Выбрать главу

Manny levantó la mirada.

– Yo no quería que ella muriese.

– Lo sé.

Se quedó allí sentado un momento, simplemente respirando.

– No voy a hablar con usted.

– Manny. -Esperó hasta que el chico le prestó atención-. El doctor Thompson está muerto.

Manny palideció; la conmoción hizo presa en sus rasgos.

– No. Está mintiendo.

– No miento. Yo mismo he visto el cadáver. Le habían cortado el cuello.

Manny se estremeció.

– No.

Reed le acercó a Manny la foto de Thompson en el depósito de cadáveres, por encima de la mesa.

– Compruébalo tú mismo.

Manny no la miró.

– Llévesela. ¡Que le jodan, llévesela! -La última palabra fue un sollozo.

Reed se la acercó y la colocó boca abajo.

– Sabemos quién lo hizo.

Un destello de duda apareció en su mirada.

– No voy a hablar con usted. Acabaría como Thompson.

– Sabemos que fue el señor White.

Manny lo miró a los ojos.

– Entonces, ¿para qué necesita hablar conmigo?

– El doctor Thompson llamó a la detective Mitchell justo después de salir de aquí anoche. Dijo que era urgente. Luego llamó al señor White. Pocas horas más tarde estaba muerto. Queremos saber qué fue lo que le dijiste que necesitaba contárnoslo.

– No tienen a White.

– No -dijo Reed-. Y no lo tendremos a menos de que seas sincero con nosotros.

Manny sacudió la cabeza.

– Olvídelo -fue la respuesta de Manny.

– Vale. Entonces, con respecto a las cerillas, ¿cómo crees que acabaron en tu zapatilla?

La expresión de Manny se agrió.

– Da lo mismo, igualmente no me creería.

– ¿Cómo podría creerte? No me has contado nada. ¿Tuviste las zapatillas en la habitación todo el tiempo?

El chico reflexionó sobre la pregunta.

– No -dijo por fin-. Las llevé puestas todo el día. Era el día que a mi grupo le tocaba usar el gimnasio.

– ¿Cuándo usaste el gimnasio?

– Después de comer. -El chico se recostó en el asiento-. Eso es todo lo que voy a decirle. Déjeme volver a mi celda.

– Manny, White no puede hacerte daño aquí.

Manny curvó los labios.

– Claro que puede.

Jueves, 30 de noviembre, 16:45 horas

– ¿Has llamado? -preguntó Mia mientras ella y Solliday se paraban ante la mesa de Aidan.

Aidan levantó la mirada.

– Sí. He llamado a la secretaría de la universidad de White en Delaware, pero ya se habían ido, van una hora adelantados con respecto a nosotros. Pero me he puesto en contacto con la secretaria del departamento de educación. Es una señora muy amable.

Mia se sentó en una esquina de la mesa.

– ¿Qué ha dicho esa dama tan encantadora?

Aidan le tendió la foto en blanco y negro sobre un papel normal.

– Me la ha enviado por fax hace veinte minutos. Es una foto de un boletín del departamento que fue tomada en la función benéfica para el golf universitario celebrada el año pasado. Ha hecho un círculo sobre Devin White. La foto tiene mucho grano, pero se le puede ver la cara.

Solliday miró por encima del hombro de Mia, se acercó tanto que si ella hubiera girado la cabeza habría podido besarlo. Cuanto más largo se hacía el día, más ganas tenía Mia de que llegara la noche, pero habían hecho un trato y Aidan la miraba atentamente.

– Se le parece, ¿verdad? -susurró Solliday-. La misma estatura, el mismo color de pelo. -Reed se irguió y ella por fin soltó un respiro.

– Pero no es el hombre con el que hemos hablado esta mañana -dijo Mia-. Su cara no es la misma, pero la mayoría de la gente solo nota la estatura y el color de pelo, a menos que se fijen bien. Eligió robar un buen carnet de identidad. Apuesto lo que quieras a que el auténtico Devin White está muerto. ¿Tiene la secretaria números de teléfono de su familia, contactos o lo que sea?

– Dice que dejó el apartado sobre la familia en blanco. Ella cree que no tenía ningún pariente vivo. Su madre murió y nunca conoció a su padre.

