– No, pero esto sí. Dejó la policía y se fue a trabajar para Bixby hace cuatro años, justo dos años antes de que se retirara del Departamento de Policía de Chicago.
– Se perdió una jugosa pensión -murmuró Mia-. Me pregunto qué ocurriría.
– Tal vez puedas hablar con alguno de sus viejos amigos y averiguarlo.
– Le pediré a Spinnelli que lo haga. Él puede conseguir información que yo no podría. ¿Y qué hay de Thompson?
– Nuestro servicial psicólogo del colegio -murmuró Reed-. No está registrado en esta base de datos. -Lo buscó en Google-. Thompson es un médico de Yale.
Mia frunció el ceño.
– ¿Qué está haciendo un chico de Yale en un centro de menores? El sueldo es una mierda.
– Es autor de un libro: Rehabilitación de delincuentes juveniles. He comprobado el expediente de Manny del Centro de la Esperanza. Ha estado haciendo terapia con Thompson durante algún tiempo.
Mia enarcó las cejas.
– Me pregunto si el doctor Thompson no estará planeando una continuación.
– Eso explicaría su rabieta cuando detuvimos a Manny. ¿No podemos acceder a sus archivos?
– Probablemente no basándonos en lo que tenemos, pero podemos pedírselo. ¿Y qué hay de Bixby?
Reed mantuvo los ojos fijos en la pantalla.
– Es autor de unos pocos artículos sobre educación.
– Dos de los artículos son sobre educación en rehabilitación -destacó Mia.
– Otra vez me pregunto por qué no busca un salario más alto.
– Lo descubriremos. Comprueba lo de Atticus Lucas, el profesor de arte.
Reed hizo lo que le pedía.
– Ha expuesto antes. -Recorrió rápidamente la página y luego levantó la mirada hacia ella-. En galerías prestigiosas. Vuelvo a preguntarme por qué está allí.
– ¿Y qué hay del Centro de la Esperanza? Será una organización sin ánimo de lucro, ¿verdad? ¿Sabes cómo comprobar las finanzas?
Le dirigió una mirada demasiado paciente.
– Sí, Mia.
Ella le devolvió una mirada adusta.
– Entonces mira si puedes averiguar algo mientras yo escucho mi buzón de voz. Luego seguiremos. Todos los profesores estarán allí a las nueve.
Un periódico aterrizó en su escritorio. Murphy estaba allí de pie mirándola fijamente.
– ¿Qué? -preguntó ella.
– Vuelves a estar en las noticias, chica glamurosa. En la página tres del Bulletin, abajo a la derecha.
Por un momento Mia se preguntó si Carmichael ya habría informado de su noche salvaje con Reed, pero rechazó la idea. La edición del Bulletin la cerraban a la una. Reed no se fue hasta casi las cuatro. Bajó la mirada y notó que la sangre le afloraba al rostro.
Era peor, mucho peor. Estaba perdiendo los nervios y luchó contra el impío deseo de echar las manos al cuello de Carmichael.
– Quiero… -«Matar a esa mujer». Se mordió la lengua y miró a Solliday, cuyos ojos expresaban preocupación-. Carmichael. Ha descubierto que Getts nos disparó el martes por la noche. Ha puesto la dirección de mi casa. Primero Wheaton, ahora esto. Ya no tengo intimidad. Ya sabes, odio a los reporteros.
– ¿Qué pasa con Wheaton? -preguntó Murphy y ella suspiró.
– Ella se fijó ayer en la rubia misteriosa. Intentó utilizarla para que Reed le diera información confidencial sobre este caso.
– Pero no se la diste, Solliday. -Los dedos de Murphy tamborilearon sobre el escritorio de Mia.
Reed le dirigió una mirada impaciente.
– Claro que no. -Cogió el periódico con tranquilidad, pero tenía la mandíbula crispada y los ojos centelleantes de rabia-. Tienen que pararle los pies.
– Se ampara en la Primera Enmienda. -Mia se humedeció los labios con la lengua-. Wheaton no está en mi lista de Navidad, Reed. No me importa si me sirve a DuPree en una bandeja.
Los ojos de Reed irradiaban rabia.
– Eso lo arreglaría sin duda. Mia, no puedes quedarte en tu casa. Todos los sapos comemierda de la ciudad estarán merodeando por la puerta de tu casa.
Mia sonrió.
