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Fabel notó que uno de los otros coches que estaban aparca-líos era el Porsche de Susanne; al parecer, él y ella trabajaban más o menos durante las mismas horas, lo que, con un poco de suerte, podría significar que se las arreglarían para verse más a menudo.

Un agente de seguridad un tanto mayor, a quien Fabel reconoció como un ex Obermeister de la división uniformada, los hizo pasar al Institut. Cuando Fabel y Anna llegaron a la recepción principal, encontraron a un agente uniformado de la policía de Hamburgo aguardando junto a Klatt y Herr y Frau Ehlers. Fabel los saludó y le preguntó a Klatt si llevaban mucho tiempo esperando, a lo que éste respondió que habían llegado tan sólo diez minutos antes. Un empleado del Instituí hizo pasar al pequeño grupo a la sala de identificación. La camilla del depósito donde yacía el cuerpo estaba cubierta con una tela azul oscuro y una sábana blanca le tapaba el rostro. Fabel dejó que fuera Klatt quien acercara a los Ehlers al cuerpo. Anna dio un paso adelante, puso un brazo sobre el hombro de Frau Ehlers y le dijo algo para tranquilizarla antes de indicarle con un gesto al empleado que corriera la sábana. Frau Ehlers soltó un grito ahogado y agudo y se tambaleó un poco entre el brazo y el cuerpo de Anna. Fabel vio que Herr Ehlers se tensaba, como si una pequeña corriente eléctrica le hubiera contracturado todos los músculos al mismo tiempo.

Fue el más breve de los silencios. No duró siquiera un secundo. Pero en esa quietud minúscula y cristalina Fabel supo que la chica de la camilla no era Paula Ehlers. Y cuando Frau Ehlers rompió el silencio con un grito grave, largo y lleno de dolor, no fue un grito de duelo o de pérdida, sino de desesperación renovada.

Más tarde, todos se sentaron en la recepción y tomaron café de una máquina expendedora. La mirada de Frau Ehlers no estaba enfocada en nadie ni en nada de ese momento y lugar, sino que parecía fija en un momento muy lejano de otro tiempo, formando un contraste total con la expresión feroz, confundida y furiosa de su marido.

– ¿Por qué, Herr Fabel? -Los ojos de Ehlers buscaron los del policía-. ¿Por qué alguien nos haría esto? Era tan parecida a Paula… Idéntica a ella. ¿Por qué alguien querría ser tan cruel?

– ¿Está seguro de que no es su hija?

– Ha pasado mucho tiempo. Y, como he dicho, ella se parece mucho a Paula, pero…

– Esa chica no es mi hija. -Frau Ehlers interrumpió abruptamente la respuesta de su marido. Sus ojos seguían vidriosos y soñadores, pero en su voz había un filo de determinación inflexible. Era más que una opinión: era una certeza incontrovertible, incuestionable. A Fabel le pareció que el acero de la fuerza de voluntad de aquella mujer lo penetraba y le dejaba algo grabado en su interior. Sintió una furia y un odio que crecían en él como una amarga bilis. Había alguien que no sólo había tomado una vida joven sino que había revuelto un cuchillo clavado brutalmente desde hacía mucho tiempo en el corazón de otra familia. Y eso era tan sólo el principio; todo hacía suponer que el asesino de la chica de la playa había, efectivamente, secuestrado y asesinado a Paula Ehlers tres años antes. ¿Por qué otra razón aquel hombre, o aquella mujer, habría implicado a la familia Ehlers en ese juego enfermizo? Un cadáver, dos casos de homicidio. Se volvió hacia el dolor renovado, en carne viva, de los padres de Paula Ehlers, una familia que estaba experimentando nuevamente la tortura de la íncertidumbre y de las esperanzas infundadas e irrazonables.

