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– Nadie ha tocado el cuerpo, Sam -dijo Reed.

– ¿Dónde está la enfermera? Quiero el historial médico para ayer.

Secrest se lo tendió.

– La enfermera lo ha sacado justo después de llamarme.

– ¿Dónde está? -insistió Sam mientras se ponía los guantes-. La quiero aquí ya.

Frunciendo el entrecejo, Secrest le entregó la carpeta a Mia.

– Está en la enfermería. Voy a buscarla.

Sam se agachó para examinar al muchacho.

– Spinnelli me ha pedido que viniera. La víctima lleva muerta por lo menos diez horas. No hay heridas ni traumatismos evidentes… salvo…

Reed se colocó a la izquierda de Sam; Mia, a la derecha.

– ¿Salvo qué? -preguntó Mia.

– Esto. -Sam levantó la mano del muchacho-. Tiene un corte en el pulgar, y es reciente.

– ¿Reciente de antes de muerto o reciente de después de muerto?

– De antes. De justo antes. -Sam miró al muchacho-. Déjame ver el historial. -Mia se lo pasó y Sam lo leyó por encima-. Gozaba de buena salud. Ni problemas cardíacos ni asma.

– Solo un pequeño corte -musitó Mia-. ¿Dónde está la sangre?

– Hay una mancha en la manta -dijo el técnico de la CSU-. Justo en el borde.

– A media altura de la cama -señaló Mia-, como si hubiera estado sentado y se lo hubiera limpiado. ¿Ves un cuchillo por algún lado?

El técnico meneó la cabeza.

– Tal vez lo tenga debajo.

– ¿Has terminado con las fotos? -le preguntó Sam-. En ese caso, vamos a darle la vuelta. Con suavidad. -Sam y Reed levantaron el cadáver y Mia resopló.

– Ahí está -dijo-. Una navaja abierta. -Descansaba plana sobre la cama.

– No la toque -espetó Sam cuando Mia deslizó su mano enguantada bajo el cadáver-. Si es lo que creo, aconsejo que no la toque.

Mia enarcó las cejas.

– ¿Veneno?

– Ajá. -Sam se agachó e iluminó con una linterna la espalda desnuda del muchacho-. Por el amoratamiento y el tipo de herida, yo diría que estaba tumbado sobre la empuñadura de la navaja antes de morir.

– Cayó sobre ella -dijo pensativamente Mia-. ¿De dónde pudo sacar Jeff una navaja?

– ¿Del mismo lugar que Manny sacó las cerillas? -propuso Reed.

– Puede que, después de todo, Manny estuviera diciendo la verdad. ¿Habéis analizado esas cerillas?

Reed negó con la cabeza.

– No, pero ahora sí quiero hacerlo.

Sam miró a Reed y luego a Mia.

– Creéis que les pusieron una trampa.

– Sí. -Reed asintió y se volvió hacia Secrest, que estaba observando la escena desde la puerta-. ¿Todavía tiene las cerillas que encontró en el cuarto de Manny?

Secrest asintió.

– En mi despacho. Iré a buscarlas.

Mia levantó una mano.

– Un momento, señor Secrest. ¿Quiénes eran los chicos del grupo de Jeff? ¿Los que compartían el turno de ducha?

– Jeff, Manny, Regis, Hunt y Thaddeus Lewin. Los chicos llaman a Thad «mariquita». -Incómodo, Secrest contrajo el rostro-. Thad fue trasladado a la enfermería la noche de Acción de Gracias.

– ¿Por qué? -preguntó Mia.

– Se quejaba de que le dolía la barriga -explicó la enfermera-, pero en realidad le habían agredido.

Secrest se apartó para que la enfermera pudiera pasar. Contempló a Jeff con una extraña mezcla de desdén y satisfacción que sorprendió a Reed.

– ¿Agredido de qué manera? -preguntó, y la mujer levantó la vista y lo miró.

– Fue sodomizado. Tenía un desgarro rectal, aunque él lo negó.

– Y usted cree que fue Jeff -dijo Reed con calma.

La enfermera asintió.

– Pero Thad se negó a hablar. Todos los chicos tenían miedo de Jeff.

– Por eso se alegra de que haya muerto -dijo Mia, y la enfermera endureció la mirada.