– ¿Sapos comemierda? Creo que estoy empezando a ser una mala influencia para ti, Solliday.
– Lo digo en serio, Mia. Tienes que buscarte otro apartamento.
– Tiene razón, Mia -añadió Murphy-. Es como si te hubiera pintado una diana en el culo.
– No me voy a mudar y no voy a hablar de esto ahora. Voy a escuchar mi buzón de voz y luego a hacer mi puto trabajo. -Cogió el teléfono, haciendo caso omiso de los dos hombres furiosos. Luego frunció el ceño-. Tengo un mensaje del doctor Thompson de anoche.
– ¿Y ahora cuál de los del Eje del Mal es? -preguntó Murphy aún enfadado con ella.
– El psicólogo del centro. Dijo que necesitaba vernos, que era urgente.
– No creo ni una palabra de lo que dice -espetó Reed apretando los dientes.
– Ni yo, pero veamos qué es lo que quiere.
Jueves, 30 de noviembre, 9:15 horas
– Somos Solliday y Mitchell; venimos a ver al doctor Bixby y al doctor Thompson -dijo Reed.
La boca de Marcy se tensó.
– Avisaré al doctor Bixby.
Secrest estaba con Bixby, pero Thompson no. Reed llegó a la conclusión de que ninguno sabía lo de la muerte de Brooke Adler, o si lo sabían, lo ocultaban muy bien.
– ¿Puedo ayudarles? -preguntó Bixby de manera formal.
– Hemos preguntado por el doctor Thompson -le dijo Mia-. Nos gustaría hablar con él.
Bixby frunció el ceño.
– No puede ser, no está aquí.
Reed y Mia intercambiaron una mirada.
– ¿No está aquí? -preguntó Reed-. Entonces, ¿dónde está?
– No lo sabemos. Suele estar en su mesa a las ocho, pero aún no ha llegado.
Reed enarcó una ceja.
– ¿Es normal que a veces no aparezca?
Bixby parecía irritado.
– No, siempre llama.
– ¿Alguien le ha telefoneado a su casa? -preguntó Mia.
Secrest asintió.
– Yo. No me ha contestado nadie. ¿Por qué necesitan verlo?
– Él me llamó. Pensé que tendría algo que ver con el asesinato de Brooke Adler.
Por un momento, ninguno de los dos hombres se movió. Luego Secrest movió la mandíbula de un lado a otro y Bixby palideció. Detrás de ellos, Reed oyó la exclamación de Marcy.
– ¿Cuándo? -exigió saber Secrest-. ¿Cómo?
– Esta madrugada -dijo Reed-. Murió de las heridas provocadas por un incendio.
Bixby bajó la vista, aún turbado.
– No puedo creerlo.
Mia levantó la barbilla.
– Yo sí. Estuve allí cuando murió.
– ¿Dijo algo antes de morir?
Mia esbozó una sonrisa turbia.
– Dijo un montón de cosas, doctor Bixby. Por cierto, ¿dónde estaba usted esta noche entre las tres y las cuatro?
Bixby rugió.
– No puede ser que yo sea sospechoso.
Secrest suspiró.
– Tú solo contesta la pregunta, Bix.
Bixby entornó los ojos.
– En casa. Durmiendo. Con mi esposa. Ella lo confirmará.
– Estoy segura de que sí -dijo Mia suavemente-. ¿Y el señor Secrest? La misma pregunta.
– En casa. Durmiendo. Con mi esposa -respondió con el más absoluto sarcasmo.
– Ella lo confirmará. -Divertida, Mia sonrió-. Gracias, señores.
Reed estuvo a punto de sonreír. Estaba provocando a los hombres y disfrutaba de ello.
– Tenemos que hablar con su equipo y ver sus archivos del personal. Si pudiera prepararnos un despacho para que lo usáramos…
– Marcy -espetó Bixby-. Prepare la sala de reuniones número dos. Estaré en mi despacho.
Secrest les dirigió una larga y amarga mirada antes de seguir a su jefe.
– Me pregunto si oiremos trituradoras de papel en los próximos minutos -murmuró Reed.
– Patrick dijo que no teníamos bastante como para conseguir una orden judicial para todos sus archivos -le contestó Mia, enfadada-, pero tal vez tengamos bastante para los de Thompson si podemos demostrar que se ha largado de la ciudad. Vamos a hacer algunas llamadas. -Frunció el ceño ante Marcy-. Desde fuera, creo.