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– ¡Mierda, joder, ostras! -Una oleada de cansada desesperación la invadió-. Se nos ha escapado por los pelos.

El rostro de Brooke Adler se formó en su mente, tal como estaba hacía pocas horas, quemada y con un dolor atroz. La mujer se había aferrado a la vida con uñas y dientes lo bastante como para darles información importante. «Cuenta hasta diez. Vete al infierno».

La usarían para encontrar a ese hijo de puta.

– Vamos a buscarlo, antes de que mate a alguien más.

Jueves, 30 de noviembre, 12:30 horas

– Beacon Inn, River Forest. Le habla Kerry. ¿En qué puedo ayudarle?

Se mantenía de espaldas al teléfono público, escrutando la calle y preparado para salir corriendo.

– Hola. ¿Puede ponerme con Joseph Dougherty, por favor?

– Lo siento, señor, pero los Dougherty se marcharon ayer.

«Eso ya podría haberlo imaginado yo solo».

– ¡Vaya por Dios! Llamo de Coches de Ocasión Mike Drummond. Nos enteramos de que habían perdido su casa y queríamos ofrecerle uno de nuestros coches de segunda mano hasta que el seguro les proporcione otro. ¿Podría usted darme una dirección o un número de teléfono para ponerme en contacto con ellos?

– Vamos a ver… -Oyó el ruido de un teclado-. Mire. El señor Dougherty pidió que le enviaran unos paquetes al 993 de Harmony Avenue.

– Gracias.

Colgó muy satisfecho. Iría a aquella dirección en aquel mismo instante para asegurarse de que estaban allí. No dejaría que se le escurrieran entre los dedos por tercera vez.

Volvió a meterse en el coche robado. Por dentro estaba loco de ira, pero exteriormente mantenía la calma. Había tenido que salir del Centro de la Esperanza solo con la ropa que llevaba en la mochila y el libro en el que había metido todos sus artículos. Y había escapado por los pelos. Había recorrido media manzana, cuando un coche patrulla se había apostado ante la verja principal. Un minuto más y lo habrían atrapado. Había abandonado rápidamente ese coche y había robado otro por si detectaban su ausencia de inmediato.

Maldita puta poli. Había llegado a la discrepancia de huellas antes de lo que esperaba. Pensaba que como mínimo tendría un día más de tiempo. «Mierda». Por el momento había tenido que viajar ligero de equipaje. Había vuelto corriendo a su casa y le había dado tiempo solo para dejar una sorpresa para la señora de la casa y coger los siete huevos que le quedaban. Se había tenido que asegurar de que la mujer que le había cocinado y le había limpiado todos aquellos meses no lo entregaba a la poli, porque tenía grandes planes para sus pequeñas bombas. Y cuando todo se asentase, volvería a la casa a buscar el resto de sus cosas. Sus recuerdos de la vida que estaba dejando atrás. Cuando emprendiese su nueva vida, todas las fuentes de ira habrían sido eliminadas de su existencia. Por fin sería libre.

Jueves, 30 de noviembre, 14:45 horas

– ¿Vas a comerte esas patatas? -preguntó Murphy y Mia le dio la caja de corcho blanco.

Alrededor de la mesa de Spinnelli se sentaban Reed, Mia, Jack, Westphalen, Murphy y Aidan. Spinnelli paseaba con el bigote fruncido.

– ¿Así que no tenemos ni idea de dónde está? -dijo Spinnelli por tercera vez.

– No, Marc -respondió Mia, irritada-. La dirección de su expediente profesional era falsa. Nos contó que tenía una novia, pero nadie en el centro sabe su nombre. No tiene tarjetas de crédito. Ha limpiado su cuenta bancaria, y la dirección que figura en ella es un apartado postal de la oficina de correos principal igual que la de un millón de personas más que no desean ser encontradas. Hemos emitido un aviso a todas las patrullas sobre su coche, pero hasta el momento no ha aparecido. Así que no, no sabemos dónde está.

Spinnelli le lanzó una mirada fulminante.

– No te pongas sarcástica conmigo, Mia.

Mia se puso a la defensiva.

– No lo haría ni en sueños, Marc.

– ¿Qué sabemos sobre Devin White? -intervino Westphalen de un modo que a Reed le hizo pensar que no era la primera vez que el hombre mayor había apaciguado a aquellos dos.

