Ronnie entró en el vestuario de mujeres para quitarse el uniforme, con más incertidumbre que nunca sobre su compañero. Había algo raro aparte de la bebida. Pero ¿qué tenía que ver con ello Hollywood Nate Weiss, que estaba allí sentado como una esfinge? Si conociese un poco mejor a Bix lo cogería y le soltaría unas cuantas preguntas para las que exigiría respuesta inmediata. Pero por el momento no creía tener derecho a inmiscuirse.
Bix y Nate salieron y se quedaron en el escalón frente a Hollywood Sur. El tráfico era fluido en la avenida Fountain para una tarde tan suave de verano. En momentos así los antiguos residentes de la vecindad podían oler las flores del jardín y los árboles cítricos que se habían puesto de moda. Pero ahora, en la ciudad más ahogada de tráfico de América del Norte, solamente existía un olor de motor exhausto.
– Bien, ¿de qué va esto? -dijo Bix, sentándose en el escalón.
Nate también se sentó y dijo:
– Como te dije por teléfono, los surfistas han localizado a cierto tipo con antecedentes que tenía esa dirección en su coche. Era una dirección incorrecta, pero el número más cercano corresponde a una mujer llamada Margot Aziz.
Bix Rumstead miró a Nate con gesto inexpresivo.
– ¿Qué tiene eso que ver conmigo?
– Flotsam y Jetsam se preguntaban si este tipo habría sido contratado por el propietario de la casa. Su nombre es Leonard Stilwell. Un hombre blanco, de unos cuarenta años, peso y altura medios, pelo rojo y pecas. Conduce un viejo Honda negro tuneado. Si no trabaja para el propietario de la casa tal vez tenga la casa como objetivo para un asalto. Eso es lo que piensan nuestros surfistas metidos a detectives.
– Te lo pregunto de nuevo, ¿qué tiene eso que ver conmigo? -dijo Bix.
Nate había dado a Bix suficiente cebo pero no parecía dispuesto a picar. Así que Nate decidió contar una media verdad.
– Fueron a Mount Olympus un poco después y vieron uno de nuestros coches.
Bix se dio cuenta de que con «nuestros coches» se refería a vehículos policiales y preguntó:
– ¿Qué noche fue eso?
– No lo sé -dijo Nate con otra media verdad-. Pero averiguaron quién conducía el coche esa noche.
Bix Rumstead parecía estar ponderando la situación, y al fin dijo:
– Bueno, si fue hace dos noches era yo.
Y eso fue todo lo que dijo. Luego miró a Nate como si fuera su turno de hablar.
– No te estoy preguntando sobre tus asuntos, Bix. Pero creen que este Stilwell sólo puede traer malas noticias y se preguntaban si…
– Conozco a la mujer que vive ahí -le interrumpió Bix-. Nos conocimos en una colecta de fondos benéficos y me llama de vez en cuando para contarme sus problemas.
En el futuro, cuando recordara aquella conversación, Nate se arrepentiría siempre de no haber sido lo bastante valiente y honesto para decir la verdad, para comparar lo que ambos sabían sobre Margot Aziz. Pero todo lo que dijo fue:
– Supongo que su problema no estaba relacionado con alguien que encaja con la descripción de Stilwell.
– No -dijo Bix, menos tenso y bastante más accesible-. En realidad, está preocupada por su marido, Alí Aziz. ¿Conoces la Sala Leopardo?
– ¿Un garito de topless en Sunset?
– Ese mismo.
– Sí, sé dónde está.
– Alí Aziz es el propietario. Están en mitad de una batalla por el divorcio y la custodia de su hijo y ella tiene miedo de que él quiera hacerle daño.
– ¿Es como los gánsteres rusos que montan un club nocturno?
– No -dijo Bix-. Es simplemente un sórdido comerciante de Oriente Medio que ha encontrado su sueño americano en los clubes de desnudo.
Ahora era Nate quien se sentía menos tenso. Todo encajaba con lo que Margot Aziz le había dicho. Por supuesto, la cuestión que atormentaba a Nate era si Bix tenía algo más que una relación profesional con Margot. De nuevo intentó reunir el nervio suficiente para interrogar a Bix y para revelarle que ella le había ofrecido entrar en su casa y que había pasado toda una noche intentando emborracharlo. Pero todo lo que logró decir fue:
– Entonces, ¿crees que alguien debería preguntarle a ella si conoce a Stilwell?
