Mia parpadeó con esfuerzo.
– Estoy cansada, pero tengo que repasar los expedientes de Burnette. No tenemos… -Vaciló, luego se encogió de hombros y usó las propias palabras de Burnette-. No tenemos una puñetera mierda en cuanto a pruebas materiales se refiere. Hemos de encontrar algo que lo relacione.
– Pero si no sabes su verdadero nombre, entonces ¿qué estás buscando? -preguntó Abe.
La detective se frotó la frente dolorida.
– Intentas enredarme con juegos de lógica -gruñó Mia-. Dormiré un poco y luego seguiré con los expedientes.
Se encaminó hacia la puerta principal. Abe la siguió, moviéndose despacio pero con firmeza.
– Pásame algunos. Puedo ayudarte.
Mia se encogió de hombros ya con el abrigo puesto, haciendo un gesto de dolor en dirección a su hombro. Tendría suerte si Burnette no le había dejado un moretón.
– Estás inválido, colega.
– Puedo sentarme y leer. Me voy a volver loco aquí todo el día. -Ladeó la cabeza-. ¿Por favooor?
Mia se echó a reír.
– Ahora sé a quién ha salido Kara. Si Spinnelli lo aprueba, considérate contratado. Lo llamaré mañana. Dale las gracias a Kristen por la cena y dale un beso a Kara de mi parte.
Mientras se alejaba de su casa, Mia lo vio de pie en la ventana, mirando, tal como Dana la había mirado alejarse la noche anterior. Una vez más, sintió un desagradable sentimiento de celos mezclado con resentimiento, pero no sentía resentimiento ni hacia Abe ni hacia Dana, en realidad no. Era la intimidad que tenían con sus familias. Podía admitirlo para sí. Era el llegar al hogar y encontrar una casa ruidosa, con gente que te amaba por encima de todo. Era el no tener que avanzar sola.
E incluso a pesar de que el lugar había cambiado, estaría sola aquella noche. Se quedaría en casa de Lauren, mientras la familia de Reed se reunía en el otro lado. Pensó en su propia familia; Kelsey en la cárcel, su madre… después del funeral no habían hablado. Annabelle le había ordenado que no volviera, lo cual no era difícil de obedecer. Pensó en la rubia misteriosa, se pregunto quién era y si tenía familia. Si se llevaba bien con su madre.
Aún tenía que comprobar aquellos números de matrícula. Cuando todo se calmase, los comprobaría. «Cuando todo se calme. Cuando todo se aposente». Eran las palabras que usaba para aplazar las cosas. Para aplazar la compra de nuevos muebles, para pintar su dormitorio, para evitar mudarse a casa de Guy cuando se lo pidió, para casarse con él… Cuando todo se aposente…
«¿Y cuándo será eso, Mia? ¿Cuántos años tendrás cuando eso suceda?».
Sintiéndose indispuesta, ahuyentó esos pensamientos de su mente. Tenía cosas más importantes de las que preocuparse. Iría a su apartamento a prepararse una bolsa, así que debía tener la mente clara y aguzar los sentidos por si acaso algún indeseable armado rondaba por los alrededores. Ya pensaría en toda aquella angustia más tarde. Se echó a reír en voz alta, y el sonido llegó crispado y amargo hasta sus oídos. «Cuando todo se aposente».
Jueves, 30 de noviembre, 20:15 horas
– La cena ha sido muy buena, Lauren -dijo Reed ayudando a quitar los platos de la mesa.
Lauren lo miró con suspicacia.
– Me sorprende oír eso. Parecía como si estuvieras castigando a la comida todo el tiempo.
Más como si se estuviera castigando a sí mismo. Había llevado mal todo ese asunto con Mia.
– Lo siento. Tengo la cabeza llena de cosas.
– Supongo que sí. -Lauren le dio un apretón en el brazo y llevó los platos al fregadero.
– ¡So! -Reed freno a Beth, que se marchaba de la cocina sin decir palabra-. ¿A dónde crees que vas?
Beth lo miró.
– A mi cuarto -dijo, como si él fuera un enfermo mental.
Beth había guardado silencio durante toda la cena, con una mueca petulante en el rostro. Una vez más, había pedido ir a dormir a casa de una amiga el fin de semana. Y una vez más, él le había dicho que no. Aquello se estaba convirtiendo en una costumbre.
– Vuelve aquí y ayuda a tu tía. No sé qué te pasa, Beth.
