– No inmediatamente. La verdad es que me dio un poco de miedo…, era como tener doble personalidad. Una parte de mí necesitaba salirse de la interestatal y volver a Gideon. La otra volvía a imaginar que tenía ensayos. Al final, cuando casi había llegado al aeropuerto de Logan… ¿Sabes esa colina con la cruz gigantesca, la que está justo después de pasar el circuito de carreras de Suffolk Downs?
A Ig se le pusieron los brazos de piel de gallina.
– ¿Como de seis metros de alto? Ya sé cuál es. Antes pensaba que se llamaba Don Orsillo, pero no.
– Don Orione. Es el nombre de la residencia de ancianos que se ocupa de su mantenimiento. Me paré allí. Hay una carretera que lleva hasta la cruz, atravesando el barrio de viviendas protegidas. No llegué hasta la cruz, sólo paré el coche para poder pensar y aparqué a la sombra.
– ¿A la sombra de la cruz?
Su hermano asintió distraído.
– La radio seguía puesta, la emisora de la universidad, ya sabes cuál es. Allí, tan al sur, no llega bien la señal, pero no había cambiado de emisora. Entonces entró el chico que da las noticias y dijo que el puente de Old Fair Road en Gideon estaba ya abierto, después de haber permanecido cerrado unas cuantas horas mientras la policía sacaba un coche que se había incendiado del banco de arena. Oír aquello del coche me dio como mal rollo, así tal cual. Porque llevábamos dos días sin saber nada de ti y porque el banco de arena está al lado de la fundición. Y más o menos ésta es la época del año en que murió Merrin. Me pareció que todo estaba relacionado. Y de repente no entendí por qué tenía tanta prisa por salir de Gideon. No sabía por qué era tan importante para mí marcharme. Así que volví y cuando estaba entrando en el pueblo se me ocurrió que debería acercarme a la fundición, por si se te ocurría venir hasta aquí para estar cerca de Merrin…, y por si te había pasado algo. Sentí que nada era más importante que asegurarme de que estabas bien. Y aquí estoy. Y tú no estás bien.
Miró a Ig de nuevo y cuando volvió a hablar lo hizo con voz vacilante y temerosa:
– ¿Cómo tenías pensado… matar a Lee?
– Una muerte rápida, que es más de lo que se merece.
– ¿Y sabes lo que yo hice y a mí me perdonas la vida? ¿Por qué no matarme a mí también?
– No eres el único en cagarla cuando está asustado.
– ¿Qué quieres decir con eso?
Ig pensó un momento antes de contestar.
– Odiaba cómo te miraba Merrin cuando tocabas la trompeta. Siempre me daba miedo que se enamorara de ti, en lugar de mí, y no podía soportarlo. ¿Te acuerdas de los diagramas de flujo que dibujabas burlándote de la hermana Bennett? Escribí una nota chivándome. La que te hizo sacar un cero en Ética y consiguió que te expulsaran del recital de final de curso.
Terry le miró confundido, como si Ig le hubiera hablado en un lenguaje incomprensible. Después se echó a reír, una risa tensa y débil pero una risa al fin y al cabo.
– Joder. Todavía me duele el culo de la paliza que me dio el padre Mould.
Pero era incapaz de mantener la sonrisa, y cuando ésta se le hubo borrado de la cara, añadió:
– Pero eso no se puede comparar con lo que yo te hice. Ni de lejos.
– Ya lo sé -dijo Ig-. Sólo lo menciono a modo ilustrativo. Es una regla general, cuando la gente está asustada toma malas decisiones.
Terry trató de sonreír pero más bien parecía a punto de llorar. Dijo:
– Tenemos que irnos.
– No -dijo Ig-. Te vas sólo tú. Ahora mismo.
Mientras hablaba bajó la ventanilla del pasajero. Hizo una bola con la cruz y la cadena, y la tiró a la hierba, se deshizo de ella. Acto seguido concentró su fuerza y su voluntad en los cuernos invocando a todas las serpientes del bosque, instándolas a que se reunieran con él en la fundición.
Terry emitió un sonido desde la garganta, un silbido de asombro.
