Выбрать главу

Dana se enjugó las lágrimas.

– Hay alguien aquí que a lo mejor te gustaría ver.

«Jeremy».

– Déjame adivinar. Está delante de la tele.

La sonrisa de Ethan se desvaneció.

– Documentales del Canal de Historia toda la tarde. Apenas ha abierto la boca, lo cual es comprensible teniendo en cuenta que acaba de perder a su madre.

– Confiaba en que ya estuviera aquí. Le he traído algo. Pero, antes que nada, quiero que mantengáis los ojos bien abiertos. El tipo que mató a su madre incendió anoche la casa de Reed.

Dana y Ethan se miraron.

– ¿Hay heridos? -preguntó Dana.

– No. Creemos que fue una venganza o una maniobra de distracción, como cuando me disparó a mí. En cualquier caso, dudo mucho que vaya en busca de Jeremy, pero…

Ethan asintió con la mandíbula apretada.

– Estaré alerta, no te preocupes.

– Viniendo de un ex marine, es más que suficiente. -Mia entró en la sala de estar y se sentó al lado de Jeremy-. Hola, chaval.

Jeremy se volvió para mirarla.

– Ha vuelto.

A Mia se le encogió el corazón.

– Pues claro. Prácticamente vivo aquí. Dana es mi mejor amiga.

– ¿Lo ha cogido?

– No, y he venido aquí para verte a ti. Te he traído algo. -Introdujo una mano en la bolsa de la librería y le tendió un libro sobre aviones grande y lustroso.

Jeremy abrió los ojos como platos y cogió el libro, pero no lo hojeó.

– Gracias. -Se volvió de nuevo hacia el televisor-. Este documental trata sobre la antigua Grecia.

– Lo sé, lo vi anoche. -Mia se recostó en el sofá y pasó un brazo por los hombros de Jeremy-. Pero siempre pesco mucho más la segunda vez.

Ya era hora. Había esperado a Mitchell todo el puñetero día. Puso los ojos en blanco. Había estado de compras. En cierto modo, esperaba otra cosa de una mujer que llenaba su despensa de tartaletas. Pero ya estaba allí. Se adentró en la zona arbolada que separaba la casa de Dana del resto de las casas de la calle. Quería verla por dentro, estudiar el terreno por si Mia decidía pasar allí la noche.

Miró por los prismáticos. Podía ver el interior de la sala de estar, más o menos. Bien. Bajó los prismáticos, parpadeó con vehemencia y los subió de nuevo. Era doble o nada, y había conseguido doble. Por fin. Pues sentado al lado de Mitchell, con la cabeza apoyada en su hombro, estaba Jeremy Lukowitch. Si no estaba con su madre, significaba que Yvonne estaba muerta o muy enferma, por lo que el cambio de pastillas había funcionado. Y si estaba muerta o muy enferma, significaba que el muchacho era la persona que lo había delatado. «Debí matar a ese mocoso cuando tuve la oportunidad».

Empezó a elaborar un plan. Le quedaban tres huevos y sabía exactamente qué hacer con ellos. Su estómago protestó. Pero primero tenía que comer algo y dormir.

Domingo, 3 de diciembre, 18:15 horas

El bigote y la peluca le otorgaban cierto anonimato. El suficiente para poder entrar en una cafetería y comer algo sin correr riesgos. Por culpa de Mitchell, no podía enseñar la cara en ningún lugar de Chicago. Miró con expresión ceñuda el televisor situado detrás de la barra. Su foto volvía a salir en las noticias. Reprimiendo el impulso de comprobar si alguien lo estaba mirando, mantuvo los ojos clavados en la pantalla. La reportera estaba hablando de Penny Hill.

«ActionNews ha sabido hoy que la señora Hill no fue la asistente social que llevó el caso de acogida del señor Kates. Un desgraciado accidente la tuvo de baja por invalidez durante un año, tiempo que Milicent Craven estuvo a cargo del caso, descuidando al muchacho. El niño vivió en un entorno de abusos sin que nadie respondiera a sus gritos de socorro. Ahora Penny Hill está muerta. No hemos conseguido hablar con la señora Craven. Andrew Kates sigue siendo una víctima más de unos Servicios Sociales demasiado inundados de burocracia para poder atender debidamente a los niños cuyas vidas dependen de ellos. Los mantendremos informados sobre esta noticia de última hora. Les habla Holly Wheaton, de ActionNews».

El destino le había impedido hacer justicia con Laura Dougherty. No permitiría que se lo impidiera de nuevo.

