– Soy una idiota. -Le había abierto su corazón a un hombre que había sido lo bastante sincero para decirle que solo la quería para tener buen sexo.
Esa mañana, en la sala de estar de Burnette, Reed Solliday había visto y comprendido demasiado. Y la había compadecido. Eso la humillaba, la quemaba por dentro. Quería estar con él en igualdad de condiciones. Sexo. Sin compromisos. La compasión lo jodía todo.
Contempló la cocina de Lauren. Ella no pertenecía a ese lugar. El hecho de que Reed la hubiera engatusado para que se instalara allí era una prueba de que nunca habían estado en igualdad de condiciones. Debería recoger sus cosas y marcharse. Miró al gato. Tal vez Dana aceptara quedárselo.
Se lo debía, con toda esa charla de hamburguesas y teniéndolo todo.
Se levantó. Dana tendría que aceptar al maldito gato. Al día siguiente encontraría otro sitio para quedarse y le devolvería a Lauren su casa. En cuanto a Solliday… Francamente, no había necesidad de tirar las frutas frescas con las pochas. Todavía quería sexo alucinante. Por tanto, lo primero que tenía que hacer era colocarse de nuevo en igualdad de condiciones. Se acabaron las intimidades. Se acabó la compasión.
Viernes, 1 de diciembre, 8:10 horas
– Por lo menos ya tenemos la conexión -dijo Spinnelli con gravedad.
– En principio tendremos la lista de nombres antes del mediodía -informó Mia desde la otra punta de la mesa, lugar que había escogido deliberadamente-. Servicios Sociales está examinando todos los expedientes desde el período en que los Dougherty mayores fueron padres de acogida.
– Anteriormente solo repasamos los expedientes de Penny Hill de los últimos dos años -añadió Reed, tratando de pasar por alto el hecho de que ella no lo había mirado una sola vez-. No existía ninguna lista. Una vez que tengamos nombres, podremos empezar a compararlos con su foto.
Spinnelli se acercó a la pizarra blanca.
– Bien, ya tenemos algunos anzuelos echados. Quiero saber quién demonios es realmente ese tipo y dónde vive. -Estaba haciendo anotaciones en la pizarra mientras hablaba-. Quiero relacionarlo con los dos primeros incendios con algo más que el acceso a los huevos de plástico y quiero saber por qué demonios está haciendo todo esto. Murphy, tú y Aidan averiguad dónde vive. Seguid mostrando la foto del profesor por la zona donde encontramos el coche que utilizó para huir de casa de Brooke Adler. Encontrad a alguien que lo conozca que no sea del Centro de la Esperanza. Jack, ¿hemos encontrado alguna prueba material que lo relacione con la casa de los Dougherty o de Penny Hill?
– En las casas no hemos dejado nada por remover -respondió Jack.
– No hemos encontrado el coche de Penny Hill -señaló Reed-. Puede que el tipo se dejara algo allí.
– El jefe de Penny nos facilitó una lista de los regalos que le hicieron en su fiesta de jubilación. -Mia se frotó cansinamente la nuca-. Si alguien ha encontrado el coche, puede que los haya empeñado.
– Enviaré a alguien a preguntar en las casas de empeño -dijo Spinnelli-. Mia, ¿ha dicho algo el Departamento de Policía de Atlantic City?
– Todavía no. Les telefonearé para ver si han encontrado a uno de nuestros hombres en sus cintas. -Escudriñó la pizarra-. Nos hemos dejado algo. Necesitamos saber por qué está haciendo esto, pero también por qué ahora. Miles dijo que hubo un detonante.
– ¿Qué sugieres? -preguntó Spinnelli.
– No sé, pero sigo teniendo un presentimiento extraño con respecto a ese centro de menores. Después de enseñar durante seis meses, nuestro hombre se pone a quemar y a asesinar como un loco.
– Ya hablaste con los profesores sobre Brooke -dijo Spinnelli-. Pregúntales ahora sobre White.
Mia asintió.
– Vale.
– A mí me gustaría saber cómo supo dónde encontrar anoche a los Dougherty -dijo Reed-. Se registraron en el Beacon Inn el martes y Judith Blennard ha dicho que fueron a su casa el miércoles por la tarde. Nuestro hombre los localizó la noche del jueves. No pudo pasarse el día esperando a que salieran porque estaba dando clase en el Centro de la Esperanza.