– No me alegro de que haya muerto. -Se encogió de hombros-. Pero era un chico cruel y agresivo. A todos nos horrorizaba lo que pudiera hacer cuando saliera libre dentro de un mes. Ahora ya no tenemos de qué preocuparnos. -Se volvió bruscamente hacia Secrest-. Thad tuvo una visita la noche de Acción de Gracias. Devin White. Thad le telefoneó.

– Tu detonante -murmuró Reed.

– Sí -murmuró Mia a su vez. Se aclaró la garganta-. Me gustaría llevarme a Thad y a Regis Hunt para tener una charla. Avisen a sus abogados y díganles que se reúnan con nosotros. -Miró a su alrededor-. ¿Dónde está Bixby? Me extraña no verlo aquí.

Secrest parecía nuevamente incómodo.

– Todavía no ha llegado.

Mia puso los ojos en blanco.

– Genial. Le enviaré una unidad a casa y una orden de búsqueda para el coche.

Viernes, 1 de diciembre, 10:10 horas

El director del Beacon Inn era un hombre irritable.

– Perdone -dijo Mia.

– Lo siento, señora, pero tendrá que esperar su turno -replicó sin levantar la vista.

El cliente frente al mostrador sonrió con suficiencia.

– La cola termina allí -dijo el hombre.

– ¿Quieres que le enseñe modales? -murmuró Reed detrás de ella, y Mia soltó una risita, tratando de no hacer caso del escalofrío que le subía como una bala por la espalda. Por eso no se liaba con otros polis y por eso iba contra el reglamento. Aunque se tratara de algo temporal. Era demasiado difícil concentrarse. Se había mantenido fría y serena cuando él le había preguntado por «nosotros», pero a costa de un esfuerzo demoledor. Centró toda su atención en el director del hotel, que había cometido el desafortunado error de dejarla de lado.

– No, déjamelo a mí. -Golpeó su placa contra el mostrador-. Tómese un respiro, amigo.

Cuando el director levantó la vista, su mirada era asesina.

– ¿Qué ocurre ahora?

Mia frunció el entrecejo.

– ¿Cómo que qué ocurre ahora? Usted espere ahí -le dijo al cliente, que había dejado a un lado su petulancia-. Soy la detective Mitchell de Homicidios, y este es mi compañero, el teniente Solliday, de la OFI. ¿Qué quiere decir con «qué ocurre ahora»?

– ¿De Homicidios? Lo que me temía. -El director levantó la vista con resignación-. Lo siento. Tengo a la mitad del personal con gripe y mi ayudante no se ha presentado hoy a trabajar. Soy Chester Preble. ¿En qué puedo ayudarles?

– En primer lugar, cuénteme qué ha sucedido aquí -dijo Mia, suavizando el tono.

– Unos agentes uniformados han llegado esta mañana para comprobar la denuncia de la desaparición de una persona. Niki Markov. Se registró aquí el miércoles y su marido telefoneó el jueves. Dijo que su esposa no le contestaba al móvil. Le comenté que a lo mejor había salido. -Se encogió nerviosamente de hombros-. Hay gente que viene aquí para descansar del cónyuge, ya me entiende. Procuramos ser discretos.

– Pero el marido ha denunciado su desaparición -dijo Mia con otro escalofrío en la espalda-. Y la mujer no ha vuelto.

– No debía dejar la habitación hasta hoy. Todavía tiene la ropa en el armario.

– ¿En qué habitación está? -preguntó Mia.

– En la ciento veintinueve. Los acompañaré si me dan un minuto para atender a los clientes que han de tomar un avión.

– Señor -dijo secamente Mia-, estamos investigando un homicidio. Sus clientes tendrán que esperar.

– Entonces… ¿han encontrado su cuerpo? -preguntó el hombre, palideciendo ligeramente.

– No. Estamos investigando otro homicidio. Un matrimonio que dejó el hotel el miércoles fue asesinado anoche. Joe y Donna Dougherty. ¿Le importaría mirar qué habitación ocupaban?

El director pulsó algunas teclas y el poco color que le quedaba en la cara desapareció por completo.

– La ciento veintinueve.

– Ostras -murmuró Solliday.

Mia se toqueteó el pelo. Empezaba a dolerle la cabeza.

– Sí.

Viernes, 1 de diciembre, 10:50 horas

– ¿Habéis llamado? -preguntó Jack, entrando en la habitación 129 con su equipo de la CSU, todos con el mono puesto.

– Han denunciado la desaparición de Niki Markov. Esta es la habitación que Joe y Donna Dougherty ocuparon hasta el miércoles -respondió Mia.