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No estaba nada satisfecho. Tal vez estaba un poco borracho. Tenía los ojos embargados por el dolor y una ira temeraria que le hizo a Mia aminorar el paso. Instintivamente dejó las fotos sobre la primera mesa por la que pasó, de manera que cuando se acercó tenía las manos vacías. No tenía sentido darle a un padre desolado por la pena la identidad del asesino de su hija. Sobre todo cuando el padre era policía.

– Sargento Burnette. ¿Puedo ayudarle?

– Puede decirme si saben quién asesinó a mi hija.

– Creemos que sí, señor, pero aún no lo hemos identificado ni conocemos su paradero.

Burnette respiró precipitadamente.

– En otras palabras, no saben una puñetera mierda.

– Sargento. -Se acercó con cuidado-. Déjeme que llame a alguien para que lo lleve a casa.

– ¡Maldita sea!, no necesito a nadie para que me lleve a casa. Necesito que me diga que sabe quién asesinó a mi Caitlin.

En un ataque de ira dio un puñetazo a la montaña de carpetas con los expedientes que estaban encima de su mesa. Los papeles volaron al suelo.

– Se sienta aquí y se pasa todo el día leyendo. ¿Por qué no está fuera buscando?

Entonces la cogió por los hombros y la apretó como un torno, y por segunda vez en una hora Mia sintió dolor. Se había equivocado; Burnette estaba muy borracho.

– Usted no es policía -escupió las palabras entre dientes-. Su padre era un policía. Él habría sentido vergüenza de usted.

Mia le apartó las manos.

– Sargento. Siéntese.

Burnette se alzó frente a ella con los puños crispados.

– Mañana entierro a mi hija. ¿Significa eso algo para usted?

Mia se mantuvo firme sin ceder terreno, aunque tuvo que alargar el cuello para mirarlo a los ojos.

– Significa mucho para mí, sargento. Nos estamos acercando, pero aún no lo tenemos. Lo siento.

– Roger. -Spinnelli salió de su despacho y se interpuso entre ellos con una rapidez que Mia no había visto en su vida-. ¿Qué cojones cree que está haciendo?

Burnette retrocedió.

– Poniéndome al día sobre el caso de mi hija. Aunque no es que haya nada de lo que ponerse al día -añadió asqueado.

– La detective Mitchell ha estado trabajando en este caso desde el lunes casi sin interrupción.

– Entonces es que no es demasiado buena en su trabajo, ¿no? -se burló.

– Roger, se está pasando de la raya -vociferó Spinnelli.

Burnette giró sobre sus talones, dando un manotazo en el aire.

– Váyanse al infierno, todos.

Spinnelli observó el rostro de Mia.

– ¿Te ha hecho daño?

– Estoy bien, pero él está borracho -murmuró Mia-. Asegúrate de que no coge el coche para volver a casa.

– Mia, vete a casa. -Hizo una mueca-. A tu casa no. A la de Reed, con esa, como se llame.

– Lauren. -Señaló a Burnette, que se había parado en la salida de Homicidios, con los hombros caídos-. Ve a ayudarlo, Marc. Te veré mañana.

Jueves, 30 de noviembre, 20:05 horas

– La cena ha sido fantástica, Kristen. -Mia le sonreía a la sucia carita de Kara Reagan, mientras Kristen luchaba por quitarle una capa de salsa de espagueti sin lastimar la delicada piel de su hijita-. A ti también te ha gustado, ¿verdad, preciosa?

Kara saltó al regazo de Mia con una mirada pilla en los ojos.

– Helado de nata, ¿por favooooor?

Mia se rio. Quería a aquella niña como si fuera suya. Mia jugueteó con uno de los rizos pelirrojos de Kara.

– Tienes que pedírselo a mamá.

– Mamá ha dicho que no -intervino Abe; tenía mejor color, pero aún estaba muy delgado-, pero papi y Kara esperan que, como tía Mia está aquí, mamá cambie de opinión.

Kristen soltó un suspiro melodramático.

– Dos contra uno. Cada noche se confabulan contra mí. Te he preparado la habitación de invitados, Mia. Te quedarás aquí esta noche.

Kara empezó a dar brincos.

