Ella lo fulminó con la mirada.
– No voy a quedarme en tu casa.
– En mi casa no. -Esbozó una sonrisa inocente-. En la de Lauren. Entra en razón, Mia. Y podremos seguir con los casos de Burnette y Hill después de cenar. Eso aceleraría las cosas.
«Sí, seguro», pensó ella. La idea de que eso aceleraría las cosas volvió a sonrojarle las mejillas. Y Solliday se quedó allí plantado, sonriendo como un jodido niño del coro.
Pero si Spinnelli tenía alguna sospecha sobre los motivos ocultos de Solliday, no dio ninguna muestra de ello.
– Es lo más conveniente, Mia. Y tú nunca tienes tiempo de estudiar esos expedientes durante el día.
Mia resopló.
– Quiero que conste formalmente mi oposición a ese estúpido plan.
Spinnelli asintió.
– Tomo nota formalmente. Pero hazlo.
– ¿Y la hija de Solliday? También la estaré poniendo en peligro. Me seguirán.
– Mia, déjalo ya, ¿vale? -Spinnelli la empujó con cuidado fuera de la puerta-. Acaba las llamadas a los hoteles y luego haz una pausa para cenar. Después de comer algo, podrás volver con los expedientes.
– ¡Qué amable eres!
Spinnelli frunció el bigote y sus ojos se oscurecieron, un claro signo de que se le estaba agotando la paciencia.
– Tenemos que encontrar una conexión entre White, Burnette y Hill o no tendremos más que pruebas circunstanciales. No podemos situarlo en ninguno de los tres escenarios, y tenemos que hacerlo, a menos que encontremos un móvil de peso. Encuéntralo. Deja de preocuparte por tu apartamento y concéntrate en lo que importa. Encuentra a White antes de que vuelva a matar.
Mia sabía cuándo estaba vencida.
– De acuerdo. Tú asegúrate de que trasladan a Kelsey.
– Tienes mi palabra.
– Perfecto. Entonces me quedaré en la parte de la casa de Lauren.
El pecho de Spinnelli se movió en un pequeño suspiro de alivio.
– Gracias. Y gracias a ti también, Reed -dijo Spinnelli-. Te agradezco que le hayas ofrecido la casa.
Mia miró a Solliday con la mandíbula ladeada.
– Sí. Muchas gracias, Solliday.
Algo centelleó en los ojos oscuros de Solliday y ella supo que él sabía que estaba cabreada.
– De nada -le dijo a Spinnelli. Luego murmuró entre dientes-: Creo.
Jueves, 30 de noviembre, 18:15 horas
Casi había terminado de cenar cuando la cara de la pantalla del televisor amenazó con echarlo todo a rodar. Era su cara. Los ojos se le quedaron paralizados de horror ante la pantalla. Sabía que lo estaban buscando. Pero nunca habría creído que pondrían su rostro en televisión.
Mientras luchaba por recuperarse de la impresión, se le empezaron a caldear los ánimos. ¡Esa puta! Aquello era obra de esa Mitchell. Ahora no podría moverse por la ciudad sin que la gente supiera quién era. Hoy era Chicago. Mañana, ¿la CNN? Lo reconocerían a donde quiera que fuese, desde una punta a otra del puto país.
Tenía que salir de aquel restaurante. Ya. Con una naturalidad que nacía solo de un autocontrol superior, se levantó, arrojó el contenido de su bandeja a la basura, salió por la puerta del restaurante y entró en el coche.
Ella tenía que desaparecer. Se dio unos golpecitos en el bolsillo donde aún llevaba la preciosa arma de Caitlin. Mitchell tenía que desaparecer. Si ella desaparecía, la atención se centraría en el pistolero que ya había intentado matarla una vez. Melvin Getts se llamaba. Sería la cara de Getts la que aparecería en las noticias.
Un asesino de policías triunfaba sobre un pirómano cualquier maldito día de la semana.
Capítulo 17
Jueves, 30 de noviembre, 18:45 horas
Reed colgó el teléfono.
– Lo he encontrado.
Tanto Mia como Aidan colgaron enseguida.
– ¿Dónde? -exigió saber Mia.
– En el Willow Inn de Atlantic City. En su ordenador aparece que Devin White se registró el 1 de junio y se marchó el 3 de junio. Pagó en metálico. El tipo de recepción no se acuerda de él.