Pero el momento era interesante. Mitchell había demostrado ser mucho más lista de lo que imaginaba. Podía tratarse de una trampa. Comprobaría la identidad de Craven. Si realmente existía, entonces actuaría.

Domingo, 3 de diciembre, 18:20 horas

Spinnelli apagó el televisor de la sala de reuniones.

– Buen trabajo, Mia.

– Me gustaría dar las gracias a la Academia… -La detective sonrió-. ¿Y ahora qué?

– Ahora quiero que conozcáis a Milicent Craven. -Spinnelli le abrió la puerta a una mujer de edad madura y pelo canoso. Entró y tomó asiento.

Reed se inclinó hacia ella. Aparentaba cincuenta años, pero probablemente no era mayor que Mia.

– Cuando tenga cincuenta años, ¿podrá hacer que vuelva a aparentar treinta? -preguntó, y la mujer sonrió.

– Le daré mi tarjeta.

Spinnelli también sonrió.

– Os presento a Anita Brubaker. Se halla en una operación secreta y está a punto de volver al mundo real. Lleva dos años viviendo como Milicent Craven en la dirección que aparece en la guía telefónica. Sus vecinos solo saben que trabaja para el estado.

– O sea que usted es el cebo -dijo Mia-. ¿Está de acuerdo?

– Sí. Estaré en la casa cada noche hasta que lo atrapemos. Después, ya no necesitaré una identidad falsa, así que todos contentos.

– Salvo Andrew Kates. -Spinnelli hizo un bosquejo del barrio en su pizarra blanca-. Esta es la casa de Craven. Mia, os quiero a ti y a Reed aquí, Murphy y Aidan aquí, y Brooks y Howard aquí, en vehículos camuflados. Tendré coches patrulla apostados en puntos clave. Hemos alertado a Servicios Sociales de que si alguien telefonea preguntando por Milicent Craven, lo pasen a un buzón de voz que hemos preparado. Si Kates o la prensa llaman, obtendrán una confirmación de que existe.

Miró a los presentes.

– ¿Alguna pregunta? -Todos negaron con la cabeza-. Entonces en marcha. Mañana a esta hora quiero a Andrew Kates detenido.

Stacy asomó la cabeza.

– Disculpe, pero ha llegado un hombre que dice que necesita hablar con la persona que lleva el caso Kates. Dice que se llama Tim Young.

Todas las miradas se clavaron en Reed, que se encogió de hombros.

– Tennant debía llamarme cuando Young llegara a Indianápolis. Está claro que no lo hizo.

– Que pase. -Spinnelli se levantó con los brazos cruzados sobre el pecho-. Esto promete.

Tim Young entró con andar lento y pesado. Tenía unos veinticinco años. Llevaba su traje, de color gris, arrugado y la cara oscurecida por una barba de varios días.

– Soy Tim Young, el hermano de Tyler Young.

– Siéntese, por favor. -Spinnelli señaló una silla-. Stacy, llama a Miles Westphalen. Dile que venga cuanto antes. Explícale el motivo.

Cuando Stacy se hubo marchado, Spinnelli se sentó a la cabecera de la mesa.

– No lo esperábamos.

Young miró a su alrededor, asimilando cada rostro.

– He tenido que cambiar de planes en O'Hare. Mientras esperaba mi vuelo para Indianápolis he visto el periódico. He salido del aeropuerto y he tomado un taxi directamente hasta aquí. Andrew Kates es un nombre que llevo diez años intentando olvidar.

– ¿Por qué? -preguntó Mia.

– Andrew y Shane fueron colocados con mi familia hace diez años. Andrew tenía trece y Shane nueve. Yo tenía quince y estaba contando los días que me faltaban para acabar el bachillerato y poder marcharme. Mi padre tenía una granja. Le gustaba tener niños de acogida porque representaban otro par de manos. Mi madre lo aceptaba porque hacia todo lo que él decía. Mi hermano mayor, Tyler… -Soltó un suspiro-. Era malo.

– Abusaba de los niños -dijo suavemente Mia-. ¿Y de usted?

Había dolor en sus ojos.

– Hasta que fui lo bastante mayor para resistirme. Tyler solía decir, riendo, que le gustaban los chicos lo bastante jóvenes para ser flexibles pero lo bastante mayores para oponer resistencia. Sabía retirarse cuando su presa crecía demasiado. Normalmente, ningún niño se quedaba tanto tiempo.