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La subdirectora del Beacon Inn había sido violada y atada de pies y manos. Tenía las piernas rotas. Un tajo en la garganta.

– Espero que sea eso lo que nuestro hombre estaba contando, Mia, porque eso significaría que ha terminado. Aunque lo dudo mucho.

– Lleva aquí desde el miércoles por la mañana. ¿Cómo es posible que nadie la haya echado de menos? -La voz de Mia tembló de emoción. Se aclaró la garganta-. ¿Que nadie comprobara si estaba bien?

Reed quiso pasarle un brazo por los hombros, pero no podía.

– Deja que te lleve a casa.

Mia enderezó la espalda.

– Estoy bien. Regresaré a la comisaría con la CSU. Vete tú a casa, Reed. Tienes una hija que está deseando ver tu bonita cara.

Reed frunció el entrecejo.

– No lo creo. Ayer tuvimos una discusión bastante fuerte.

– ¿Sobre qué?

– Sobre una fiesta este fin de semana en casa de Jenny Q. No me gustó su actitud, así que le dije que no podía ir.

– Amor de padre. Anda, vete a casa y pasa un rato con tu hija. Te llamaré si surge algo. -Reed titubeó y Mia le propinó un pequeño empujón-. Hablo en serio. Vete. Me hará sentirme mejor saber que tú y Beth estáis intentando arreglar las cosas. Necesita a su padre.

Mia echó a andar hacia la puerta y él supo que lo estaba despidiendo. Todavía no quería irse.

– ¿Y Olivia y tú? -preguntó con voz queda.

– Hemos estado intercambiando mensajes de voz. Creo que trataremos de vernos esta noche. Te llamaré de todos modos. Lo prometo. -Mia se inclinó ligeramente, tambaleándose sobre los dos pies, y él no deseó otra cosa que abrazarla y consolarla. Y que ella lo consolara a él.

Bajó la voz.

– He encontrado mi llave del otro lado. -Los ojos de ella brillaron por el recuerdo. Satisfecho de haberla tentado lo suficiente para mantener su promesa, añadió en su tono de voz normal-: Muy bien. Hasta mañana entonces.

Viernes, 1 de diciembre, 18:20 horas

Aidan ya se había ido cuando Mia regresó, pero Murphy seguía allí, tecleando su informe con dos dedos.

– Reed tenía razón -dijo-, hay tres tiendas de animales en la zona. Dos de ellas tienen consulta veterinaria, ya sea dentro o cerca. Petsville ha sido mi última parada, y adivina qué faltaba en su armario de existencias.

– La d-turbonosequé. El veneno de la selva amazónica -dijo Mia, y Murphy sonrió.

– Bingo. Después de amenazarlos con una citación, me han facilitado una lista de empleados y ahora mismo acabo de trazar el mapa de sus direcciones. Esta gente vive en un radio de dos kilómetros del lugar donde encontramos el coche que nuestro hombre abandonó tras matar a Brooke y Roxanne. Habría podido llegar andando a cualquiera de ellas.

– Catorce hogares. Creo que podré hacerme cinco o seis esta tarde.

Murphy se levantó.

– Podremos.

– Murphy…

– Mia… No puedes ir sola. ¿Y si te topas con él?

Mia pensó en los cadáveres que había visto aquella semana.

– Tienes razón. Si voy sola, podría matarlo yo misma. Debería llamar a Solliday, pero esta tarde está con su hija.

– Y tú y yo no tenemos ataduras.

Mia arrugó la frente. No tenía ataduras. Ni compromisos.

– Murphy, ¿te gustaría tenerlas?

Murphy dejó de subirse la cremallera del abrigo y le lanzó una sonrisa.

– El tema está empezando a afectarte, ¿verdad? Todos tus amigos viven en pareja.

Abe, Dana, Jack y Aidan. Ya solo quedaban ella y Murphy.

– Sí. ¿Y a ti?

Murphy asintió con la cabeza.

– Sí, pero yo ya he estado casado. -Le pasó un brazo fraternal por los hombros-. Ya conoces el dicho. No hay burro que tropiece dos veces…

– Con la misma piedra.

– Vamos.

Viernes, 1 de diciembre, 18:55 horas

Los golpes en la puerta rompieron el silencio. Su madre levantó la vista. Tenía el miedo reflejado en los ojos.