– No sabemos si fue el auténtico Devin o el chico de las mates. -dijo Mia-. Ahora sabemos dónde se alojó, pero aún no sabemos a qué casino fue. Va tanta gente a los casinos… Es difícil que alguien recuerde a un chaval universitario.
– Pero todos los casinos tienen cámaras -dijo Reed-. Sabemos los días que estuvo allí. Deberíamos ser capaces de encontrarlo en el vídeo. Al menos saber si es Devin White o… -hizo una pequeña mueca- o el chico de las mates. ¿No podemos ponerle otro apodo?
– Por ahora funciona. -Mia frunció el ceño-. Hay una docena de casinos. ¿Por dónde empezamos?
– ¿Conocéis Atlantic City? -preguntó Aidan.
– Yo no he estado nunca -respondió Reed y Mia sacudió la cabeza.
– Tess y yo fuimos a la costa de Jersey en nuestra luna de miel precisamente hace pocas semanas. Uno de los días fuimos en coche a Atlantic City y visitamos algunos casinos, así que aún tengo el recuerdo fresco. -Aidan llevó un plano a sus mesas y los tres lo estudiaron allí de pie-. El Willow Inn está aquí, cerca del Silver Casino. El Harrah's y el Trump Marina están por aquí arriba y todos los demás casinos grandes están más lejos, en la playa.
– Lo más probable es que fuera al Silver Casino al menos una o dos veces, pues le quedaba cerca -conjeturó Mia.
– Y es uno de los casinos más pequeños, así que debería de resultarles fácil localizarlo.
Reed miró la foto de grano gordo.
– La universidad tiene una foto mejor del auténtico Devin. Podríamos pedirle al Departamento de Policía de Atlantic City que buscaran hoy por la noche con esta, o esperar hasta mañana por la mañana.
– Ya hay cuatro mujeres muertas -se lamentó Mia-. No creo que podamos permitirnos el lujo de esperar.
– Estoy de acuerdo -dijo Aidan-. Además, si mañana por la mañana no lo han encontrado, les daremos una foto mejor y les pediremos que vuelvan a buscarlo.
– Enviaré fotos de White y del chico de las mates al Departamento de Policía de Atlantic City -apostilló Mia-. Tal vez alguien fichó al verdadero Devin como persona desaparecida. Gracias por la ayuda, Aidan. Vosotros, chicos, marchaos a casa.
Aidan obedeció enseguida y les dijo adiós con la mano al salir, pero Reed se quedó mirándola.
– Vas a venir a casa conmigo, Mia.
La detective levantó la mirada, con los ojos entornados.
– Eso ha sido jugar sucio, Solliday.
Él inclinó la cabeza, estaba a punto de perder los estribos.
– ¿A qué te refieres? ¿A que quiera mantenerte con vida? -masculló.
Mia regresó a su ordenador, sus labios eran una fina línea.
– Deberías haberme preguntado primero.
Reed retrocedió.
– Sí, probablemente sí. Lo siento.
– Ya, bueno, está bien. Vete a casa, Solliday. Me reuniré contigo más tarde, cuando Beth se haya dormido.
– Podrías venir a cenar.
Mia tenía los ojos fijos en la pantalla del ordenador.
– Le prometí a Abe que cenaría con ellos. Además, necesitas pasar más tiempo con tu hija. Vete a casa. Te veré más tarde.
Reed se inclinó hacia su mesa, más de lo que era prudente, pero, ¡jolín!, aún recordaba su temblor cuando la había abrazado. Mia se creía una supermujer, pero era mucho más jodidamente humana de lo que quería admitir.
– Mia, yo estaba contigo la otra noche, ¿recuerdas? Vi lo a punto que estuviste de perder la cabeza, ¿recuerdas? ¿No te asusta?
Mia levantó la vista y le dirigió una mirada inexpresiva.
– Sí, pero es mi trabajo y mi vida. No voy a salir corriendo cada vez que un tipo malo me pone una pistola delante de la cara. Si lo hiciera, no sería de ninguna utilidad para nadie.
– Muerta tampoco serás de ninguna utilidad para nadie -le replicó Solliday.
– He dicho que te vería más tarde. -La detective cerró los ojos-. Te lo prometo. Ahora vete a casa con tu hija.
Mia esperó hasta que se hubo ido, luego llamó al Departamento de Policía de Atlantic City, les explicó lo que necesitaba y respondió a todas las preguntas que pudo. Dijeron que harían una búsqueda coordinada con la dirección del Silver Casino. Cuando regresó de pasar las fotos por fax, encontró a Roger Burnette de pie ante su mesa.