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Cameron sintió que palidecía. Si contraía el virus, éste afectaría al feto que llevaba. Cameron había entrado en el frigorífico con los demás, con los cuerpos infectados colgando por encima de ella y goteando a su alrededor. Ya había sentido un mareo una mañana: todavía no estaba a mitad de embarazo y, si las cosas se torcían, nadie podría hacer nada por ella. Tank la estaba mirando, quizá preocupado, pero apartó la mirada cuando ella dirigió los ojos hacia él.

– Pero si el virus actúa así -estaba diciendo Diego-, entonces ¿por qué todas las larvas parecen idénticas? ¿Por qué no son todas distintas como la última generación que se encuentra en el frigorífico de especímenes?

– El virus debe entrar en estado latente después de la primera generación -respondió Samantha.

– Así que la primera generación es totalmente distinta -dijo Szabla-, pero la segunda se parece a sus padres.

Savage encendió un cigarrillo y Diego ni siquiera se molestó en hacer un comentario.

– Por supuesto -dijo Rex-. Desde el punto de vista del estado físico, si uno de los organismos mutados llega a reproducirse, resultaría ventajoso para él replicar su propio fenotipo en su descendencia. Una mutación continua pondría en peligro la estabilidad.

– Es como si el virus hubiera encontrado un modelo de funcionamiento y se ciñera a él -añadió Szabla.

Samantha suspiró y el suspiro les llegó amplificado.

– Es asombroso -dijo-. El virus ha evolucionado de tal forma que proporciona una oportunidad única de mutación masiva. Un proceso irracional aunque orientado a encontrar la forma de crear nuevos animales capaces de llenar nichos medioambientales.

Savage exhaló una larga y densa bocanada de humo.

– La evolución a toda pastilla -comentó.

Diego se puso de pie; el sudor le brillaba en la frente.

– Podría tratarse de un proceso muy antiguo: el virus se encontraría encerrado en el corazón de la tierra, vivo en los microbios termófilos, y surgiría en intervalos de cientos de miles de años para revolucionar las formas de vida. Eso explicaría los casos de génesis rápidas, anomalías en los registros fósiles. El salto de los vertebrados de sangre fría a los de sangre caliente. El Archaeopteryx. La explosión cámbrica. El esquisto de Burgess. Es posible que nos encontremos al borde de un período parecido. -Le temblaban las manos, así que se las puso en los bolsillos.

Cameron levantó la mano.

– Un momento -interrumpió-. Lo primero es lo primero. ¿Cómo se expande el virus? ¿Podemos contraerlo de esas criaturas?

– Parece que se expande como los agentes infecciosos en la sangre.

– ¿Y eso qué significa? -preguntó Justin.

– Si jodes -gruñó Savage-, ponte un condón.

– No entréis en contacto con las segregaciones de la larva -dijo Samantha.

– Bueno, ¿no están mutando siempre estos virus? -preguntó Justin con pánico en la voz-. Quiero decir, ¿qué sucede si esta cosa sale al aire?

– No nos pongamos dramáticos -respondió Samantha con calma-. Ahora no se propaga por el aire y, en general, los virus tienden a mantener unas características similares al evolucionar. Además, no tenéis trajes de protección y, aunque los tuvierais, no podríais tocaros la punta de los pies con ellos puestos.

– ¿Qué medidas debemos tomar para asegurarnos de no contraer el virus? -preguntó Cameron.

– Bueno, ni siquiera sabemos si puede infectar a los seres humanos, aunque, por supuesto, no queremos despejar la duda por la vía directa. Así que, de entrada, yo me mantendría lejos del frigorífico de especímenes. Esos cuerpos están cargados de virus y, por lo que habéis dicho, están segregando copiosamente. El enorme cuerpo que tenéis en el campo posiblemente todavía esté perdiendo fluidos. Quemadlo, para seguridad vuestra y para que no encuentre vía a través de la cadena alimentaria durante la descomposición. ¿Tenéis algún gel antibacteriano?

