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– Me gustaría meterte otra vez la mano en el bolsillo -dijo Posada-. Y dejarla ahí. No sabes qué esfuerzo me cuesta no abusar del poder que me da ser policía en estas situaciones. Nunca imaginé hasta qué punto mi trabajo consistiría en poner las esposas a tíos macizos semidesnudos. Y tengo que admitir que no siempre he sido bueno.

– Posada -dijo Ig-, en algún momento deberías hacer saber a Sturtz lo que sientes por él.

Al decirlo sintió un dolor pulsátil en los cuernos.

– Ah, ¿sí? -preguntó Posada. Parecía sorprendido, pero también curioso-. A veces lo he pensado, pero luego… estoy seguro de que me partiría la cara.

– De eso nada. Estoy convencido de que está deseando que lo hagas. ¿Por qué crees que se deja siempre el primer botón de la camisa sin abrochar?

– Sí, ya me había dado cuenta de que siempre lo lleva abierto.

– Deberías bajarle la cremallera y hacerle una mamada. Sorprenderle. Ponerle a cien. Probablemente está esperando a que des tú el primer paso. Pero no hagas nada hasta que yo me haya ido, ¿vale? Para algo así se necesita intimidad.

Posada se colocó las manos delante de la boca y exhaló, comprobando el olor de su aliento.

– Mierda -dijo-, hoy no me he lavado los dientes. -Después chascó los dedos-. Pero hay chicles en la guantera.

Se dio la vuelta y caminó deprisa hacia el coche de policía murmurando para sí.

La puerta del capó se cerró de un golpe y Sturtz regresó junto a Ig.

– Ojalá tuviera un motivo para arrestarte. Ojalá me hubieras puesto la mano encima. Podría mentir y decir que me has tocado. Que te me has insinuado. Siempre me has parecido medio maricón, con esos andares afeminados y esa mirada que parece que estás a punto de echarte a llorar. No me puedo creer que Merrin te dejara meterte en sus pantalones. Quien fuera que la violó seguramente le echó el primer buen polvo de toda su vida.

Ig se sentía como si se hubiera tragado una brasa de carbón encendida y se le hubiera quedado atascada, detrás del pecho.

– ¿Qué harías si un tío te tocara? -preguntó.

– Le metería la porra por el culo. A ver si le gustaba. -Se detuvo a pensar un momento y añadió-: A no ser que estuviera borracho. Entonces seguramente dejaría que me la mamara.

Hizo una nueva pausa antes de preguntar, con un tono de voz un tanto esperanzado:

– ¿Es que piensas tocarme para que así pueda meterte…?

– No -contestó Ig-. Pero creo que tienes razón en lo que dices de los gays, Sturtz. Hay que poner límites. Si dejas que un maricón te toque, pensará que tú también eres maricón.

– Ya sé que tengo razón, no necesito que me lo digas. Así que fin de la conversación. Te puedes largar. No quiero verte merodeando debajo de ningún puente nunca más. ¿Entendido?

– Sí.

– De hecho, sí quiero verte merodeando por aquí. Con drogas en la guantera. ¿Lo pillas?

– Sí.

– Vale, que quede claro. Ahora largo.

Sturtz dejó caer las llaves del coche de Ig en el suelo. Ig esperó a que se alejara antes de agacharse a recogerlas y se sentó al volante del Gremlin. Echó un último vistazo al coche de policía por el espejo retrovisor. Sturtz estaba sentado en el asiento del copiloto sujetando unos papeles con las dos manos y fruncía el ceño tratando de decidir qué escribir. Posada estaba girado en su asiento, con el rostro vuelto hacia su compañero y una expresión mezcla de deseo y glotonería. Se pasó la lengua por los labios y después agachó la cabeza, desapareciendo detrás del salpicadero y de su campo de visión.