– ¡Aaaaah! ¡Cuernos! Tienes…, tienes cuernos. En la cabeza. Pero…, Dios, Ig, ¿qué eres?
Ig se volvió. Los ojos de Terry eran como platos llenos de terror, un terror inmenso, casi reverencial.
– No lo sé -dijo Ig-. Hombre o demonio, no estoy seguro. La locura es que aún no está decidido. Lo que sí sé es que Merrin quería que fuera una persona y las personas son capaces de perdonar. Los demonios, en cambio…, no tanto. Así que si te perdono es por ella tanto como por mí. Porque Merrin también te quería.
– Tengo que irme -dijo Terry con voz débil y atemorizada.
– Desde luego. No te conviene estar aquí cuando llegue Lee. Si las cosas salen mal podrías resultar herido, y en todo caso piensa en el perjuicio a tu reputación. Esto no tiene nada que ver contigo, nunca lo tuvo. De hecho, enseguida olvidarás esta conversación. Nunca has estado aquí y esta noche no me has visto. Está todo olvidado.
– Olvidado -repitió Terry estremeciéndose y a continuación parpadeando varias veces, como si le hubieran tirado un jarro de agua fría a la cara-. Dios, necesito largarme de aquí. Si quiero volver a trabajar tengo que salir de este puto sitio.
– Así es. Esta conversación se ha terminado y tú también has terminado aquí. Vete. Vete a casa y diles a papá y a mamá que has perdido el vuelo. Quédate con la gente que te quiere y mañana echa un vistazo al periódico. Todo el mundo dice que ya nunca dan buenas noticias, pero creo que mañana te sentirás mejor después de haber visto la primera página.
Ig quería darle un beso en la mejilla a su hermano, pero tuvo miedo, le preocupaba descubrir algún feo secreto que le hiciera replantearse sus deseos de dejarle ir.
– Adiós, Terry.
Salió del coche y permaneció quieto mientras se alejaba. El Mercedes avanzó lentamente, surcando la hierba crecida. Después trazó lentamente una curva amplia y desapareció detrás de un gran montón de basura, ladrillos, tablones y latas. Fue entonces cuando Ig se dio la vuelta sin esperar a verlo salir por el otro lado; tenía cosas que hacer. Caminó deprisa junto a la pared exterior de la fundición lanzando miradas hacia la línea de árboles que separaba el edificio de la carretera. En cualquier momento esperaba ver faros de coche acercándose entre los abetos, los faros del coche de Lee.
Subió hasta la habitación que estaba detrás del horno. Daba la impresión de que alguien hubiera entrado en ella con un par de cubos llenos de serpientes, las hubiera soltado y después hubiera salido corriendo. Aparecían desde todos los rincones, caían desde lo alto de pilas de ladrillos. La serpiente que había permanecido en la carretilla se desenroscó y cayó al suelo con un ruido seco. Habría unas cien. Suficiente.
Se agachó y levantó la serpiente de cascabel, agarrándola por la parte central del cuerpo; ya no le daba miedo que le mordiera. El animal le miró con los ojos entrecerrados y expresión de afecto. Sacó su lengua negra y le susurró sin aliento frías palabras de cariño al oído. Ig la besó suavemente en la cabeza y la llevó hasta el horno. Mientras la transportaba se dio cuenta de que no podía leer en ella ningún pecado o culpa, de que no tenía recuerdos de haber hecho alguna vez algo malo. Era inocente, como todas las serpientes. Reptar por la hierba, morder a alguien y causarle parálisis, ya fuera con veneno o con la fuerza de sus mandíbulas, tragarse y sentir el bulto peludo, sabroso y escurridizo de un ratón en la garganta, deslizarse por un agujero oscuro y enroscarse sobre un lecho de hojas. Éstos eran placeres puros, de los que el mundo debería estar hecho.
Se inclinó sobre la chimenea y depositó al animal sobre la manta apestosa que cubría el colchón. Después encendió las velas, creando una atmósfera íntima y romántica. La serpiente se enroscó confortablemente.
– Ya sabes lo que tienes que hacer si me cogen -le dijo Ig-. A la siguiente persona que abra la puerta tienes que morderla y morderla. ¿Lo entiendes?