Выбрать главу

Los ojos de Brooke parpadearon, fijándose encima de su hombro. Él se volvió, evitando por una décima de segundo que un violín se estrellara contra su cabeza. En lugar de eso le dio en el hombro, haciéndose astillas. Una mujer estaba allí con los ojos desorbitados y los pechos subiendo y bajando al compás de su respiración agitada. En el puño sostenía el mástil del violín hecho añicos, y lo blandió ante él.

Él cogió la navaja de la mesilla de noche y en un rápido movimiento lo hundió en las tripas de la violinista y se las rajó, con los ojos fijos en los de ella. La cara de la chica se contrajo de dolor y se cayó al suelo encima de su instrumento destrozado. El corazón le latía y la sangre le bullía; se sentía vivo, intocable, invencible. Encendió el mechero, prendió la mecha a los pies de Brooke, luego se inclinó sobre su oído.

– Cuenta hasta diez, Brooke. Y vete al infierno.

Cogió la mochila, la navaja y el otro huevo, y salió corriendo del apartamento, escaleras abajo. Encendió la segunda mecha y colocó el huevo en la esquina del vestíbulo. La alfombra estaba deshilachada, pero ardería deprisa. Luego salió pitando por la puerta principal.

Y casi le dio un ataque al corazón. Dos patrulleros viraban para entrar en el complejo, con las luces centelleantes y las sirenas a todo trapo. «La violinista llamó a la poli. Jodida puta». Se agachó detrás del edificio y corrió hacia el aparcamiento que estaba detrás de la siguiente hilera de apartamentos. Al menos había tenido el buen juicio de reconocer el terreno al llegar. Manteniéndose oculto en las sombras, eligió el coche más fácil de robar. Al cabo de un minuto se marchaba en él.

Casi lo habían atrapado. Luchó por recuperar el aliento y olió la sangre de la violinista. Le había salpicado el abrigo y los guantes. Ella no entraba en el plan, pero… ¡Uau! Era una sensación increíble, arrebatar una vida de aquel modo, mirándola a los ojos mientras le robaba el alma. Se desternilló de risa. La profesora de literatura inglesa se le había pegado.

Luego se aplacó. Y se preguntó cuánto de él se le habría pegado a la profesora de literatura inglesa. El fuego ya habría prendido en esos momentos, pero sin gas, tal vez no fuera suficiente para destruirlo todo. Había usado un condón, se había puesto guantes, pero se le podía haber caído un pelo. Sin embargo, para utilizarlo contra él, antes tendrían que encontrarlo.

No le quedaba mucho tiempo y aún tenía que encontrar a Laura Dougherty. Luego quedaban otros cuatro. Ellos eran los peores. Ellos no solo habían estado implicados en la muerte de Shane. «Ellos lo mataron». Uno estaba en Indianápolis. Tenía que encontrar a los otros tres, luego habría acabado.

Se inventaría una nueva vida, tal como se había inventado aquella; haría nuevos amigos, encontraría otra mujer que atendiera sus necesidades en casa. Tendría que pensar en un nuevo empleo. Nunca había pensado hacer el que tenía ahora. Se había presentado en el momento preciso en el lugar preciso, así que había aprovechado la oportunidad, pero había sido bueno en eso.

¿Quién necesitaba un título universitario? Él era el maestro camaleón. «Como en esa película en la que el tipo representa a un médico, a un abogado y a un piloto». Tal vez probaría suerte en uno de esos trabajos la próxima vez.

Jueves, 30 de noviembre, 3:50 horas

– ¡Joder! -La exclamación salió del pecho de Mia mientras ella yacía extenuada, relajada y saciada.

A su lado, Solliday se echó a reír.

– Me encanta tu forma de hablar, Mia.

La mujer se apoyó en un codo y le devolvió la sonrisa.

– Sabes que mañana estaremos hechos una piltrafa. Bueno, hoy -corrigió ella mirando el reloj que estaba junto a la cama.

– Lo sé, pero ha merecido la pena. No creo que fuera consciente de lo mucho que necesitaba esto.

Mia le acarició el duro vientre, notando cómo los músculos se estremecían.