– No es él, mamá. Él tiene llave. -Que ella le había dado. Por qué, no lograba entenderlo. Pero una vez que se la dio, ya no hubo nada que hacer.

Ella se levantó, se alisó el pelo y abrió la puerta.

– ¿Qué desean?

– Lamentamos molestarla, señora. Soy la detective Mitchell y este es el detective Murphy. Estamos buscando por el barrio a este hombre.

Asomó la cabeza por la esquina. Solo veía piernas. Un par de zapatos y un par de botas. Más pequeñas. Pero podía oírlos. La señora parecía… simpática.

– ¿Es el hombre que salió en la tele? -preguntó su madre con voz débil y asustada.

– Sí, señora -dijo la detective-. ¿Lo ha visto?

– No, lo siento, no lo hemos visto.

– Si lo ven, ¿podría llamar a este número? Y no le abra la puerta. Es muy peligroso.

«Sé que es peligroso. Lo sé. Por favor, mamá, por favor, díselo».

Pero la mujer asintió con la cabeza y aceptó el folleto que le tendía el policía.

– Si lo veo, llamaré -dijo. Cerró la puerta y durante un minuto se quedó inmóvil, con excepción del puño que estrujaba el papel. Luego caminó hasta el sofá, se hizo un ovillo y lloró.

Él fue a su cuarto, cerró la puerta y lloró también.

Mia apoyó la espalda en el coche, sin apartar la mirada de la casa pequeña y bien cuidada. Murphy se recostó a su lado.

– Sabe algo -dijo.

– Es cierto. Y está aterrorizada. Tiene un hijo.

– Lo sé. Le he visto asomar la cabeza por la esquina.

– Yo también. -Mia respiró hondo-. Él podría estar ahí dentro ahora mismo.

– Me ha parecido que la mesa estaba puesta solo para dos. Si está ahí, se está escondiendo. Ella trabaja en una tienda de animales, por lo que, técnicamente, no debería tener acceso a la consulta veterinaria. Supongo que una cara aterrorizada no basta para conseguir una orden de registro.

– Comprobemos las casas de esta calle. Puede que alguien lo haya visto, lo cual bastaría para conseguir la orden. -Mia se enderezó cuando algo atrajo su atención-. Murphy, mira esa ventana de arriba. -Unos dedos pequeños estaban descorriendo las cortinas.

– El niño nos está observando.

Mia agitó una mano y sonrió con dulzura. Los pequeños dedos desaparecieron al instante y las cortinas regresaron a su lugar. La sonrisa de Mia se apagó.

– Quiero hablar con ese niño.

– Para eso necesitamos entrar en la casa. Vayamos a llamar a las otras puertas.

Viernes, 1 de diciembre, 19:30 horas

– ¿Y? -preguntó Murphy-. Yo no he conseguido nada.

– Nadie lo ha visto. A ella ni siquiera la conocen. Una persona recordaba haber visto al niño ir al colegio en bicicleta. ¿Sabes? Cuando yo era niña, todo el mundo conocía a todo el mundo. Nos daba miedo hacer travesuras por si alguien se lo contaba a nuestros padres. -Mia removió las llaves del coche en su bolsillo-. ¿Y ahora qué?

– Ahora te vas a casa a dormir. Yo me quedaré vigilando. Te llamaré si surge algo.

– No debería aceptar, pero estoy muy cansada para discutir.

– Lo cual es todo un acontecimiento -repuso suavemente Murphy-. Mia, ¿estás bien?

Eran viejos amigos.

– La verdad es que no. -Para su bochorno, los ojos se le llenaron de lágrimas. Parpadeó para ahuyentarlas-. Debo de estar más cansada de lo que creía.

Murphy le acarició el brazo.

– Si me necesitas, ya sabes dónde encontrarme.

Mia sonrió.

– Sí, aquí, congelándote el trasero toda la noche. Gracias, Murphy. -Era un buen amigo. Esa noche quería algo más que un amigo. Esa noche quería… más. «Compromisos -se mofó la voz en su cabeza-. Vamos, reconócelo».

Vale. Quería compromisos. Pero bien sabía Dios que no siempre conseguía lo que quería.

Viernes, 1 de diciembre, 20:15 horas

Mia reconoció el coche que esperaba en el bordillo y le entraron ganas de gruñir. Maldita sea, esa noche no tenía ganas de una charla íntima con su hermanita. Oliva la recibió en la acera, frente al pareado de Solliday, con una pizza en la mano.