Se acercó un poco.
– ¿Qué haces aquí?
– Destrozaste nuestro apartamento -dijo Glenna-. ¿Por qué?
Ig no respondió, no sabía qué decir.
Glenna bajó la vista y se mordió el labio.
– Supongo que alguien te contó lo mío con Lee la otra noche.
Por supuesto no recordaba que ella misma se lo había contado el día anterior. Se obligó a mirarle de nuevo.
– Ig, lo siento mucho. Puedes odiarme si quieres. Es algo con lo que ya contaba, pero quiero asegurarme de que estás bien. -Respirando suavemente y en voz baja añadió-: Por favor, déjame ayudarte.
Ig tuvo un escalofrío. Aquello era casi más de lo que podía soportar, escuchar otra voz humana ofreciéndole su ayuda, una voz llena de afecto y preocupación. Sólo hacía dos días que se había convertido en un demonio, pero el tiempo en el que supo lo que significaba ser amado por alguien parecía existir en una suerte de pasado borroso que hacía mucho que había dejado atrás. Le asombraba estar hablando con Glenna con toda normalidad, era como un milagro corriente, tan sencillo y agradable como beberse una limonada bien fresca en un día de calor. Glenna no sentía el impulso de desvelarle sus impulsos secretos o vergonzosos; sus secretos más oscuros eran sólo eso, secretos. Ig se llevó de nuevo la mano a la cruz de Merrin, su pequeño círculo particular y preciado de humanidad.
– ¿Cómo sabías que me encontrarías aquí?
– Estaba en el trabajo viendo las noticias locales y dijeron lo del coche quemado que había aparecido en la orilla del río. Las cámaras estaban demasiado lejos y no podía ver si era el Gremlin, y la señora de la tele decía que la policía no había confirmado aún la marca ni el modelo. Pero tuve un presentimiento, uno malo. Así que llamé a Wyatt Farmes, ¿te acuerdas de Wyatt? Le ayudó a mi primo Gary a pegarse una barba postiza cuando éramos niños, para ver si así le vendían cerveza.
– Me acuerdo. ¿Por qué le llamaste?
– Vi que su grúa era la que había sacado el coche del río. Es a lo que se dedica ahora, tiene un taller mecánico, y supuse que podría decirme qué coche era. Me dijo que estaba tan chamuscado que aún no lo sabían, porque no tenía nada salvo el armazón y las puertas, pero que suponía que se trataba de un Hornet o de un Gremlin, y que seguramente sería un Gremlin porque es un coche que está más de moda últimamente. Y pensé: Madre mía, alguien ha quemado el coche de Ig. Y después me pregunté si contigo dentro. Pensé que tal vez lo habías hecho tú mismo. Sabía que si decidías hacer algo así sería aquí. Para estar cerca de ella. -Le dirigió otra mirada tímida y asustada-. Entiendo que destrozaras nuestro apartamento…
– Tu apartamento. Nunca fue de los dos.
– Yo intenté que lo fuera.
– Ya lo sé. Sé que hiciste lo que pudiste. Pero yo no.
– ¿Por qué quemaste el coche? ¿Por qué estás aquí, vestido con… eso?
Tenía los puños cerrados y apretados contra el pecho. Intentó sonreír.
– Cariño, tienes pinta de haber pasado por un infierno.
– Podría decirse que ha sido así.
– Anda, vamos, sube al coche, Ig. Vamos al apartamento, te quitas esa falda, te das una ducha y volverás a ser persona.
– ¿Y volveremos a donde estábamos antes?
– Exactamente.
Ése era el problema. Con la cruz alrededor del cuello Ig podía volver a ser el mismo de antes, podía recuperar todo lo que tenía, si lo quería, pero no merecía la pena. Si vas a vivir en un infierno entonces ser uno de los diablos puede suponer una ventaja. Se llevó las manos a la nuca, se soltó la cadena de la cruz de Merrin y la colgó de una rama. Después apartó los arbustos y salió a la luz, para que Glenna le viera tal y como era ahora.
Por un instante tembló, después dio un paso atrás, tambaleándose, clavando un tacón en la tierra blanda, que cedió a su peso. Estuvo a punto de torcerse un tobillo antes de recuperar el equilibrio. Abrió la boca para proferir un grito, un verdadero grito de película de terror, un aullido profundo y torturado. Pero de su garganta no salió nada y, casi inmediatamente, su cara redonda había recuperado su expresión normal.