Capítulo 6

Había conducido hasta el río para idear un plan, pero a pesar de todas las vueltas que le había dado al asunto seguía tan confuso como una hora antes. Pensó en sus padres e incluso llegó a conducir un par de manzanas en dirección a la casa de éstos, pero al cabo de poco tiempo pegó un volantazo y dio la vuelta por una carretera secundaria. Necesitaba ayuda, pero no creía que ellos fueran capaces de dársela. Le ponía nervioso pensar en lo que le ofrecerían en su lugar…, qué deseos secretos querrían compartir con él. ¿Y si su madre tenía el vicio de follarse a niños pequeños? ¡O su padre!

Y de todas formas, todo había cambiado desde la muerte de Merrin. Les dolía ver lo que le había ocurrido desde el asesinato. No querían saber cómo vivía, jamás habían puesto un pie en la casa de Glenna. Ésta le había preguntado por qué no comían juntos alguna vez y había insinuado que quizá él se avergonzaba de estar con ella, lo cual era cierto. También les dolían las sospechas que habían recaído sobre ellos, porque en la ciudad todo el mundo creía que Ig había violado y asesinado a Merrin Williams y había escapado de la ley porque sus padres, ricos y bien relacionados, habían movido unos cuantos hilos, pedido unos cuantos favores y ejercido presiones para entorpecer la investigación.

Su padre había sido famoso durante un tiempo. Había tocado con Sinatra y Dean Martin, había grabado discos con ellos. También había hecho sus propias grabaciones, para Blue Tone, a finales de los sesenta y principios de los setenta, cuatro discos, y había entrado en la lista de los Top Cien con un tema instrumental de lo más chill y cool titulado Fishin' with Pogo. Se casó con una bailarina de Las Vegas, intervino en varios shows de televisión y en un puñado de películas y terminó por instalarse en New Hampshire, para que la madre de Ig pudiera estar cerca de su familia. Más tarde se había convertido en un profesor famoso en la escuela de música Berklee y en ocasiones tocaba con la Boston Pops, orquesta filial de la Filarmónica de Boston.

A Ig siempre le había gustado escuchar a su padre, mirarle mientras tocaba. Aunque decir que su padre tocaba casi parecía una equivocación; a menudo daba la impresión de que la trompeta le tocaba a él. La manera en que se le inflaban los carrillos y después se hundían, como si el instrumento lo fuera a engullir; la forma en que las llaves doradas parecían aferrarse a sus dedos como pequeños imanes pegados a un metal, haciéndolos saltar y bailar con espasmos sorprendentes e inesperados. La forma en que cerraba los ojos, inclinaba la cabeza y sus caderas se contoneaban atrás y adelante, como si el instrumento fuera un taladro penetrando más y más en el corazón de su ser, sacando la música de algún lugar de la boca del estómago.

El hermano mayor de Ig había abrazado la tradición musical familiar con ímpetu vengador. Terence salía cada la noche en la televisión protagonizando su propio show nocturno, mezcla de musical y comedia, Hothouse, que había salido de la nada y pronto se había impuesto a los otros protagonistas de la televisión nocturna. Terry tocaba la trompeta en situaciones que aparentemente desafiaban a la muerte, había hecho Anillo de fuego en un círculo de fuego con Alan Jackson, había participado en High & Dry con Norah Jones, sumergidos los dos en un tanque que se iba llenando de agua. La música no había sonado demasiado bien, pero el espectáculo había sido un éxito. En esa época Terry estaba ganando dinero a porrillo.

Además tenía su propia manera de tocar, distinta de la de su padre. El pecho se le hinchaba tanto que daba la impresión de que en cualquier momento se le iba a saltar un botón de la camisa. Los ojos le sobresalían de las órbitas como si estuviera permanentemente sobresaltado. Se movía hacia atrás y hacia delante desde la cintura como un metrónomo. La cara le resplandecía de alegría y en ocasiones su trompeta parecía soltar carcajadas. Había heredado el don más valioso de su padre: cuanto más practicaba algo, más natural le salía y más auténtico y vívido sonaba.