– Sí -dijo Justin-. Una botella.

– Si entráis en contacto con algún tipo de secreción, lavaos y aplicaos el gel. Manejad a la larva con cuidado, pero no hace falta ponerse paranoico. Tocarla no va a propagar el virus. -Se oyó un estornudo-. Perdón. Tengo buenas noticias para vosotros. Tal y como Rex ha señalado, la coincidencia de condiciones que permitieron al virus Darwin penetrar en un animal es poco común. Si funciona como los virus que se transmiten de forma parecida, la probabilidad de infección por el tipo de contacto entre un microorganismo portador del virus y un embrión de insecto es de uno sobre ocho. Si tenemos en cuenta la población de mantis y avispas que hay en la isla, las probabilidades de que los dinoflagelados infectados entren en estado latente, la vulnerabilidad de la ooteca ante las avispas parásitas a causa de los rayos UV, y las probabilidades de que el virus infecte en el momento preciso a las larvas todavía no eclosionadas, tenemos una probabilidad entre ciento veinte de que otra ooteca de mantis se infecte. Las probabilidades de que de una ooteca infectada salga una cría que posea la combinación correcta de órganos y estructuras es todavía menor, posiblemente infinitesimal. Parece que vuestra suposición de que sólo hay un linaje de esas mantis tiene una gran posibilidad de ser exacta.

– De modo que la larva está infectada -dijo Diego, abatido-. Todas.

Se produjo un silencio.

– Sí, me imagino que sí -respondió Samantha finalmente.

– Si este virus aumenta las mutaciones y acelera el relevo generacional -dijo Donald-, eso explicaría todo lo que habéis dicho de los animales.

– ¿Como qué? -preguntó Cameron.

– Bueno, el paso de una metamorfosis incompleta a una completa, por ejemplo -murmuró Rex-. Abre el abanico de alimentos disponibles durante su ciclo vital. La larva parece principalmente herbívora…

– Mientras que los adultos parecen preferir carne humana -acabó Szabla.

Nadie se rió.

– También explicaría la velocidad de desarrollo de la mantis -dijo Donald-. Una reproducción temprana es una de las claves del aumento rápido. Una reducción del diez por ciento en la edad de reproducción es más o menos equivalente a un cien por cien de aumento de la fecundidad. El ciclo rápido de generaciones implica, por supuesto, un salto generacional extremadamente pequeño. Acordaos de la Aphis fabae.

– Lo hago a menudo.

– Es un áfido. El desarrollo embrionario de las tres generaciones siguientes empieza, en realidad, en el cuerpo de la madre antes de que ésta nazca. Si todas sus crías sobrevivieran, una sola hembra daría a luz a quinientos veinticuatro mil millones de individuos en un año. Por no hablar de los cecidómidos, que se comen viva a la madre desde su interior y que son devorados por su propia progenie dos días después. -Se hizo un silencio-. Si este virus realmente acelera la expansión de las especies infectadas, no creáis que vuestra larva va a estar en un estadio de capullo por mucho tiempo. Después de una o dos mudas más, estará a punto para la metamorfosis.

Derek miró a la larva, en su regazo, claramente preocupado.

– Pero ¿cómo sabe el virus hacer todo esto? -preguntó.

– No sabe hacer nada -respondió Donald-. Se ha adaptado a funcionar de cierta forma porque se ha ido modelando durante miles, quizá millones, de generaciones a través de mutaciones aleatorias y selección natural. Sus acciones tienen un motivo sólo en apariencia.

– ¿Crees que los adultos nos darán caza activamente? -preguntó Justin.

– Tal y como dijo Rex, aparte de algún perro, no conozco ningún otro recurso alimentario del tamaño adecuado en la isla -dijo Donald, despacio-. El ganado es demasiado grande, las iguanas demasiado pequeñas, y no son capaces de partir el caparazón de una tortuga.