Con expresión de enfado la chica empezó a dejar caer la cubertería sobre los platos con gran estruendo.
– ¡Beth!
Beth levantó la mirada y a Reed le impresionó descubrir lágrimas en sus ojos.
– ¿Qué? -dijo entre dientes.
– Beth, cielo, ¿qué pasa?
Beth limpió con violencia las migas de la mesa.
– Nada que tú puedas entender.
Tiró las migas al cubo de basura y salió corriendo de la estancia, dejando a Reed desconcertado y boquiabierto.
– ¿Qué ha sido eso? -preguntó.
Lauren cogió la escoba y barrió alrededor del cubo de basura, donde habían caído la mayoría de las migas.
– Algo la ha tenido preocupada toda la semana. Quizá sea un chico.
Reed cerró los ojos y se estremeció.
– Tiene catorce años, Lauren. No me digas eso.
– Tiene catorce años, Reed. Vete haciendo a la idea.
– Iré a hablar con ella.
– Dale tiempo para recomponerse. -Lauren se inclinó sobre la escoba y le dirigió una mirada calibradora-. Tú tampoco has estado muy tranquilo estos últimos días. ¿Necesitas hablar?
Reed la miró. De todos sus hermanos, él y Lauren eran los más próximos. Quería a todos los demás, pero entre él y Lauren siempre había habido un vínculo más fuerte.
– No lo sé.
Lauren sonrió.
– Cuando lo decidas, ya sabes dónde vivo.
– ¡Ah!, oye. -Se frotó la nuca con torpeza-. He ofrecido tu casa para una buena causa.
Lauren asintió, entornando los ojos.
– Has ofrecido mi casa, ¿por qué?
– Mitchell necesita un lugar donde quedarse unos días. Le he ofrecido el otro lado de la casa. He pensado que no te importaría quedarte en la habitación de invitados; tienes muchas cosas tuyas allí.
Lauren lo pensó en silencio durante un momento.
– ¿Por qué no puede compartirla conmigo?
Reed abrió la boca y la volvió a cerrar. Había pensado en eso después de haberle hecho la oferta a Mia, luego había descartado la idea. Quería a Mia sola, la quería desnuda, quería oírla gritar cuando se corriera, sin preocuparse de que su hermana los estuviera oyendo ni dejara a su hija sola. Lauren cayó en la cuenta y sus ojos expresaron comprensión mientras las mejillas de Reed se arrebolaban.
– Por fin has seguido mi consejo.
– No, no es eso.
– Pero…
– Lauren, no es asunto tuyo, pero ahora que lo sabes, es solo provisional. Como el hecho de que ahora seamos compañeros.
Los ojos de Lauren se ensombrecieron.
– ¿Sabes lo que estás haciendo, Reed?
Reed parpadeó.
– ¿Perdón?
– No me refiero desde el punto de vista técnico. Supongo que eso lo tienes muy bien controlado.
– Lauren… -le advirtió Reed, pero ella no le hizo caso.
– Me refiero a esta… cosa con Mia. Recuerda que por muy en secreto que lo lleves no significa que sea menos importante, y aunque te digas a ti mismo que es algo provisional no significa que lo sea. Y a pesar de que parece una mujer dura, seguro que tiene sentimientos.
Él ya lo sabía.
– No quiero hacerle daño.
– Con quererlo no basta. -Tiró las migas a la basura-. Prepararé la habitación. -Su expresión se tornó de dolor y pasó el dedo por la abertura de la camisa de su hermano, tocando la cadena que llevaba debajo de ella-. Te dejaste esto anoche.
– ¿Estuviste en mi habitación?
– Buscaba una aspirina. Estaba en la mesilla de noche a plena vista. Ten cuidado, Reed. Ninguna mujer quiere vivir con la sombra de otra, ni siquiera de manera provisional.
No sabía qué decir y el timbre del teléfono móvil lo salvó de tener que abrir la boca. No reconoció el número.
– Solliday.
Lauren sacudió la cabeza y, mirando hacia atrás, se fue a preparar la habitación de Mia.
– Soy Abe Reagan. El compañero de Mia.
Reed levantó la guardia.
– Me alegro de conocerte. Solo por curiosidad, ¿cómo has conseguido mi número de móvil?
– Me lo dio Aidan y a él se lo dio Jack. Mia acaba de salir de aquí. Ha dicho que se iba a quedar en tu casa, pero sé que antes va a pasar por su apartamento. Si pudiera iría a cubrirla.