– Puede que se lo dijeran en el hotel -observó Mia-. Deberíamos pasarnos por allí camino del Centro de la Esperanza.
– Aidan, encárgate del Departamento de Policía de Atlantic City. Mia y Reed cubrirán el hotel y el centro de menores.
Aidan lo anotó en su pequeña libreta.
– De acuerdo.
– ¿Algo más? -preguntó Spinnelli.
– El entierro de Caitlin Burnette es a las diez -dijo Mia-. ¿Crees que irá? ¿Deberíamos ir nosotros?
– Déjamelo a mí -dijo Spinnelli-. A Jack le toca videovigilancia y yo estaré entre los asistentes o los oficios fúnebres. La verdad es que no creo que asista. Caitlin fue un accidente. De todos modos, echaré un vistazo. Podéis retiraros. Llamadme si tenéis novedades. Tengo una conferencia de prensa a las dos y me gustaría parecer razonablemente competente. Mia, quédate un momento.
Reed esperó fuera, pero podía oír lo que decían.
– Kelsey ha sido trasladada esta mañana a las siete. Está a salvo.
Reed pudo oír el suspiro de alivio de Mia.
– Gracias.
– De nada. Por cierto, intenta dormir unas horas. Tienes un aspecto horrible.
Mia soltó una risa sardónica.
– Gracias.
Reed echó a andar a su lado cuando Mia cruzó la puerta.
– Yo creo que tienes un aspecto estupendo -susurró.
Pensó que Mia reiría, pero en lugar de eso le clavó una mirada casi sombría que le provocó una punzada de pánico. Era la primera vez que lo miraba desde que habían salido de casa de Burnette.
– Gracias -dijo la detective con voz queda.
Reed no habló hasta que estuvieron sentados en el todoterreno.
– ¿Qué te pasa?
– Que estoy cansada, solo eso. Mañana tengo que hacerme un hueco para buscar apartamento.
Reed sintió que se quedaba sin aire.
– ¿Qué?
Ella sonrió, pero era una sonrisa fría.
– Nunca he tenido intención de molestar a Lauren más de una o dos noches. Reed, lo de quedarme en tu casa era algo temporal. Los dos lo sabíamos.
Temporal. Estaba empezando a detestar esa palabra. Pero ella tenía razón. No había previsto sacar a Lauren de su parte del dúplex para siempre. «Entonces, ¿hasta cuándo habías previsto que se quedara Mia? ¿Hasta que hubieras saciado tu hambre? ¿Hasta que te hubieras cansado de ella?».
Sí. No. «Mierda».
– ¿Y nosotros?
Ella conservó la serenidad mientras el corazón de él iba a cien, algo que lo sacaba de quicio.
– Seguiremos hasta que ya no queramos seguir. Es hora de trabajar. Al Beacon Inn, por favor.
Con la mandíbula apretada, Reed se sumergió en el tráfico y al llegar al primer semáforo el móvil de Mia sonó.
– Soy Mitchell… De acuerdo, pásamelo. Señor Secrest, ¿qué puedo hacer por usted? -Se incorporó de golpe-. ¿Cuándo?… ¿Ha tocado algo?… Bien, vamos para allá.
Reed se colocó en el carril izquierdo para hacer un cambio de sentido rumbo al Centro de la Esperanza.
– ¿Qué?
– Jeff DeMartino está muerto.
Viernes, 1 de diciembre, 8:55 horas
– No ha respondido cuando esta mañana ha sonado la alarma del despertador, así que el vigilante ha avisado a la enfermera -dijo Secrest-. La enfermera me ha llamado a mí y yo la he llamado a usted.
El muchacho yacía boca arriba, blanco y con los ojos inertes fijos en el techo. La CSU ya estaba haciendo fotos.
– ¿Cuándo fue visto con vida por última vez? -preguntó Mia.
– Los vigilantes de esta unidad se asoman a las habitaciones cada media hora durante la noche. Jeff estaba en su cama. -Secrest parecía frustrado-. La última vez que alguien recuerda haberlo visto caminando, hablando y respirando fue anoche a las nueve y media, la hora a la que a su grupo le toca ducharse.
– Disculpen. -Sam Barrington entró en la habitación, llenándola un poco más.
– Esta vez han venido los peces gordos -susurró Mia, y Reed la silenció.