– No veo por qué deberíamos añadir nada más a sus preocupaciones. Ya está lo bastante paranoica con su marido. Después de todo, dijiste que era un número de casa distinto.
– Sí, pero el número no existe y la dirección de los Aziz es la única próxima.
– Si te preocupa tanto, creo que podría llamarla mañana y preguntarle si conoce al tipo. Quizá tenga que darle un presupuesto para la limpieza de las ventanas o algo así. Dijo que quería largarse de esa casa.
– No es asunto mío. Quienes están preocupaos son esos alcornoques de surfistas.
– Puedo llamarla -dijo Bix-. Quizá mañana.
Nate intentó parecer espontáneo cuando preguntó:
– ¿Es mayor?
– ¿Por qué preguntas eso? -dijo Bix.
– Bueno, si es mayor no me gustaría asustarla.
– ¿Una anciana metida en una batalla por la custodia de un hijo?
– Ah, es cierto, se me olvidó -dijo Nate-. No puede ser tan vieja.
– La llamaré mañana para asegurarnos del todo.
Hollywood Nate estaba convencido de que Bix Rumstead era algo más que una relación profesional para Margot Aziz. Porque cualquier persona del planeta Tierra, al preguntarle si Margot era una mujer mayor, habría dicho que lejos de ser una mujer mayor, era un cañón de la colina que podía interrumpir el tráfico de mediodía en Rodeo Drive o dondequiera que fuese, sin importar toda la competencia que hubiese por allá. Pero Bix no había dicho eso.
– Bueno, tengo que cambiarme y encontrarme con Ronnie para comer un poco de carne asada -dijo Bix-. ¿Quieres venir?
– No, creo que iré al gimnasio a darle unos toques al saco -dijo Nate-. Tengo la revisión física en un par de semanas.
– Te veo mañana -dijo Bix.
Y, de pronto, Nate Weiss no se sentía tan mal por haberle ocultado parte de la verdad a Bix Rumstead, porque estaba absolutamente seguro de que Bix le había estado mintiendo.
La unidad de vigilancia 6-X-66 había hecho su ronda sin ningún incidente de importancia hasta ese momento. Gert von Braun había extendido una multa a un tipo en un Humvee que se había quedado embobado con un dragón que hacía cabriolas en Santa Monica Boulevard. Se saltó la luz roja en Western Avenue y casi impacta contra un coche lleno de niños asiáticos. Arbitraron luego en una disputa familiar entre un soldado recién llegado de Irak y su esposa, que se había ido con el hijo de su jefe, y no dejaba al soldado recuperar sus pertenencias que, de hecho, eran de la madre de él.
Dos horas después recibieron un mensaje en su ordenador MDC en el que se les enviaba al búngalo de una nonagenaria residente en Hollywood Este que sostenía que un posible invasor estaba vigilando su casa. Cuando Gert y Dan Applewhite llegaron al búngalo encontraron a la anciana sentada en el balancín del porche principal, acariciando un gato persa. Había luz dentro y el televisor estaba encendido.
Podían contar los huesos de la anciana a través de su carne color marfil antiguo, pero la mujer parecía muy alerta y describió al sospechoso como un hombre de pelo negro y «grandes, líquidos ojos marrones».
Cuando Gert preguntó si tenía idea de quién era el hombre, la anciana dijo que sí, debía de ser Tyron Power.
Gert, que era cerca de veinte años más joven que Dan «Día del Juicio Final», dijo:
– ¿Es este Tyron Power un hombre blanco o negro?
– Es blanco -dijo Dan a Gert.
Gert miró a Dan y dijo:
– ¿Cómo lo sabes?
En vez de contestar a Gert, Dan le preguntó a la anciana:
– ¿Llevaba una máscara negra, por casualidad? ¿O una espada?
– No -dijo la anciana-. Esta vez no.
– ¿Y en otras ocasiones? -preguntó Dan.
– Oh, sí, a veces sí -dijo ella.
– ¿Rascó alguna vez una Z en algún objeto de por aquí?