– Odiabas cómo estábamos antes -dijo el diablo.
– Lo odiaba -asintió Glenna, recuperando la expresión de dolor.
– Todo.
– No. Había un par de cosas que me gustaban. Me gustaba cuando hacíamos el amor. Cerrabas los ojos y yo sabía que estabas pensando en ella, pero no me importaba porque podía conseguir que te sintieras bien y eso me bastaba. Y también me gustaba cuando preparábamos el desayuno juntos los sábados por la mañana, un desayuno como Dios manda, con beicon, huevos y zumo, y después veíamos cualquier tontería en la tele y parecías feliz de pasarte todo el día sentado conmigo. Pero odiaba saber que nunca te importaría de verdad. Odiaba saber que no teníamos un futuro juntos y odiaba oírte hablar sobre lo divertida y lo lista que era Merrin. No podía competir con eso, nunca habría podido.
– ¿De verdad quieres que vuelva al apartamento?
– Yo soy la que no quiere volver. Odio ese apartamento. Odio vivir allí, quiero marcharme. Me gustaría empezar de cero en alguna otra parte.
– ¿Y adonde irías? ¿Dónde serías feliz?
– Iría a casa de Lee -dijo. La cara le brillaba y sonreía con una mezcla de dulzura y asombro, como una niña que ve Disneylandia por primera vez-. Iría vestida con una gabardina y no llevaría nada debajo; le daría una agradable sorpresa. Lee está deseando que vaya a verle. Esta tarde me ha mandado un mensaje diciendo que si tú no aparecías deberíamos…
– ¡No! -exclamó Ig con voz ronca y echando humo por la nariz.
Glenna se sobresaltó y se alejó de él.
Ig tomó aire y sorbió el humo que había expulsado. Cogió a Glenna del brazo, la encaminó en dirección del coche y echó a andar. La doncella y el demonio caminaron a la luz del horno del crepúsculo mientras el diablo la aleccionaba:
– No te relaciones con Lee. A ver, ¿qué ha hecho él por ti en toda su vida salvo regalarte una cazadora robada y tratarte como a una puta? Tienes que mandarle a tomar por culo. Te mereces algo mejor. Tienes que dar menos y pedir más, Glenna.
– Me gusta hacer cosas por la gente -dijo Glenna con una vocecilla valiente, como si le diera vergüenza.
– Tú también eres gente, así que ¿por qué no haces algo por ti? -Mientras hablaba, concentraba su voluntad en los cuernos y experimentaba calambres de placer en los nervios que los atravesaban-. Además, piensa en cómo has sido tratada. He destrozado tu apartamento, llevas días sin verme y luego vienes aquí y me encuentras haciendo el maricón vestido con una falda. Tirarte a Lee Tourneau no te servirá para vengarte de mí, necesitas hacer algo más. Te voy a dar una idea. Vete a casa, saca la cartilla del banco, vacía la cuenta y pégate unas buenas vacaciones. ¿Nunca has tenido ganas de dedicarte algo de tiempo a ti misma?
– Sería una pasada, ¿no? -dijo Glenna, pero al instante se le borró la sonrisa y añadió-: Me metería en problemas. Una vez pasé treinta días en la cárcel, y no quiero volver.
– Nadie te va a molestar. No después de haber venido hasta la fundición y haberme pillado aquí con mi faldita de encaje haciendo el maricón. Mis padres no te van a enviar a un abogado; no quieren que cosas como ésta se sepan. Además, toma mi tarjeta de crédito. Me apuesto a que mis padres seguirán unos cuantos meses pagando las facturas. La mejor manera de vengarse de alguien es mirarles por el espejo retrovisor mientras te alejas. Te mereces algo mejor, Glenna.
Estaban junto al coche de ésta. Ig abrió la puerta y la sostuvo para que entrara. Glenna le miró la falda y después a la cara. Sonreía. Y a la vez lloraba, gruesas lágrimas de rímel negro.
– ¿Es lo que te va, Ig? ¿Las faldas? ¿Por eso nunca nos lo pasábamos especialmente bien en la cama? De haberlo sabido habría intentado…, no sé, me habría esforzado más.