– Bueno, ¿esa dama tan amable ha dado alguna otra información útil?

– Ha dicho que Devin era uno de sus preferidos -explicó Aidan-. Que le prometió llamarla cuando se estableciera, pero nunca lo hizo y supuso que estaba muy atareado en su nueva vida. Había ido desde Delaware a Chicago para una entrevista de trabajo, pero planeaba quedarse en Atlantic City unos pocos días. Eso habría sido a principios de junio pasado.

La energía empezó a propagarse por sus venas.

– Podemos comprobar los hoteles, ver si White se quedó en alguno de ellos.

– Ya he empezado a comprobarlo -dijo Aidan y le tendió una hoja de papel a cada uno de ellos-. Estos son los principales hoteles de Atlantic City. Si los dividimos, podremos acabar antes.

Mia se llevó el papel a su mesa, luego se detuvo frunciendo el entrecejo. Sobre la montaña de expedientes de Burnette había un sobre marrón acolchado del tamaño de un vídeo. Estaba dirigido a ella en letras mayúsculas. No había dirección del remitente.

– ¿Qué es esto?

Aidan le echó una mirada y se puso en pie despacio.

– No lo sé. Yo no estaba aquí, he ido al fax antes. Podemos preguntárselo a Stacy.

Mia se puso unos guantes.

– La hemos visto salir cuando nosotros entrábamos. -Sacudió el vídeo en el sobre. Solliday aún tenía el televisor y el reproductor de vídeo en su escritorio, así que allí lo insertó.

Apareció la cara de Holly Wheaton, triste y grave.

«A la luz del reciente y trágico asesinato de la hija de un oficial de policía local, queremos repasar el cargo que el trabajo de policía cobra a sus familias. A menudo los familiares pagan un alto precio por el servicio público que prestan los policías. Algunos, como Caitlin Burnette, son víctimas de la venganza por la actitud de sus padres contra el crimen».

– ¡Zorra! -murmuró Mia-. Está utilizando el sufrimiento de Roger Burnette para subir su puto índice de audiencia.

«La mayoría -prosiguió Wheaton muy seria- encuentra que satisfacer las expectativas de ser la hija o el hijo de un policía es demasiado como para soportarlo, y toman la dirección contraria».

La cámara fundió a negro y Mia notó que se le caía el alma a los pies. Abrió la boca, pero no le salió ninguna palabra. Solliday la cogió del brazo y la empujó hasta sentarla en una silla.

Le cubrió los hombros con las manos y la sacudió con cuidado.

– Respira, Mia.

Mia se tapó la boca con mano temblorosa.

– ¡Oh, Dios mío!

Wheaton hizo un gesto para señalar el edificio de ladrillos que aparecía detrás de ella.

«Este es el Centro Penitenciario de Mujeres de Hart. Las internas aquí convictas son mujeres que han cometido delitos que van desde la tenencia de drogas al asesinato. Las internas aquí convictas son mujeres de todos los extractos sociales, de todas las tipologías de familias. -La cámara hizo un zoom a la expresión de dolor de Wheaton-. Incluso familias de policías. Una de las mujeres que cumplen su pena aquí es Kelsey Mitchell.

– ¿Qué es? -quiso saber Spinnelli desde detrás de ellos-. ¡Oh, Dios, Mia!

Ella le hizo gestos para que se callara mientras la foto de la detención de Kelsey llenaba la pantalla. Kelsey parecía demacrada, vieja, hecha polvo por las drogas.

– Solo tenía diecinueve años -suspiró Mia.

«Kelsey Mitchell está cumpliendo una condena de veinticinco años por robo a mano armada. Es hija y hermana de policías. Su padre murió recientemente, pero su hermana, la detective Mia Mitchell, es una detective de Homicidios condecorada e, irónicamente, es responsable de la detención de muchas de las mujeres que se encuentran recluidas en el mismo bloque penitenciario que su hermana».

– La van a matar. -Mia apenas podía oír su propia voz-. Van a matar a Kelsey. -Se levantó de repente, con el corazón absolutamente disparado-. No puede emitir esta cinta. Esto es una maldita amenaza. Quiere su maldita historia y no le importa el daño que pueda hacer.