– Que tiene veintitrés años -dijo Reed-. Que enseñaba mates en el Centro de la Esperanza desde el pasado junio. Antes de eso era estudiante de la Universidad Drake de Delaware. Según el currículum de su expediente profesional, tiene una licenciatura en educación de las matemáticas y jugaba al golf en el equipo de la universidad. La secretaría de la universidad confirma que estudió allí.

– Tenía que vivir en alguna parte -observó Spinnelli-. ¿Adónde le enviaban los cheques?

– Le ingresaban la nómina en la cuenta -informó Reed.

– Nos dejó huellas en la taza de café de su aula -dijo Jack-. Coinciden con las que hemos estado buscando, así que yo no me molestaría en volver a tomar las huellas de los alumnos.

– ¿Cómo consiguió superar la comprobación de antecedentes penales? -preguntó Aidan.

Jack se encogió de hombros.

– He hablado con la compañía que registra las huellas dactilares para el Centro de la Esperanza. Juran que le tomaron las huellas y que las cargaron en el sistema.

– Yo solía trabajar con ex convictos en un programa de rehabilitación -dijo Westphalen-. Los días que había análisis de drogas, pagaban a la gente para que les dieran su orina. Tuvimos que cambiar el sistema. Uno de nosotros tenía que ir al lavabo con esos tipos y comprobar que efectivamente la muestra fuera suya.

Todos hicieron una mueca.

– Gracias por tan gráfica explicación, Miles -dijo Spinnelli, tajante.

Westphalen sonrió.

– Lo que quiero decir es que si White no quería estar en el sistema, hay modos de evitarlo, si la seguridad de la empresa que tomó las huellas era lo bastante laxa.

Spinnelli se sentó.

– ¿Es una compañía seria?

Jack volvió a encogerse de hombros.

– Es una empresa privada. Hace el registro de huellas dactilares de un montón de empresas de la zona. Supongo que es posible que White consiguiera que alguien ocupase su lugar, pero ¿por qué habría de hacerlo? Sus huellas no están en el Sistema Automático de Identificación Dactilar.

Murphy torció la boca mientras hacía conjeturas.

– Tal vez le preocupaba que sí estuvieran.

– Puede que lo detuvieran por algún delito menor -reflexionó Mia-, pero aun así habría aparecido en la comprobación de antecedentes. A menos que… este tipo no tiene tarjetas de crédito y todas las direcciones que ha dado son falsas. Está volando muy bajo para que no lo detecten los radares. ¿Y si Devin White es un impostor?

– La universidad confirmó que había ido allí -dijo Reed. Exhausto, se pasó las manos por la cara-. Graduado con honores.

– Sí, confirmaron que Devin White había ido allí. -Mia ladeó la cabeza-. ¿Podemos conseguir una foto de la universidad? ¿Una foto del anuario o algo?

Aidan se puso en pie.

– Lo comprobaré. Murphy, tú cuéntales lo que hemos averiguado.

– Hemos encontrado a un vecino que recuerda haber visto a un tipo, que concuerda con la descripción de White, con Adler anoche -informó Murphy-. La estaba ayudando a subir la escalera hasta su apartamento.

– Eso concuerda con la historia de White. El camarero dice que ella se bebió tres cervezas. Su coche aún está en el bar. Eso ya lo sabíamos. ¿Qué más? -dijo Mia con impaciencia.

Murphy sacudió la cabeza.

– Tienes el día cascarrabias. Mientras íbamos puerta por puerta, llegó una mujer gritándonos y diciendo que alguien le había robado el coche. Era un Honda de hace diez años.

– El coche de la huida -apostilló Reed.

– Pero esto mejora. -Murphy enarcó las cejas-. Tiene GPS; se lo instaló después de comprarlo.

Mia se sentó.

– ¡No puedo creerlo! Probablemente cogió un coche viejo pensando que no tendría GPS. Así que, ¿dónde lo habéis encontrado? -quiso saber.

– En el aparcamiento de un 7-Eleven, cerca de Chicago con Wessex.

Reed frunció el ceño.

– Esperad. -Sacó la lista de las transacciones bancarias de White de la montaña de papeles que tenía delante-. Eso está a una manzana del lugar donde rellenó algunos de sus cheques para cobrar en metálico.