– Quédate -le exigió depositando un húmedo beso en la mejilla de Mia.

Kristen levantó a la niña del regazo de Mia.

– Es la hora del baño, niña, y luego a la cama. Dile buenas noches a tía Mia.

Kara la besó ruidosamente en la otra mejilla, luego Kristen se la llevó, mientras las dos cantaban una cancioncilla tonta para la hora del baño y Kara pronunciaba las palabras con un encantador ceceo.

– Tienes salsa en las mejillas -dijo Abe en tono burlón y Mia se la limpió.

– Valía la pena. -Sonrió con nostalgia mientras Kara se iba, agradecida de que la niña nunca tuviera que preguntarse si sus padres la querían-. No veo cómo Kristen consigue resistirse a ella.

– Es un caramelito. No dejes que la idea te haga perder los papeles. -Abe volvió a sentarse en su silla-. No vas a quedarte aquí esta noche, ¿verdad?

– No, pero no se lo digas a Kristen hasta que me haya ido. Ha amenazado con atarme.

– Por favor, dime que no te vas a casa.

Mia puso los ojos en blanco.

– Solliday tiene un adosado. Voy a usar el otro lado. Tengo mi propia habitación, mi propia cocina y mi propia entrada privada.

Abe movió los labios.

– ¿Y tu propio túnel que conecta con el otro lado para la cita a medianoche?

Mia chasqueó la lengua. Abe se rio y Mia supo que Aidan había largado sobre el abrazo de la oficina.

– Tu hermano es un bocazas. No fue nada.

– Aidan siempre ha sido un bocazas -se desternilló Abe-. Deberías verte la cara. Está más roja que la de Kara llena de salsa de espagueti.

Mia le arrojó una servilleta.

– Y pensar que te he echado de menos.

– Pronto volveré. Otra vez al curry y al sushi y a las delicias vegetarianas.

Entornó los ojos a propósito mirándolo fijamente.

– Solliday me deja elegir.

– ¿Elegir qué? -preguntó Abe con una sonrisa y Mia sintió que aún se sonrojaba más. Abe se inclinó hacia atrás, y puso una cara seria-. Me dirás si él… si tú necesitas ayuda.

– ¿Qué? Si se porta mal conmigo, ¿le darás una paliza?

– O algo parecido.

Lo decía en serio y a Mia le llegó al alma.

– Aparte de ser algo mandón, es un caballero, pero me saca de quicio intentando siempre ser más listo que nadie.

– Parece que lo ha logrado. -Abe se encogió de hombros cuando Mia hizo una mueca-. Ahora mismo no estás en tu apartamento. Me parece que eso es una ventaja. Tal vez pueda conseguir que te mudes.

Mia lo miró fijamente.

– ¿Tú también? Abe, es mi casa. Tú no venderías esta casa. Si me mudara cada vez que vuelvo loco a un tipo malo, sería una nómada en una jodida tienda.

– Esto es más que un tipo malo. ¿Qué está haciendo Spinnelli para frenar a Carmichael?

– ¿Qué puede hacer él? Ella no dijo que era mi dirección. Dijo que se hicieron unos disparos y que yo era el blanco. Deja que el lector lo deduzca. No quebranta ninguna ley.

– Mia, ¿cómo sabía Carmichael dónde encontrar a Getts y a DuPree?

– Dijo que se lo había contado una de sus fuentes.

– ¿Y si ella es la fuente?

– ¿Quieres decir que ella podría haber estado allí la noche en que te dispararon? -Abe asintió y ella pensó en la posibilidad-. Pudo haberlos seguido entonces, pero eso significaría que ella sabía dónde estaban todo el tiempo y no dijo nada.

– Eso significaría que esperó hasta el día en que tú volviste para compartir la información.

Mia oía cómo se resquebrajaba su paciencia.

– ¡Maldita sea! Quería la historia en la que yo los apresaba y yo le di la mitad de lo que quería cuando detuve a DuPree.

– Y eso fue una noticia de primera plana cuando lo hiciste. No confíes en ella, Mia.

– Mierda. -Se puso de pie con las piernas temblorosas-. Ha sido un día de mierda lo mires por donde lo mires.

– Quédate un poco más. Pareces cansada.