– ¿Cuánto tiempo hacía? -preguntó ella en voz baja.

Los ojos de Reed titilaron hacia ella.

– Seis años.

Mia enarcó las cejas.

– ¡Joder! -dijo y se rio. Peinó con los dedos el grueso vello de su pecho, poniéndose seria-. Yo también lo necesitaba.

La estudió durante largo rato.

– Quiero saber por qué tú no querías querer esto.

– Te lo diré.

– ¿Solo que ahora no? -Mia asintió con ojos solemnes-. ¿Esta noche? -presionó él y ella siguió asintiendo sin palabras-. Sería mejor si tú pudieras venir a mi casa, después de que Beth se haya metido en la cama. Así no tendré que pedirle a Lauren que la cuide, como esta noche pasada.

– De algún modo, no me dio la impresión de que a ella le importase -dijo tímidamente Mia y Reed mudó de expresión. No le había dicho a Lauren adónde iba. Su hermana creyó que lo habían llamado para acudir a un incendio. Ser consciente de aquello le sorprendió un poco-. No querías que ella se enterara.

– Aún no. -Reed se sentó y Mia se tumbó de espaldas. La noche había acabado oficialmente.

– Mañana -empezó Mia-. Quiero decir, hoy. Somos colegas, nada más.

La mirada que le dirigió Reed era desapasionada.

– Nada más. -Entonces él la sorprendió al inclinarse y besarla con un deseo que le quitó la respiración-. Pero esta noche, mucho más.

Reed se estaba abrochando el cinturón cuando sonó su móvil.

– Solliday. -Estaba arrodillado buscando los calcetines-. ¿Ha habido una explosión de gas…? Muy bien. Iré al 2026 de Chablis Court. Gracias, Larry. Estaré allí en quince o veinte minutos.

– Es más de medianoche -observó Mia y él la miró por encima del hombro.

– No hubo explosión de gas, así que han llamado a cuatro dotaciones a la escena; la de Larry es una de ellas. -Se puso los zapatos-. No hay motivo para que los dos pasemos la noche en vela. Iré a comprobarlo y te llamaré. ¿Puedes echarme una mano con los botones de la camisa? Será más rápido así.

Mia le ayudó, abrochándole rápido los botones.

– También hago perritos calientes.

Reed levantó una ceja y ahora Mia podía admitir que había despertado su interés desde el principio.

– Eres una chica muy mala.

– Mostaza, Solliday. -Le dio una palmada en el trasero mientras él se alejaba-. Piensa en los condimentos.

– Una chica muy mala.

Reed casi estaba en la puerta principal cuando ella cayó en la cuenta: Chablis 2026.

– Reed, espera. -Salió corriendo tras él-. ¿Has dicho 2026 de Chablis Court, como el vino?

Reed frunció el ceño.

– Sí, ¿por qué?

El corazón le dio un brinco, al recordar los archivos que había comprobado el día anterior.

– Esa es la dirección de Brooke Adler.

La expresión de Reed se enturbió.

– Nos encontraremos allí -dijo-. Date prisa.

Jueves, 30 de noviembre, 4:15 horas

El fuego se limitaba a un edificio de apartamentos, el del final de una hilera de cinco. Para el ojo poco avezado podía parecer caótico, pero estaba bajo control. La gente se quedaba en el borde del aparcamiento, apiñada en pequeños grupos. Muchos lloraban; niños y adultos por igual. Solliday recordó el incendio de un apartamento en el que había trabajado el año anterior, y con él el horror de las víctimas.

Y aunque todas ellas eran importantes, una víctima estaba en un lugar destacado de su cabeza. Reed encontró a Larry Fletcher y de inmediato supo que era muy malo.

– ¿Qué ha ocurrido?

– Aún estábamos de camino cuando nos volviste a llamar y nos contaste lo de Adler -explicó Larry con voz alicaída-. El ciento ochenta y seis estaba haciendo la búsqueda y el rescate en el edificio, pero Mahoney y Hunter quisieron entrar. Quisieron ganar tiempo. El jefe del ciento ochenta y seis dijo que me habían llamado a mí, así que los dejé entrar. Ahora desearía haberles dicho que no.