo.
– Mitchell, déjame hablar con Kates. Cameron, quiero decir.
Cameron se levantó y se conectó.
– Sí, señor.
– ¿Es eso verdad, Kates?
Cameron se aclaró la garganta.
– Sí, señor. Lo es. Parece que nos hemos tropezado con una especie de… lo que parece ser un insecto enorme, señor, y yo…
– ¿Un insecto enorme?
– De unos dos metros y medio. Señor, sé que parece… -Cameron se sentó en uno de los troncos. Miró a Diego y éste levantó una ceja que desapareció bajo el pelo.
– ¿Y este insecto enorme se comió a Tucker? ¿Es eso lo que ha sucedido?
Derek parpadeó con fuerza.
– Sí, señor. Realmente necesitamos… realmente necesitamos un rescate, señor.
– O el insecto enorme os comerá.
– Bueno… -Derek miró el enorme cuerpo tumbado al lado del fuego-. En realidad, ya no hay… no lo sabemos… es muy complicado, señor.
– Por supuesto -replicó Mako-. Quizá puedas comprender algunas de las complicaciones con las que me encuentro en este extremo de la línea, soldado. El ejército va a desplegar dos batallones más esta semana para controlar los disturbios en la frontera de Perú. Colombia es un lío desde la frontera sur hasta Bogotá, donde sólo nos queda nuestro último equipo, y tengo encima a la OTAN, Naciones Unidas, la Organización de Estados Americanos, y a mis queridos superiores para que mande a más hombres a la zona que va desde México hasta Chile. Y esto por no hablar de los problemas en el país. Decir que nuestros recursos están funcionando plenamente no hace honor a la verdad. En vista de esto, ¿quieres que, a las tres y treinta y siete minutos de la jodida madrugada, llame al comandante del Grupo Especial Naval de Guerra Uno para pedirle que reconduzca a un helicóptero hacia las Galápagos para que una escuadra de la reserva no sea devorada por bichos enormes? ¿Va por ahí vuestra petición?
Derek dobló el labio inferior hacia fuera. Szabla se encontraba al lado del bicho con un pie encima del cuerpo, como una cazadora, mientras Diego y Rex lo examinaban. Szabla se dio la vuelta y se dirigió hacia las tiendas.
– Sí, señor.
– Mitchell, tengo dos palabras para ti, y no son especialmente agradables. ¿Quieres oírlas?
– No, señor.
– Me lo figuraba. No sé qué clase de peyote habéis estado fumando por ahí, pero no quiero que me tomen el pelo a no ser que lo hagan con un corte limpio y con vaselina. No se sorprenda de encontrarse con un buen escarmiento cuando pasee su culo por aquí. ¿He hablado claro?
Derek abrió la boca, pero no pudo decir nada. Los demás intercambiaron miradas de frustración. Cameron se puso de pie.
– Señor -dijo-. Esto no es un chiste.
– Escucha, Kates…
– No -respondió Cameron-. Usted tiene que escuchar. -Tank giró la cabeza con las cejas levantadas-. Esto es una amenaza real -continuó Cameron-. Hay un enorme organismo aquí que parece ser un depredador. No tenemos armas, y estamos atrapados en la isla. Tiene usted que tomar medidas para proporcionarnos seguridad, y nosotros necesitamos recibir órdenes mientras tanto.
El transmisor quedó en silencio.
– Primero -respondió Mako al fin-: vigila tu tono de voz cuando hables con un superior. ¿Está claro?