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Y ella no se iba a quedar allí de pie, observando para ver si volvía a cruzar sano y salvo la cancela. Cerró la ventana y corrió las cortinas. Un instante después se estaba arrastrando bajo las sábanas y cerraba los ojos.

Tenía que dormir. No le iba a hacer ningún bien preocuparse por aquel arrogante bastardo. Tenía que dejar de pensar en él. ¿Pero adonde demonios había ido?

* * *

Capítulo 7

– Fui al pueblo y te compré un vestuario absolutamente maravilloso -le dijo Bartlett cuando se encontró con ella al pie de la escalera a la mañana siguiente-. Bueno, quizá no maravilloso. El pueblo tiene pocas tiendas. Maravilloso sugiere vestidos de baile y batas de terciopelo, y fui a buscar pantalones sport y jerséis de cachemir. Pero de muy buena calidad. Aunque tienes un aspecto mucho mejor con nuestra ropa que el que jamás hayamos tenido nosotros.

– Claro que sí. -Jane arrugó la nariz cuando bajó la vista a los holgados vaqueros y el jersey azul marino de cuello redondo que llevaba puestos-. Agradezco el sacrificio, pero me alegrará meterme en algo que no me haga tropezar y caer. ¿Pudiste encontrar mi cuaderno de dibujo?

Bartlett asintió con la cabeza.

– Eso fue un poco más difícil. Pero encontré una papelería, y tenían unas existencias bastante exiguas.

– Me sorprende que pudieras conseguir algo tan temprano. Apenas pasan de las nueve.

– La dueña de la tienda de ropa fue lo bastante amable para apiadarse de mí y abrir antes. Supongo que debo haberle parecido un poco desesperado allí parado, delante de su escaparate. Una mujer muy amable.

Y Jane se dio cuenta de lo mucho que debía de haberse derretido el corazón de aquella amable mujer para abrirle las puertas a Bartlett.

– Gracias por haberte tomado tantas molestias. Podría haber esperado.

– Una mujer siempre se siente mejor cuando no está en desventaja, y la mayoría de las mujeres relacionan la moda con la autoestima. Por supuesto que tú no eres la mayoría de las mujeres, pero decidí que no te haría daño. -Se volvió hacia la puerta-. Sacaré los paquetes del coche.

– Espera.

Bartlett volvió la cabeza para mirarla.

– ¿Necesitas algo?

Jane negó con la cabeza.

– Anoche vi a alguien delante del establo. Rubio, delgado, joven. ¿Sabes quién era?

– Jock Gavin. Uno de los empleados de MacDuff. Tiene una habitación en el establo y sigue a MacDuff a todas parte como un perrito. Buen chico. Muy callado. Parece que es un poco corto de entendederas. ¿Te molestó?

– No, sólo lo vi desde la ventana. Parecía estar muy interesado en algo que había en el castillo.

– Como te he dicho, es cortito. Es imposible saber lo que estaba haciendo. Si te molesta, dímelo y hablaré con él.

Jane sonrió mientras lo observaba salir a toda prisa al patio. Qué hombre más encantador que era, pensó con afecto. Había poca gente tan generosa como Bartlett.

– ¡Uy Dios!, Bartlett ataca de nuevo.

La sonrisa de Jane se esfumó cuando se volvió y se encontró frente a Trevor.

– ¿Qué has dicho?

Trevor fingió un estremecimiento.

– Era sólo un comentario. No estaba insultando a Bartlett. Siento un respeto reverencial por su poder sobre el sexo opuesto.

– Es un hombre generoso y amable.

– Y yo salgo mal parado con la comparación. Lo acepto todo, después de estar con Bartlett estos años. -Miró fijamente a Bartlett mientras este se alejaba-. ¿Por qué se mostraba tan protector en relación a Jock Gavin? ¿El muchacho te ha abordado?

– No, sólo lo sorprendí anoche mirando fijamente hacia el castillo, y me preguntaba quién podía ser.

– Le diré a MacDuff que lo mantenga lejos de ti.

– No me preocupa que el pobre chico hable conmigo. Sólo me preguntaba quién era.

– Y ahora ya lo sabes. ¿Vienes a desayunar?

– No tengo hambre.

Trevor levantó las cejas.