– Es evidente que nos enfrentamos a una personalidad muy perturbada y maligna. -La voz de Fabel era un pálido reflejo de la frustración y furia de los Ehlers-. Quienquiera que matara a esta chica deseaba que nosotros estuviésemos sentados aquí como lo estamos ahora, furiosos y doloridos y preguntándonos el porqué. Éste es un escenario del crimen tanto como la playa donde dejó el cuerpo de la chica.

Herr Ehlers se limitó a mirar a Fabel sin comprender, como si acabara de hablarle en japonés. Su esposa clavó en el policía una mirada que parecía un reflector.

– Quiero que lo atrapen. -Pasó el rayo de su mirada de I abe] a Klatt para luego apuntarlo otra vez sobre Fabel, como si estuviera distribuyendo el peso de sus palabras en los dos hombres equitativamente-. Lo que en verdad querría es que lo encontrasen y lo matasen. Sé que no puedo pedirles algo así… pero sí puedo exigirles que lo atrapen y lo castiguen. Es lo menos que puedo esperar de ustedes.

– Le prometo que haré todo lo que pueda para encontrar a este monstruo -dijo Fabel, y hablaba en serio.

Fabel y Anna acompañaron a Klatt y a los Ehlers hasta el aparcamiento. Los padres de Paula se subieron a la parte trasera del Audi de Klatt. Éste se volvió a Fabel; la tristeza que había notado en su expresión había regresado, pero era más profunda, afilada por la ira.

– Esta chica muerta es su caso, Herr Kriminalhauptkommissar. Pero está claro que hay alguna clase de correlato entre su muerte y la desaparición de Paula Ehlers. Le agradecería que me mantuviera al tanto de todos los acontecimientos que pudieran tener alguna relación con el caso Ehlers. -Había un tono casi desafiante en la voz de Klatt; estaba implicado personalmente en este asunto y no pensaba permitir que Fabel lo olvidara. Éste lo miró, un hombre más joven, un oficial de menor rango y perteneciente a otra fuerza, no muy alto y algo excedido de peso. Sin embargo, había una callada determinación y una aguda inteligencia en ese rostro poco imponente y olvidable. Allí, en el aparcamiento del Institut für Rechtsmedizin, Fabel tomó una decisión.

– Kommissar Klatt, también es posible que el homicida de esta chica simplemente escogiera la identidad de Paula Ehlers porque conocía el caso. Tal vez leyera algo en la época en que ocurrió. Hay una gran probabilidad de que la única conexión entre los casos sea que nos encontramos ante un psicópata que lee los periódicos.

Klatt pareció sopesar las palabras de Fabel.

– Lo dudo. ¿ Qué me dice del asombroso parecido entre las dos chicas? Como mínimo debe de haber hecho un estudio muy detallado del caso Ehlers. Pero estoy bastante convencido de que quien fuera el que escogió a esta chica como víctima y la marcó con la identidad de Paula debe de haber visto a Paula en vida. Yo no tengo su experiencia ni sus conocimientos específicos sobre las investigaciones de homicidio, Herr Hauptkommissar, pero sí conozco el caso Ehlers. Llevo tres años conviviendo con él. Sólo sé que la conexión va más allá de la elección de la identidad de una chica muerta.

– ¿De modo que espera que le demos todos los detalles de nuestra investigación? -preguntó Fabel.

– No… sólo aquello que le parezca relacionado con el caso Ehlers -respondió Klatt sin perder su actitud calmada y amable.

Fabel se permitió una pequeña sonrisa. Klatt no se dejaba alterar fácilmente, ni tampoco se sentía intimidado por la jerarquía de otro agente.

– En realidad, Kommissar Klatt, creo que tiene razón. Mi instinto me dice que usted y yo estamos buscando a la misma persona. Por eso, me gustaría que considerara una transferencia temporal a mi equipo durante el transcurso de esta investigación.

El rostro amplio de Klatt delató su sorpresa durante un momento; luego se abrió en una sonrisa.

– No sé qué decir, Herr Fabel. Me refiero a que estaría encantado de aceptar… pero no estoy seguro de cómo funcionaría…