– Entonces, zumo y café. -Jane sintió que los músculos de su brazo se tensaban cuando él la tocó y le dijo bruscamente-: ¡Por Dios!, no me voy a abalanzar sobre ti. No tienes por qué tenerme miedo.

– No tengo miedo. -Era verdad. No era el miedo lo que había provocado que se tensara. ¡Mierda!, no quería aquello. Apartó el brazo de él-. Pero no me toques.

Trevor retrocedió un paso y levantó las manos.

– ¿Está bien así?

¡Caray, no!, porque deseaba que aquellas manos volvieran a posarse en ella.

– Muy bien. -Se volvió y se dirigió a la cocina con aire resuelto.

Trevor la alcanzó cuando Jane abría la puerta del frigorífico.

– No está bien -dijo él en voz baja-. Estás tan a la defensiva y yo… Bueno, no vamos a hablar de mi estado actual. Pero ambos estaríamos más cómodos, si pudiéramos lograr una relación compatible. ¿No te parece?

– Nunca me he sentido cómoda contigo. -Jane sacó el cartón de zumo de naranja-. Nunca has querido que lo estuviera. Tienes que conocer a alguien para estar cómodo con él, y tú no quieres que nadie te conozca. Sólo quieres moverte por la superficie y mojar las plumas de la cola de vez en cuando.

– ¿Mojar las plumas de la cola? -Sus labios se torcieron en una mueca-. ¿Es eso un eufemismo de lo que creo que es?

– Entiéndelo como quieras. -Jane se sirvió un vaso de zumo de naranja-. Da lo mismo. ¿Lo quieres bajo y sucio? Puedo satisfacerte. Las chicas de la calle aprendemos todas las palabras guarras al uso. Como le dijiste a Mario, no soy ninguna remilgada.

– No, no lo eres. En realidad te pareces bastante a esa enredadera que crece en Georgia. Magnífica, fuerte, resistente y que, si le das la oportunidad, invade el mundo.

Jane bebió un sorbo del zumo de naranja.

– ¿El kudzu? Es un incordio de hierbajo.

– Eso también. Es muy molesto. -Sonrió-. Porque eres impredecible. Estaba convencido de que pasarías al ataque esta mañana. No soportas nada que no sea público. Pero no lo estás haciendo. Te estás echando atrás. Y he tenido que perseguirte. -La estudió con detenimiento-. Debo haberte ofendido de verdad. No estás preparada; estás tratando de ganar tiempo.

¡Joder!, qué bien la conocía.

– No me ofendiste… -Lo miró fijamente a los ojos-. Sí, me ofendiste. Es lo que querías. Se te hace insoportable no controlarlo todo, y pensaste que me cogerías desprevenida. Estabas intentando manipularme.

– ¿Y por qué habría de hacer eso?

– No querías que hiciera peguntas, y era más fácil distraerme con…

– ¿El sexo? -Trevor meneó la cabeza-. Eso no tiene nada de fácil. ¿Querías preguntar? Adelante.

Jane respiró hondo.

– Joe dice que estás metido en algo muy feo. ¿Es verdad?

– Sí.

– ¿Y no vas a decirme qué es?

– Lo haré al final. ¿Alguna otra pregunta?

Jane guardó silencio durante un momento.

– ¿Adonde fuiste anoche cuando abandonaste el castillo?

Él enarcó las cejas.

– ¿Me viste?

– Te vi. ¿Adónde fuiste?

– A la Pista.

– ¿Qué?

– Es mejor verlo que describirlo. Te llevaré allí, si quieres.

– ¿Cuándo?

– Esta noche, después de cenar. Hoy tengo cosas que hacer.

– ¿Qué clase de cosas?

– Investigar.

– Eso ya lo dijiste antes. Estudiar los pergaminos, sin duda.

Él asintió con la cabeza.

– Entre otras cosas. Estoy intentando encajar las piezas.

– ¿Qué piezas?

– Te lo diré cuando tenga una visión completa de la situación.

Jane entrelazó las manos con frustración.

– ¿Y qué se supone que tengo que hacer mientras?

– Explora el castillo, da un paseo por el patio, dibuja, vuelve a llamar a Eve y hazla que te diga lo sinvergüenza que soy.

– ¿Que vuelva a llamarla? ¿Sabes que llamé a Eve?

– Me dijiste que Joe había averiguado que estaba metido en cosas terribles.